MES DE MARÍA, DÍA XXX

MES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN 
MEDITACIONES PARA LOS
DIFERENTES DÍAS DEL MES


DÍA 30
María en su Asunción a los cielos. La dichosa eternidad
María en su Asunción a los cielos. 
La dichosa eternidad
En los brazos de Ángeles y sobre nevadas alas de Querubines es transportada en cuerpo y alma María a la región feliz. Vedla ascender por los aires sobre este esplendoroso carro de victoria, dejando atrás, muy atrás, los profundos valles de la tierra donde tanto gimió. Desde aquel punto empieza para ella la dichosa eternidad, que nunca jamás se acabará.
Tampoco se acabará para ti, alma mía: eterna será tu dicha en cuerpo y alma en el cielo, como la de la Madre de tu Dios. Gozarás allí de su presencia visible, que ahora sólo en retrato y figura contemplas en los altares, y el gozoso aleluya con que allí se le saluda de continuo no cesará ya más. Eterno tu gozo, eterna tu paz, eterno tu goce de Dios. Esta sola consideración ha de hacerte llevaderos como leve paja todos los sacrificios, y viles como asquerosa basura todos los terrenos_contentamientos. ¡Qué puede temer en el mundo y qué puede amar con él, quien está llamado a poseer eternamente la gloria de todo un Dios! Eternamente, pondéralo bien, alma mía, pésalo y repítelo para tu consuelo diferentes veces. Eternamente, eternamente. No cien años, ni mil años, no un millón de años, no un millón de siglos, no un millón de millones de siglos, sino eternamente por toda la eternidad. Siempre, siempre, siempre, sin acabarse jamás. ¡Y por 'un grano de arena detendrías tus pasos a ese siempre dichosísimo! ¡Y por un átomo de polvo trocarías ese patrimonio que te guarda tu Dios! Mira a esa luz lo que arriesgas, lo que malbaratas pecando; mira lo que aseguras y atesoras obedeciendo a la divina ley. Por terrenas recompensas, por humanas fortunas, se entregan los hombres a fatigosos quehaceres y arrostran inauditos peligros. ¿Y ninguna fatiga ha de arrostrar por hacerse con esta fortuna del cielo el cristiano a quien, bajo su palabra, se lo prometió su Dios?
Reflexiona, alma mía, algo aquí, y resuélvete a no perdonar fatiga ni sacrificio para asegurarte la posesión de esta feliz eternidad.

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