31/VII/+2019 SANTA ELENA SKÖVDE, Viuda

31 de julio
SANTA ELENA SKÖVDE, Viuda
(1160 d. C.)

   Elena de Skövde quedó muy pronto viuda muy joven. Más que hundirse en la depresión, se puso en seguida en plena actividad repartiendo limosnas (era de familia rica) y planificando la construcción de una iglesia, que no existía en la ciudad.

   Al morir su yerno, la acusaron a ella de haberlo asesinado. Para olvidar ese ultraje a su persona, se fue en peregrinación a Tierra Santa, donde se quedó cuatro años.

   A su regreso, se inaugura la iglesia. Y en este feliz día en que podía ver, por fin, el templo en Gotene, alguien malintencionado la asaltó y le dio muerte el 31 de julio de 1160.

   Cuenta la leyenda que un ciego, acompañado por un niño, recobró la vista al contemplar un rosal iluminado vivamente, ubicado en el lugar en el que había caído asesinada Elena, a una distancia de unos cuantos kilómetros de Skovde. En ese lugar también brotó una fuente de agua. Gracias a este milagro, todo el mundo le llama Elins Kalla. En 1596, el arzobispo luterano Angermano mandó que se enterrara la fuente. Todo fue inútil porque el agua siguió saliendo de la misma forma. Al lado mismo de la fuente había una capilla dedicada a la santa. La iglesia que ella mandó construir, la devoró el fuego.

   Se reconstruyó y el pueblo entero pedía que los restos de Elena descansaran para siempre en la iglesia de Skovde. Hoy, en la vigilia de san Juan, va mucha gente a a visitarla, sobre todo los enfermos. 

31/VII/+2019 SAN GERMÁN DE AUXERRE, Obispo

31 de julio
SAN GERMÁN DE AUXERRE, Obispo
(448 d. C.)

   Aunque no existe ningún santo al que se pueda llamar propiamente "el apóstol de Inglaterra", San Germán fue quien consolidó la Iglesia en el país cuando terminó el imperio romano; además de luchar contra la herejía, el santo convirtió a numerosos ingleses. Por otra parte, la influencia que San Germán ejerció sobre San Patricio dejó también huella en Irlanda. Sin embargo, nada hacía presagiar en los años mozos del santo el futuro que Dios le tenía reservado.
   Germán nació en Auxerre, de padres cristianos. Después de estudiar en las Galias, se trasladó a Roma a estudiar leyes y retórica. En dicha ciudad practicó con éxito su profesión. Tras de contraer matrimonio con una joven llamada Eustoquia, fue enviado a la Galia como "dux" de las Provincias Armóricas. Desempeñó con gran acierto su cargo de gobernador y, a la muerte de San Amador, en 418, fue elegido obispo de Auxerre, muy contra su voluntad. Ese súbito cambio de estado le hizo tomar conciencia de las obligaciones de su nueva dignidad (cf. San Amador, 1 de mayo). Renunció a su posición en el mundo y abrazó una vida de pobreza y austeridad. Era muy hospitalario con todos, lavaba los pies a los pobres, les servía personalmente y ayunaba con frecuencia. Construyó un monasterio cerca de Auxerre, en la otra orilla del Ionne, en honor de los Santos Cosme y Damián, y concedió rentas a la catedral y otras iglesias de Auxerre, que eran muy pobres.
   Por entonces, el pelagianismo hacía estragos en Inglaterra. Pelagio era inglés de nacimiento y, durante sus años de enseñanza en Roma, había rechazado la doctrina del pecado original y la necesidad de la gracia para salvarse. Agrícola, uno de sus discípulos, había difundido esas herejías en Inglaterra, y los obispos se vieron obligados a intervenir. El Papa San Celestino y los obispos de las Galias designaron a San Germán para que fuese a Inglaterra, el año |fi9, acompañado por el obispo de Troyes, San Lupo.
   Poco después de la llegada de los dos prelados, ya se había extendido por toda Inglaterra la fama de su santidad, doctrina y milagros. Ambos confirmaron en el bien a los fieles y convirtieron a numerosos herejes, pues predicaban incesantemente. En cierta ocasión, se organizó una reunión de herejes y católicos y se concedió a aquéllos el permiso de hablar antes que éstos. Después de escucharlos durante largo tiempo, los obispos católicos contestaron con tanta elocuencia y con citas de la Biblia y de los Santos Padres tan oportunas que dejaron a los herejes sin palabra. Después de esa reunión, San Germán Y su compañero fueron a dar gracias a Dios en la tumba de San Albano y a pedirle que les concediese buen viaje de retorno a su patria. San Germán mandó abrir el sepulcro de San Albano y depositó en él su propio relicario, con el que acababa de devolver la vista a una niña ciega; en cambio, se llevó consigo un poco de polvo de los restos del santo y construyó en su honor una iglesia en Auxerre.
   A su regreso, vio al pueblo abrumado bajo el peso de los impuestos y se trasladó a Arles a fin de interceder por sus hijos ante el prefecto Auxiliaos, Ahí devolvió la salud a la esposa del prefecto y éste le concedió el favor que solicitaba. El año 440 fue nuevamente a Inglaterra, pues continuaban los estragos del pelagianismo en el país. El santo convirtió a muchos de los católicos que se habían dejado seducir por los herejes, desterró a los principales pelagianos y, con su predicación y milagros, consiguió desarraigar la herejía. Pero San Germán sabía muy bien que es imposible desterrar la ignorancia con un decreto y que la única manera de hacer durable la reforma era educar al clero; así pues, fundó varias escuelas para clérigos y, de ese modo, según dice Beda, "dichas Iglesias conservaron desde entonces la pureza de la fe y no volvieron a caer en la herejía." Si exceptuamos el rápido paso de la herejía de Wiclif, que no dejó huella profunda, las Islas Británicas conservaron la pureza de la fe durante once siglos, hasta que en el siglo XVI los errores del protestantismo echaron raíces con la protección de los monarcas.
   En el propio de la misa de San Germán que se usaba antiguamente en la diócesis de París, el Ofertorio rezaba así: "Oí la voz de una gran muchedumbre del cielo que decía: ¡Aleluya! Y repetía una y otra vez: ¡Aleluya!" (Apoc. 19:1-3). Se trataba de una alusión a un hecho que cuenta Constancio, el biógrafo de San Germán. Durante el primer viaje del santo a Inglaterra, una expedición de pictos y sajones asoló el país. Los habitantes reunieron un ejército para defenderse y pidieron al santo que los acompañase en la campaña, pues tenían gran confianza en sus oraciones. San Germán aceptó y aprovechó la ocasión para predicar la fe y llevar a la penitencia a los cristianos. Muchos idólatras pidieron el bautismo durante la cuaresma, y la ceremonia quedó fijada para la Pascua. Así pues, se construyó con ramas una especie de iglesia en el campamento, donde los catecúmenos recibieron el bautismo; todo el ejército asistió con gran devoción. Después de la Pascua, San Germán ideó una estratagema que permitió a sus amigos obtener la victoria sin derramar sangre. En efecto, el santo condujo al pequeño ejército a un estrecho valle entre dos altas montañas. Cuando llegó la noticia de que se aproximaba el enemigo, San Germán dio al ejército la orden de gritar "Aleluya" al unísono, y todo el valle resonó con el eco poderoso de ese grito. AI oír el estruendo, los bárbaros pensaron que los aguardaba un ejército muy numeroso y huyeron aterrados. Según la tradición, dicha "batalla" tuvo lugar en Mold, en Flintshire, en un valle llamado Maes Garmon, pero el hecho es muy dudoso.
   El general romano Aecio envió a un ejército de bárbaros al mando de Goaro para acabar con una rebelión que había estallado en Armórica. San Germán, temía que los bárbaros cometiesen excesos y salió al encuentro de Goaro y detuvo por la brida el corcel del general. Goaro se negó al principio a escuchar al obispo, pero éste insistió y consiguió arrancarle la promesa de que no proseguiría el avance hasta que Aecio se lo mandase nuevamente. Por su parte, Aecio dijo al santo que no era imposible que obtuviese el perdón del emperador. Así pues, San Germán emprendió el viaje a Ravena. Aunque llegó de noche a la ciudad, su fama le había precedido, de suerte que todo el pueblo salió a recibirle. San Pedro Crisólogo, obispo de Ravena, el emperador, Valentiano III y su madre, Gala Placidia, acogieron amablemente al visitante; pero precisamente cuando él se hallaba en Ravena, llegó la noticia de que había ocurrido un nuevo levantamiento en Armórica y la embajada fracasó. Ese fue el último acto de caridad de su vida, pues Dios le llamó a Sí en Ravena, el 31 de julio de 449. La translación del cuerpo de San Germán a Auxerre fue uno de los funerales más solemnes de que se conserva memoria. El santuario consagrado a San Germán en la gran iglesia abacial que lleva su nombre, llegó a ser uno de los sitios de peregrinación más famosos. Saint German´s de Cornwall debe su nombre al santo, a quien un sacramentario del siglo X llama "predicador de la verdad, luz y columna de Cornwall." Una leyenda medieval narra, entre otras muchas maravillas, que San Germán, se apareció a un monje llamado Benito y le ordenó que fundase la gran abadía de Selby.

   En Acta Sanctorum, julio, vol. VII, puede verse la biografía de San Germán escrita por Constancio. Pero todos los textos resultan anticuados cuando se los compara con la edición crítica que publicó W. Levison en 1920. Como tantas otras de las biografías publicadas en MGH., Scriptores Merov. (vol. VII, pp. 225-283), el texto de la Vita S. Germani de Constancio sufrió numerosas interpolaciones. Sin embargo, se conserva lo sustancial, y está fuera de duda que Constancio escribió menos de treinta años después de la muerte de San Germán. Cf. Levison, Bischof Germanus von Auxerre, en Neues Archiv, vol. XXIX (1904). La obra de L. Prunel en la colección Les Saints constituye una excelente biografía de tipo popular (1929). A raíz de la reunión de la Association Bourguignonne des Sociétés Savantes, que tuvo lugar en Auxerre en 1948, se publicó un volumen de estudios muy interesantes, titulado St Germain d´Auxerre et son temps. Baring-Gould y Fisher sostienen la hipótesis (LBS., vol. III, pp. 60-79) de que existió otro San Germán "de Man", al que deben su nombre la isla de Saint Germain y muchas iglesias de Inglaterra; pero tal hipótesis no puede acogerse sin reservas: cf. Analecta Bollandiana, vol. XXIII (1904), p. 356, y J. Loth en Anuales de Bretagne, vol. XX (1905), p. 351. En The Western Fathers de F. R. Hoare, hay una traducción de la biografía de Constancio (1954). En Gales se celebra la fiesta de San Germán el 3 de agosto; las diócesis de Westminster, Plymouth y Portsmouth la celebran en fechas diferentes. El Martirologio Romano conmemora al santo el 31 de julio.   


*Vidas de los Santos, de Butler, Vol. III.

31/VII/+2019 SAN NEOT, Monje

31 de julio
SAN NEOT, Monje
(Fecha desconocida)

   Según las leyendas medievales, San Neot era un monje del siglo IX que recibió las sagradas órdenes en Glastonbury. Deseoso de mayor soledad, se trasladó al oeste del país y se estableció en Cornwall, en un sitio que actualmente lleva su nombre. Ahí le visitó el rey Alfredo, quien apreciaba mucho su don de consejo. Algunos autores afirman que era pariente de dicho monarca. "La Crónica del Santuario de San Neot" narra la leyenda de Alfredo y los pasteles quemados. El santo hizo unaperegrinación a Roma. Gracias a su intercesión, el rey Alfredo venció a los daneses. Después de su muerte, Neot se apareció al guardián de su santuario en Cornwall y le mandó que trasladase sus reliquias a un sitio determinado. Así se hizo, y los restos fueron a dar a un monasterio situado en el actual Saint Neot de Huntingdonshire.
   Este no es más que un resumen de la vida del santo. Existen muchas variantes y adiciones sobre los milagros de San Neot y otros incidentes de su vida, en las dos biografías latinas y la homilía inglesa que se conservan. Las austeridades que se le atribuyen son semejantes a las de los otros santos celtas. Por ejemplo, se dice que rezaba los salmos metido en una tina con agua helada. Algunos historiadores han hecho notar que la vida de San Neot es una colección de los rasgos más distintivos de la hagiología celta. Las dos biografías latinas carecen de valor histórico y, en realidad, no sabemos nada de cierto sobre San Neot. No sin cierta razón, se ha dicho que existieron dos personajes del mismo nombre: el santo de Cornwall (Niet) y el santo de Huntingdon.
   Parece imposible llegar a desenmarañar las contradicciones y contusiones que abundan en las dos biografías de San Neot. El intento más logrado que se ha hecho hasta ahora es el de G. H. Doble, St Neot (1929); en su trabajo le ayudó otro experto, C. Henderson. Los textos pueden verse en Acta Sanctorum, julio, vol. VII; y G. C. Corham, History of Eynesbury and Saint Neot (1820). Cf. LBS., vol. IV, pp. 4 ss.


*Vidas de los Santos, de Butler, Vol. III.

31/VII/+2019 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Confesor

31 de julio
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Confesor

Haced todo a gloria de Dios.
(1 Cor., 10, 31).

   La lectura de la vida de los santos inspiró a San Ignacio el amor a la santidad. Renunció a la gloria de las armas para alistarse bajo el estandarte de Cristo, y para trabajar por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Se retiró a la, gruta de Manresa, en la que llevó una vida muy austera. Fue allí donde compuso su admirable libro de los Ejercicios espirituales. Comenzó a estudiar la lengua latina a la edad de 33 años, y durante su permanencia en la Universidad de París, atrajo a varios compañeros con los que echó las bases de la Compañía de Jesús. Murió el año 1556.

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA
DE SAN IGNACIO
   
I. San Ignacio, en la soledad de Manresa, había trazado el plano del edificio espiritual que debía edificar durante toda su vida. Su libro de los Ejercicios espirituales es un resumen de lo que debe hacerse y de lo que él mismo hizo para llegar a la perfección. Comenzó por llorar sus pecados y expiarlos mediante ruda penitencia. Es el primer paso: lavar nuestros pecados con lágrimas. Así procedieron todos los santos; ¿los imitamos nosotros? Aunque no hubiésemos cometido sino un solo pecado mortal, seria suficiente para llorar hasta la muerte.
   
II. El segundo paso hacia la perfección, dice San Ignacio, es la imitación de Jesús que obra y sufre para la gloria de Dios y la salvación de los hombres. San Ignacio ha seguido paso a paso a este Modelo de los predestinados: después de su conversión llevó primero una vida escondida como Él; después se consagró por entero a la salvación del prójimo, sufriendo a causa de esto injurias, calumnias y prisión. ¿Cómo imitamos nosotros la vida oculta de Jesús, sus trabajos y sus sufrimientos? Sigamos la divisa de San Ignacio: Todo para la mayor gloria de Dios.
   
III. El tercer paso hacia la perfección, que tan alto elevó la santidad de San Ignacio, es la unión perfecta con Dios. Para llegar a ella, hay que desasirse del temor de todo lo que no sea Dios, y darse enteramente a Él. Tenemos amor para las cosas de este mundo, y no lo tenemos para Dios. ¡Todo amamos, todo buscamos, sólo Dios nada vale ante nuestros ojos! (Salviano).

El celo por la gloria de Dios
Orad por las órdenes religiosas.

ORACIÓN
   Oh Dios, que, para la mayor gloria de vuestro Nombre, habéis dado por el bienaventurado Ignacio un nuevo socorro a vuestra Iglesia militante, haced, que después de haber combatido en la tierra, siguiendo su ejemplo y bajo su protecci6n, merezcamos ser coronados con él en el cielo. Por J. C. N. S.  Amén.
   


*Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo III, (Ed. ICTION, Buenos Aires, 1982)

27/VII/+2019 SANTOS AURELIO, NATALIA y COMPAÑEROS (SANTOS FLORA, MARÍA, LILIOSA, FÉLIX, JUAN y JORGE), Mártires

27 de julio
SANTOS AURELIO, NATALIA y COMPAÑEROS (SANTOS FLORA, MARÍA, LILIOSA, FÉLIX, JUAN y JORGE), Mártires
(852 d. C.)

   Durante el siglo VIII, los moros tuvieron en España una actitud tolerante hacia los cristianos, como la habían tenido en otras partes, en las primeras etapas de la dominación mahometana. Lo único que prohibían terminantemente a los cristianos era el proselitismo y la rebelión abierta contra la ley de Mahoma. Pero, después de la fundación del emirato independiente de Córdoba, los emires Abderramán II y Mahometo I emprendieron una verdadera persecución. Una de las primeras víctimas fue San Eulogio de Toledo, decapitado el año 859, quien había alentado a los cristianos y asistido en la cárcel a los confesores de la fe. San Eulogio nos dejó una relación de la vida y martirio de muchos cristianos, entre los que se cuentan los que se conmemoran en Córdoba en la fecha de hoy. El primero de ellos Aurelio, era hijo de un moro y una española de alta posición. Sus padres le confiaron, al morir, al cuidado de una tía suya quien educó al niño en la religión cristiana. En su juventud, Aurelio aparentaba ser mahometano, pero seguía practicando secretamente el cristianismo y logró convertir a su esposa, Sabigota, la cual tomó en el bautismo el nombre de Natalia. Un día, Aurelio vio a un mercader cristiano llamado Juan, a quien los moros paseaban por la ciudad en un burro para que sirviese de escarmiento a los cristianos, después de apalearle cruelmente por haber afirmado en público la falsedad de la religión de Mahoma. Al ver el valor de Juan, Aurelio se arrepintió de la cobardía con que hasta entonces había ocultado su verdadera religión, pero no se atrevió a hacer una confesión pública de su fe, por temor a lo que pudiera suceder a sus dos hijos pequeños. Después de hablar con su esposa, ambos decidieron consultar a San Eulogio. El santo les aconsejó que antes de confesar públicamente la fe tomasen previsiones, de suerte que sus hijos fuesen educados en el cristianismo en caso de que ellos muriesen. Aurelio y Natalia confiaron el cuidado de sus hijos al propio San Eulogio. El ejemplo de los dos esposos atrajo a la fe a un pariente de Aurelio, llamado Félix, quien había apostatado del cristianismo y se había hecho mahometano, en tanto que su esposa, Liliosa, había permanecido cristiana. Al reconvertirse al cristianismo, Félix quedaba amenazado de muerte como renegado. Los cuatro comenzaron a visitar a los cristianos cautivos; así conocieron, entre otros, al mercader Juan y a sus dos hijas, Santa Flora y Santa María, quienes se hallaban prisioneros en Sevilla.
   Por entonces, llegó a España un monje llamado Jorge, procedente del monasterio de San Sabas en los alrededores de Jerusalén, quien había recorrido primero Egipto y luego Europa, para pedir limosna a fin de sostener su monasterio. Aurelio recibió al monje en su casa, y ambos se hicieron muy amigos. Según se cuenta, el monje Jorge no se había lavado en veinte años (era ésa una forma de penitencia más concebible en aquella época que en la nuestra). Flora y María conquistaron la palma del martirio y poco después, se aparecieron a Aurelio y Natalia y les dijeron que pronto alcanzarían, ellos también, la felicidad eterna. Interpretando la visión como una señal de la voluntad de Dios, Natalia y Liliosa manifestaron abiertamente su cristianismo al visitar las iglesias de Córdoba (donde había siete) sin velarse el rostro. Todos fueron arrestados cuando asistían a misa en la casa de Aurelio; el monje Jorge fue también hecho prisionero. Todos fueron acusados de haber apostatado del Islam, pero tal acusación no podía aplicarse al monje, ya que era extranjero. Sin embargo, cuando le iban a poner en libertad, Jorge insultó públicamente, ante el tribunal, el nombre de Mahoma y fue condenado con sus compañeros. Todos fueron decapitados delante del palacio del emir.
   El Memorialis sanctorum de San Eulogio constituye prácticamente nuestra única fuente de información. Los principales pasajes pueden verse en Acta Sanctorum, julio, vol. VI, bajo el título de Georgii monachi, Aurelii, etc. Cf. Florez, España Sagrada, vol. X; y Simonet, Historia de los Mozárabes de España, pp. 428 ss. Acerca de San Eulogio, véase nuestro artículo del 11 de marzo.



*Vidas de los Santos, de Butler, Vol. III.

27/VII/+2019 SIETE SANTOS DURMIENTES DE ÉFESO, Mártires

27 de julio
SIETE SANTOS DURMIENTES DE ÉFESO, Mártires
(Sin fecha)

   "Los siete Durmientes nacieron en la ciudad de Éfeso. Cuando el emperador Decio fue a perseguir a los cristianos de Éfeso, mandó construir templos en el centro de la ciudad para que todo el pueblo acudiese a ofrecer sacrificios a los ídolos; quienes se negasen a ello, estaban condenados a muerte. Las torturas con que el emperador amenazaba eran tan crueles, que el amigo olvidaba al amigo, el hijo repudiaba al padre y el padre al hijo. Sin embargo, hubo en la ciudad siete justos, a saber: Maximiano, Malco, Marciano, Dionisio, Juan, Serapión y Constantino. En el oriente se les llama Maximiliano, Jámblico, Martín, Juan, Dionisio, Constantino y Antonino y existen aun otros nombres diferentes. Cuando los justos vieron la perdición del pueblo, se afligieron en extremo. Como fueron los primeros que se negaron a sacrificar a los dioses, se ocultaron en sus casas y se consagraron al ayuno y la oración. Finalmente fueron acusados ante Decio, quien les mandó comparecer y descubrió que eran verdaderamente cristianos. El emperador les concedió algún tiempo para reflexionar antes de que volviesen a comparecer ante él. Los justos emplearon ese tiempo en distribuir su patrimonio entre los pobres. Luego, se reunieron en consejo y se dirigieron al monte Celión, donde se ocultaron en gran secreto largo tiempo. Uno de ellos se encargaba de servir a los otros, e iba a la ciudad disfrazado de mendigo.
   "Cuando Decio volvió a la ciudad, mandó que los trajesen prisioneros. Entonces Maleo, que era el que les servía y les llevaba carne y agua, volvió lleno de temor a donde estaban sus compañeros y les refirió que se les buscaba con gran tenacidad y todos quedaron espantados... Entonces, dispuso Dios que se quedasen dormidos. Y cuando llegó el día, los que los buscaban no pudieron hallarlos... Decio se puso a reflexionar entonces sobre lo que haría con ellos. Y Dios quiso que tapiase con piedras la entrada de la caverna en que se hallaban para que muriesen en ella, de hambre, por falta de carne. Entonces, los ministros y dos cristianos llamados Teodoro y Rufino escribieron el martirio de los siete justos e introdujeron el escrito entre las rocas. Trescientos sesenta y dos años más tarde, cuando ya habían muerto Decio y toda su generación, en el trigésimo año del reinado del emperador Teodosio, cuando surgió la herejía de los que negaban la resurrección de la carne... Dios, lleno de piedad y misericordia, quiso consolar a los tristes y adoloridos y restituirles la esperanza en la resurrección de los muertos; así pues, abriendo el tesoro de su preciosa misericordia, resucitó a los mártires de la manera siguiente:
   "Infundió en el corazón de un señor de Efeso el deseo de construir en el monte, que era desierto y escabroso, un refugio para sus pastores. Y sucedió, casualmente, que los obreros que excavaban para echar los cimientos del refugio, abrieron la cueva. Y entonces los santos varones que, estaban en ella despertaron y se saludaron unos a otros, creyendo que sólo habían dormido una noche y recordando la angustia del día anterior... (Maximiano) ordenó a Malco que fuese a comprar pan a la ciudad y que trajese más que la víspera. También le mandó que se informase acerca de las intenciones del emperador. Y Maleo tomó cinco monedas y salió de la cueva. Y cuando vio a los albañiles y las piedras a la entrada de la cueva, empezó a bendecir a Dios y a maravillarse. Pero prestó poca atención a las piedras, pues tenía otras cosas en qué pensar. Cuando llegó a la puerta de la ciudad, quedó maravillado, porque vio sobre ella la señal de la cruz. Inmediatamente se dirigió a otra puerta y vio también sobre ella la señal de la cruz. Y se maravilló mucho, porque en todas las puertas halló la señal de la cruz que adornaba la ciudad. Entonces bendijo a Dios y retornó a la primera puerta, pensando que se trataba de un sueño. Tomando ánimo, se cubrió el rostro y penetró en la ciudad. Y, cuando llegó a donde se hallaban los panaderos y les oyó hablar de Dios, se asombró aún más y dijo: "¿Cómo es posible que todos hayan negado ayer el nombre de Jesucristo y hoy se confiesen abiertamente cristianos? Tal vez no es ésta la ciudad de Efeso, pues las construcciones han cambiado. Sin duda es otra ciudad, y yo no sé cuál." Y habiendo preguntado y oído que era la ciudad de Efeso, no creyó lo que oía 7 decidió volver a donde estaban sus compañeros. Pero antes, se dirigió a donde estaban los vendedores de pan. Y cuando les mostró las monedas que tenía, los vendedores quedaron atónitos y se dijeron unos a otros que aquel joven había encontrado un tesoro. Y cuando Marcos los vio hablar entre ellos, creyó que iban a llevarle ante el emperador y, lleno de miedo, les rogó que se quedasen con el dinero y con el pan y le dejasen partir. Pero ellos le detuvieron y le preguntaron: "¿De dónde eres? Porque has descubierto sin duda un tesoro de los antiguos emperadores. Muéstranoslo y seremos buenos contigo y guardaremos el secreto."
   "Y Malco estaba tan aterrado que no supo qué responder. Y cuando vieron que no hablaba, le echaron una cuerda al cuello y le llevaron al centro de la ciudad. Y cuando el obispo San Martín y el cónsul Antípater, que acababan de llegar a la ciudad, oyeron hablar del suceso, mandaron que Malco compareciese ante ellos con su dinero. En el camino a la iglesia Maleo estaba persuadido de que le llevaban ante el emperador Decio. El obispo y el cónsul se maravillaron al ver las monedas y preguntaron a Malco dónde había descubierto ese tesoro desconocido. Y él respondió que no lo había descubierto en ninguna parte, sino que sus parientes se lo habían dejado en herencia... Entonces dijo el juez: "¿Cómo vamos a creer que tus parientes te legaron esas monedas, si sobre ellas está escrito que fueron acuñadas hace más de 372 años, en los primeros tiempos del reinado del emperador Decio? Tu dinero no se parece al nuestro..." Y Maleo dijo: "Señor, estoy muy desconcertado y nadie me cree; pero yo sé perfectamente que huimos por temor al emperador Decio; ayer mismo le vi entrar en esta ciudad, si ésta es la ciudad de Efeso." Entonces el obispo, después de reflexionar, dijo al cónsul que se trataba de una visión que el Señor les había concedido por medio del joven. Después dijo el joven: "Seguidme; voy a llevaros a donde están mis compañeros y a ellos sí les creeréis. Yo sé perfectamente que huimos del rostro del emperador Decio." Los jueces le siguieron y una gran muchedumbre del pueblo se unió al cortejo. Y Maleo entró primero a la cueva, seguido por el obispo. Y encontraron entre las piedras las cartas selladas con dos sellos de plata. Entonces el obispo congregó a todos los que habían ido a la cueva y les leyó las cartas, de suerte que todos quedaron desconcertados y maravillados. Y vieron a los santos sentados en la cueva, con rostros florecientes como rosas y todos se arrodillaron y glorificaron a Dios. E inmediatamente, el obispo y el juez mandaron un recado al emperador Teodosio para que viniese al punto a ver las maravillas que el Señor había obrado...
   "Y tan pronto como los benditos santos de Nuestro Señor vieron acercarse al emperador, su rostro empezó a brillar como el sol. Y el emperador entró en la cueva y glorificó al Señor y abrazó a los santos, llorando sobre cada uno de ellos y diciendo: "Veros a vosotros es como haber visto al Señor resucitando a Lázaro." Y Maximiano le dijo: "Créenos a nosotros, pues el Señor es quien nos ha resucitado antes del día de la gran resurrección para que tú creas firmemente que los muertos resucitarán un día como nosotros y vivirán. Y así como el niño que está en el vientre de su madre no siente nada, así nosotros hemos estado durmiendo aquí, acostados, sin sentir nada." Y después de haber dicho todo esto, los justos reclinaron la cabeza por tierra y exhalaron el último suspiro por mandato de nuestro Señor Jesucristo y así murieron. Entonces se levantó el emperador y se postró junto a ellos llorando amargamente y los abrazó y los besó. En seguida, mandó construir un sepulcro de oro y plata para enterrarlos en él. Y esa misma noche, los justos se aparecieron al emperador y le dijeron que debía darles sepultura en la tierra desnuda, tal como habían estado hasta que el Señor los resucitó, pues en la tierra debían esperar la resurrección final. Entonces, el emperador mandó adornar rica y noblemente el sitio de la sepultura con piedras preciosas y promulgó un decreto por el que perdonaba a todos los obispos que creyesen en la resurrección. Es dudoso que los justos hayan dormido 372 años, ya que fueron resucitados en el año de gracia de 478 y Decio sólo reinó durante un año y tres meses, en el año de gracia de 270. Así pues, los justos sólo estuvieron dormidos 208 años."
   Hemos traducido directamente de la obra de Jacobo de Vorágine la famosa leyenda de los Siete Durmientes de Efeso para conservarle su sabor original, que se perdería si sólo hubiésemos hecho un resumen. Baronio fue el primero que puso en duda, en el siglo XVI, la veracidad de la leyenda; desde entonces, para explicar su origen, se lanzó la hipótesis de que en la época de Teodosio II se habían encontrado, en una cueva de Efeso, las reliquias de siete mártires. La hipótesis era verosímil; pero no existe ninguna prueba o documento que registre el descubrimiento de tales reliquias, y todo parece indicar que la leyenda de los Siete Durmientes es una pura invención. Probablemente se trata de la interpretación cristiana de un tema muy antiguo de la tradición judía o pagana, que se repite en el folklore de todos los pueblos de Europa y Asia. El cuento de La Bella Durmiente es una de las múltiples variaciones del tema. La leyenda de los Siete Santos Durmientes fue redactada en el siglo VI por Jacobo de Sarug en el oriente y por San Gregorio de Tours en el occidente. Poco después, empezó a desarrollarse el culto de esos santos legendarios. En el oriente, donde los Santos Durmientes son niños, se celebra todavía su fiesta en el rito bizantino y en otros; el "Euchologion" griego contiene una oración en la que se invoca contra el insomnio a los Santos Durmientes. No menor popularidad alcanzó la leyenda en el occidente: el Martirologio Romano menciona a los Siete Durmientes y su fiesta se celebra todavía en dos o tres sitios.
   Se ha discutido mucho acerca del origen de la leyenda y del idioma en que pasó a formar parte de la hagiografía. El tema del hombre que se queda dormido y despierta muchos años después en un mundo totalmente cambiado, es tan antiguo como el folklore universal. Acerca de la leyenda de Epiménides en particular, cf. H. Demoulin, Epiménide de Créte (1901). La forma cristiana de la leyenda empezó a circular relativamente pronto. En efecto, constituía el tema de una de las homilías en verso de Jacobo de Sarug, quien murió el año 521; además, en un manuscrito del Museo Británico, que data del siglo VI, hay un fragmento de la leyenda, escrito en sirio. En el mismo siglo, San Gregorio de Tours narró detalladamente el episodio de los Siete Durmientes, en latín, con esta advertencia: Syro quodam interpretante, una frase que significa casi seguramente que un oriental le había traducido la leyenda. B. Krusch en su edición critica de la traducción de San Gregorio (Analecta Bollandiana, vol. XII, pp. 372-388), opinaba que el intérprete era un sirio, pero que la leyenda era de origen griego. Lo mismo piensan los PP. Peeters y Delehaye. También Ignacio Guidi, en su edición de los textos orientales de la leyenda, se inclinaba a pensar que la forma original era griega; pero en su artículo de la Encyclopedia of Religion and Ethics, vol. XI, pp. 426-428, parece haber cambiado de opinión. A Allgeier, en Oriens Christianus (vols. IV-VII) defiende la prioridad del texto sirio. Dom M. Huber sostiene la opinión desconcertante de que el texto original de la leyenda era el latino. A pesar de ello, Huber ha merecido bien de la historia por la vasta colección de materiales que reunió en su obra Die Wanderlegende von den Siebenschläfern (1910). Ver también J. Koch, Die Siebenschläferlegende... (1883). Acerca de la Leyenda de los Durmientes en el Islam, cf. Analecta Bollandiana, vol. LXIII (1950), pp. 245-260. Existe una traducción inglesa de la versión de San Gregorio de Tours en Selections (University of Pennsylvania Press, 1949). Ver. E. Honigmann, Patristic Studies (1953), pp. 125-168 (Studi e testi, 173): muy importante.



*Vidas de los Santos, de Butler, Vol. III.

27/VII/+2019 BEATOS MELCHOR GARCIA SAMPEDRO y JOSÉ MARÍA DÍAZ SANJURJO, Obispos y Mártires

27 de julio
 
BEATOS MELCHOR GARCIA SAMPEDRO
 

JOSÉ MARÍA DÍAZ SANJURJO, Obispos y Mártires

¡Bajo la guía la Santísima Virgen  
no habrá cansancio, y con su favor llegarás 
 felizmente al Puerto de la Patria Celestial!

(San Bernardo).

   "No hemos tenido un día de paz ni quietud, ni una hora en que nuestra vida no peligrase. El infierno entero se ha conjurado contra nosotros, y estos mandarines, como otros Nerones, se han propuesto concluir con la obra del Señor... Persecución cruel, hambre extremada y guerra civil son los tres azotes con que los neófitos del Tonkín central purgan sus pecados y labran una corona más brillante que el sol, que ceñirán por toda una eternidad. En un día cortaron la cabeza al sacerdote Huang y a cinco cristianos; al día siguiente a diez, y poco después a otros diez; luego a tres sacerdotes, y antes de todos éstos habían hecho pedazos en un solo día a trece cristianos. Ayúdenme con sus oraciones a lavar mis culpas con mi sangre y que consiga la palma del martirio."  
   Así escribía a su padres asturianos el Beato Melchor García Sampedro, religioso dominico, obispo misionero y mártir del Tonkín. Cuando estas líneas llegaban cruzando mares y saltando montañas hasta el concejo de Quirós, en Cortes -pleno corazón de Asturias-, unos ancianos padres se estremecían de emoción y zozobra preocupados por la futura suerte del hijo lejano. Y no iban descaminados. Poco tiempo habría de transcurrir entre esta carta y otra, no escrita ya de su puño y letra, en la que les describían su horroroso martirio. En la casa del mártir, congregada toda la familia, se leía la relación escalofriante de tanta firmeza y de tan heroica muerte; el silencio reinaba en la reducida estancia mientras crepitaban unos ramojos de chámara, hacinados sobre el fogaril. El padre bajaba la cabeza añosa, nevada por las canas, para ocultar las furtivas lágrimas, en tanto que la madre del heroico mártir -parecida en fortaleza a la de los santos Macabeos- le decía: "Juan, Juan, demos gracias a Dios, que nos ha dado un hijo tan santo".
   Nada menos que unos treinta mil mártires subieron al cielo, de 1856 a 1862, en Tonkín, bajo el mandato del feroz y sanguinario reyezuelo Tu-Duc, que en su cólera satánica planeaba exterminar la religión cristiana en sus dominios. Una espléndida floración de heroicos confesores de la fe festonearía aquellos fecundos campos con sus amapolas de martirio en los dilatados arrozales del Río Grande, regados con el sudor de tantos misioneros dominicos a través de los años desde 1676, fecha en que plantaron allí por vez primera la cruz de Cristo los hijos del Santo de Caleruega. Cuando en 1917 se inició el proceso ordinario de la causa de beatificación, englobaba nada menos que a 1.315 compañeros de los 30.000 que fueron martirizados bajo la sañuda égida de Tu-Duc; pero, dado el ingente número de mártires, a fin de acelerar el curso de la causa, se eligió solamente a 25 para que la Sagrada Congregación de Ritos determinara su martirio oficialmente. Así el 29 de abril de 1951 eran proclamados solemnemente Beatos los obispos mártires José Díaz Sanjurjo y Melchor García Sampedro con otros 23 indígenas, entre ellos cuatro religiosos dominicos y los restantes seglares, de los cuales siete padres de familia. ¡Qué fulgente corona en las sienes de la Iglesia!
   Veamos ahora brevemente los principales rasgos biográficos de los dos heroicos obispos dominicos españoles. Galicia y Asturias son la cuna de José María Díaz Sanjurjo y de Melchor García Sampedro, respectivamente. El 25 de octubre de 1818, en la aldehuela de Santa Eulalia de Suegos, diócesis y provincia de Lugo, veía la luz primera el aventajado latinista lucense, notable teólogo y legista compostelano, brillante profesor de la universidad de Manila, fervoroso misionero de Tu-Da y Mi-Dong, obispo de Platea y vicario apostólico del Tonkín central: José María Díaz Sanjurjo. A su vez, tres años más tarde, el 28 de abril de 1821, en una de las "quintanas" del concejo asturiano de Quirós, metido entre las montañas que suben hacia León, dando vista a la llanura castellana, nacía en Cortes el mayor de siete hijos, Melchor García Sampedro, el cual, para aprender los primeros latines, caminaría mañana y tarde tres kilómetros hasta Bárzana de Arrojo, pobremente abrigado, con un "fardel" a la espalda, donde llevaba los libros y una frugal comida. Tras un examen brillantísimo de cultura general pudo matricularse en la universidad de Oviedo y llegar a ser preceptor del colegio de San José, de la misma ciudad.
   La vida de ambos Beatos discurre bastante paralela, desde el mismo parecido de su cuna en humildes hogares de labrantío, que si escasean en fortuna sobreabundan, en cambio, en fe y piedad, hasta su glorioso martirio como misioneros y obispos del mismo Vicariato Apostólico, sucesivamente. En efecto, terminados sus estudios de filosofía, despreciando los halagos y oropeles mundanos, sintiendo entrambos la vocación religiosa al claustro dominicano, corren hacia el convento de Ocaña el uno en 1842 y el otro en 1845.
   Luego de vestir el santo hábito, emitir sus votos solemnes y completar sus estudios eclesiásticos reciben la ordenación sacerdotal. Los inefables consuelos de su primera misa son ya el anticipo del caudal de energía sobrenatural que almacenarán sus almas generosas, prestas a sacrificar sus vidas en lejanas tierras de infieles. Ocaña era entonces el mejor plantel de la Orden de Predicadores para la exportación de misioneros al Lejano Oriente.
   El 10 de mayo de 1844 embarca en Cádiz, rumbo a Manila, el padre José María Díaz Sanjurjo, y el 7 de marzo de 1848 el padre Melchor García Sampedro. Corta es su permanencia en Filipinas. Fray Díaz ocupa una cátedra durante medio año en la famosa universidad de Santo Tomás, de Manila. Luego pide y logra partir para Macao, y de aquí, el 18 de agosto de 1845, para el Tonkín. Ya está en su centro y de lleno en su ambiente: infieles, neófitos, cristianos viejos, valientes, esforzados y a dos pasos siempre del martirio...
   Igual trayectoria sigue su compañero fray García Sampedro. Quieren utilizarle para profesor en Manila, pero a poco consigue llegar a Doun-Xu-yen, en el Tonkín. Contaba entonces la misión de aquel Vicariato con 150.000 cristianos, rodeados por todas partes de infieles. Cuando llegaron nuestros dos misioneros el vicario apostólico del Tonkín, monseñor Martí, previendo el desastre de la lglesia anamita, obtuvo de la Santa Sede bula para consagrar a fray Díaz Sanjurjo como obispo coadjutor suyo, y así se hizo el 8 de abril de 1849, cuando éste apenas contaba treinta años de edad, resistiéndose a tan alta dignidad con muchas lágrimas. Muerto monseñor Martí, el nuevo prelado obtuvo, a su vez, bula de la Santa Sede para consagrar obispo coadjutor suyo a su compañero fray García Sampedro (en septiembre de 1855), que frisaba en los treinta y cuatro abriles.
   No se equivocó en sus cálculos, pues a poco de consagrarle era delatado por un cristiano traidor, y preso el 20 de mayo de 1857, el vicario apostólico, fray Díaz Sanjurjo, siendo martirizado el 20 de julio y muriendo a consecuencia de tres sablazos. Su cabeza, recogida tras mucha búsqueda en el río, donde había sido arrojado su cuerpo, fue traída a Ocaña en 1891.
   Presintiendo también un fin parecido el nuevo vicario apostólico, fray García Sampedro, consagró obispo coadjutor suyo al Beato Valentín Berrio-Ochoa, vasco, también dominico, a los treinta años. Apresado fray García Sampedro el 8 de julio de 1858, el tirano quería ensañarse con su víctima. El 28 fue sacado para el lugar de ejecución entre gran algarabía y aparato de tropa, elefantes y caballos. Tras ellos, con su "canga" o cepo al cuello, se arrastraba extenuado el mártir. "Cortadle primero las piernas, después las manos, luego la cabeza y por fin abridle las entrañas", gritó el mandarín.
   Después de atarle a unas estacas, distorsionando todo el cuerpo, le desnudaron y estiraron por pies y cabeza con gran fiereza y griterío. Luego, como quien hace leña, con hachas romas, sin corte, para que durara más el tormento, empezaron por las piernas, cortándolas por sobre las rodillas con doce golpes. Después hicieron lo mismo con los brazos con siete golpes. Con otros quince golpes le machacaron la cabeza, y, en fin, con un cuchillo le abrieron el vientre y con un gancho le sacaron el hígado y la hiel. Luego cogieron la cabeza y la suspendieron junto a la puerta del Mediodía, y el hígado y la hiel a la de Oriente. Al día siguiente, 29 de julio, hecha pedazos la cabeza, la arrojaron por la noche al mar.
 LUIS SANZ BURATA.   



*Año Cristiano, Tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.

30/VII/+2019 SANTA JULITA, Viuda y Mártir

30 de julio
SANTA JULITA, Viuda y Mártir
(303 d. C.)

   En los edictos que promulgó contra los cristianos el emperador Diocleciano en el año 303, los declaró infames ante la ley y los privó de la protección civil y de los derechos de ciudadanía. Julita era una viuda de Cesárea de Capadocia que poseía fincas, ganado, bienes y esclavos. Un potentado de la región se apoderó de una porción considerable de sus posesiones y, para poder conservarlas, la acusó de ser cristiana. El juez mandó traer incienso a la sala del juicio y ordenó a Julita que ofreciese sacrificios a Júpiter. La santa respondió valientemente: "Que mis estados se arruinen y caigan en manos ajenas, que mi cuerpo sea descuartizado y pierda yo la vida antes que pronunciar una sola palabra que pueda ofender al Dios que me ha creado. Si me arrebatáis los bajos bienes de este mundo, ganaré en cambio el cielo." Entonces, el juez adjudicó al usurpador los bienes que reclamaba injustamente, y condenó a Julita a la hoguera. La santa avanzó valientemente hacia el fuego, pero, según parece, murió sofocada por el humo, ya que los guardias retiraron su cadáver sin que hubiese sido tocado por las llamas. Los cristianos sepultaron a la mártir. En una homilía que pronunció alrededor del año 375, San Gregorio dijo, hablando del cuerpo de la mártir: "Obtiene las bendiciones del cielo para el sitio en que reposa y para los peregrinos que acuden a él... En el sitio en que fue sepultada esa santa mujer brotó una fuente de agua dulce que conserva la salud a quienes están sanos y la devuelve a quienes están enfermos, en tanto que todas las otras fuentes son de agua salobre."
   Prácticamente todo lo que sabemos acerca de Santa Julita proviene de la homilía de San Basilio (Migne, PG., vol. XXXI, cc. 237-261). En Acta Sanctorum, julio, vol. II, hay una traducción latina y ciertas notas introductorias.



*Vidas de los Santos, de Butler, Vol. III.

30/VII/+2019 BEATO MANÉS DE GUZMÁN, Confesor

30 de julio
BEATO MANÉS DE GUZMÁN, Confesor

 
  
   Caleruega, en el corazón de la provincia burgalesa, se nos ofrece todavía como un ejemplar de aquellas aldeas, con su caserío agrupado junto a la silueta recia y protectora de un viejo torreón medieval, maltratado por los siglos, pero aún erguido con noble apariencia retadora. Caleruega es, en la actualidad, un pueblecito de unos mil habitantes que mira por el Mediodía hacia una vasta llanura, árida y monótona, y distingue hacia el Norte una agreste región que a lo lejos se empina en sierras fieramente dentadas de riscos y precipicios. Adosado a su torreón, de trazo rectangular, que conserva cierta inflexible esbeltez, se levantó en un tiempo el castillo de los Guzmanes, finalmente destinado, en 1270, por Alfonso el Sabio, para monasterio de dominicas.
   Muchos años antes, a mediados del siglo XII, habitaba el castillo una familia que dio a la Iglesia dos santos y un beato en sólo el curso de dos generaciones.
   Suena bien el apellido de Guzmán en oídos españoles. Las páginas de nuestra historia le recuerdan con frecuencia y aparece entre las estrofas del Romancero por mor de la hazaña de Guzmán el Bueno en la defensa de Tarifa. Pero en los tiempos a que nos referimos ya no se luchaba por los campos de Burgos, y don Félix de Guzmán, a quien el monarca había confiado la defensa de aquella plaza, pudo cultivar en paz las sólidas virtudes de religiosidad y dulzura hogareña que anidaban en su corazón, profundamente fervoroso y cristiano.
   Noble apellido el de don Félix. Pero nada tenía que envidiarle el de su esposa, doña Juana de Aza, dama acaudalada, cuyos padres residían y mandaban en la villa de este nombre, entre Aranda y Roa, y de dotes tan elevadas y escogidas que la llevaron, tras una vida ejemplar, a los altares, donde hoy la ofrece la Iglesia a la devoción de los fieles entre la corte admirable de sus santos.
   Unidos por el amor, don Félix de Guzmán y doña Juana de Aza, en un tiempo en que los valores del espíritu resplandecían sobre toda clase de apreciaciones materialistas, y compitiendo sus almas en celo religioso y nobleza de sentimientos, era lógico que formaran un hogar donde Dios recogiera frutos de evangélica belleza y la Iglesia encontrara paladines para sus empresas y moradores para sus cenáculos.
   Así fue, en efecto. Félix de Guzmán murió en olor de santidad y su cuerpo duerme el sueño de los justos en el monasterio de San Pedro, de Gumiel de Izán. Doña Juana, elevada, como hemos dicho, a los altares, fue sepultada primero al lado de su esposo, y descansa ahora en San Pablo de Peñafiel. De tres hijos suyos nos habla la historia. El mayor, Antonio, se consagró a Dios en el sacerdocio, y, desdeñando altos beneficios y dignidades eclesiásticas, muy posibles dada la posición de su noble familia, se enterró en vida en un hospital, para cuidar de los pobres y los peregrinos que acudían por entonces en gran número al sepulcro de Santo Domingo de Silos. El menor fue aquella gran figura de la hagiografía hispana que el mundo conoce por Santo Domingo de Guzmán. Entre ambos Manés, a quien están dedicadas las presentes líneas.
   A menudo resulta difícil discriminar lo histórico de lo legendario cuando se pretende presentar la biografía de los santos de la Edad Media. Ello ocurre aun con figuras del más destacado relieve, de aquellos que brillaron con acusado fulgor en el firmamento de las glorias cristianas. Bien conocido parece ser Santo Domingo de Guzmán y harto evidentes resultan la mayoría de sus hechos, andanzas y milagros. Y, sin embargo, sus propios biógrafos suelen hacer constar esta premisa de carácter general y los más escrupulosos se afanan en presentar por separado lo que en sus investigaciones han hallado como historia cierta de aquello otro que no se atreven a desarraigar totalmente del campo de la leyenda, tan fecundo en profundos barroquismos de maravillas, éxtasis y revelaciones.
   Si tal sucede con el propio fundador de la Orden de Predicadores y creador del rezo del rosario, imagínense las dificultades que se encontrarán para sacar a luz la existencia de su hermano Manés que, sencillo y humilde como florecilla perdida en ubérrimo valle, pasó por el mundo sin apenas dejar otro recuerdo que el olor de una bondad fragante y una abnegación silenciosa.
   Su propio nombre resulta dudoso, pues hay quienes le llaman Mamés y otros Mamerto, y hasta la fecha de su nacimiento se ignora, aunque hubo de ser antes, probablemente no mucho, del año 1170, en que, según todas las probabilidades (tampoco esto es seguro), vino al mundo su hermano Santo Domingo.
   Ocupa, pues, Manés, en la cronología familiar, el puesto intermedio entre sus dos hermanos Antonio y Domingo, y este lugar parece encerrar cierto simbolismo que refleja algunas de las particularidades de su carácter. De lo que no cabe duda es de que fue callado y de pocas iniciativas: hombre de ideas sencillas y dulce carácter: firme en su profunda devoción y amor a Dios y a sus semejantes: aficionado a la oración y meditativo. Se le conoce como Manés el contemplativo: su alma era transparente como el cristal y nunca perdió la pura inocencia, que es una de las características de muchos de los elegidos del Señor.
Manés se sintió atraído y como subyugado por la férrea voluntad y el trepidante dinamismo de Domingo: se unió a éste, y a su lado permaneció largos años, siempre dispuesto a secundarle en sus empresas y a obedecer sus indicaciones, tan calladamente que apenas se le nombra de tarde en tarde por los historiadores del fundador de los dominicos, pero con una efectividad operante que surge como con destellos propios cada vez que esto ocurre.
   Gran parte de su juventud la pasó Manés al lado de su santa madre, entregado a la práctica de la piedad y de las virtudes cristianas y a la lectura de los libros santos hasta que marchó a unirse a su hermano Domingo en tierras francesas del Lanquedoc, donde aquél trabajaba en la conversión de los herejes, a lo que también se entregó Manés, prodigando sus sermones y sus exhortaciones, que alternaba con la oración fervorosa y las más severas penitencias.
   Tarea había, ciertamente, para todos en la gran empresa en que Santo Domingo se encontraba enfrascado. Sus luchas contra los errores y las malicias de los albigenses requerían el mayor número posible de auxiliares, y, al fundar aquél la Orden dominicana, a la que dio como especiales características las del estudio y la contemplación, Manés fue uno de los primeros miembros de la misma que en manos de su propio hermano hizo profesión de seguirle y cooperar al acrecentamiento de la obra de Dios.
   Sabido es que Domingo, una vez confirmada la Orden por el Papa Honorio III, decidió dispersar sus frailes por el mundo, haciéndoles salir del monasterio de Prulla, verdadera cuna de la Orden, para que establecieran en diversos países nuevas casas que sirvieran de centros irradiadores de la verdad evangélica.
   La dispersión tuvo lugar el día de la Asunción de Nuestra Señora, de 1217, fecha que ha pasado a las crónicas de la Orden con el calificativo de Pentecostés dominicano. La despedida del fundador fue tierna y patética. Se apartaban de él quienes primero se le habían unido y a su lado habían rezado y predicado, y entre ellos se encontraba el hermano, Manés, que formaba parte del grupo que salió con dirección a París, para, como atestigua Juan de Navarra, "estudiar, predicar y fundar un convento" en la capital de Francia.
   Es curioso que, a la par que estos religiosos, salieran otros para España y que Manés figurase, no obstante, entre los primeros. No parece arriesgado presumir que Santo Domingo lo decidiera así por parecerle más difícil la lucha evangélica en Francia que en España, dando con ello una prueba de la confianza que tenía en su hermano. No era, por otra parte, Manés el único español que figuraba en el grupo, sino que había otros dos más entre los siete que lo componían. La labor que todos ellos llevaron a cabo fue magnífica. A su llegada a París se acomodaron en una vivienda modesta, frente al palacio del obispo; pero poco más tarde les concedieron una casa de mayor amplitud, donde fundaron el convento de Santiago, que no tardó en convertirse en uno de los de más nombradía de la Orden, tanto por aquel tiempo como en los posteriores.
   Pero aún había de conferir Domingo a su hermano otra misión, si no de tanta trascendencia, quizá más delicada y difícil, y a la que el santo fundador concedía importancia singular.
Iniciadas las Comunidades de dominicas, Santo Domingo tuvo decidido interés en destinar a cada una de ellas algún vicario de la propia Orden que las gobernase, dirigiese y santificase. "Proveyólas principalmente -dice a este respecto el grave historiador Hernando del Castillo- de maestros y padres espirituales que las enseñasen, guardasen, amparasen, alumbrasen, consolasen y desengañasen en los muchos y varios casos y cosas a que en la prosecución de tan santa y nueva vida se les habían de ofrecer. Y, después de pintar cuáles son las virtudes que deben hacer de las comunidades religiosas, "congregaciones de ángeles", añade: "Para tales las criaba Santo Domingo, y por eso fue su primer cuidado dejar en su guarda y compañía a quien pudiese ser maestro y padre de la perfección que buscaron dejando el mundo y de la que prometieron buscando a Dios".
   Si éstos eran el pensamiento y los deseos de Santo Domingo, puede suponerse con cuánto cuidado elegiría a aquellos de sus monjes que habían de encargarse de la función de vicarios en las Comunidades religiosas dominicas. Para esto también resultaban insuperables las dotes de Manés, virtuoso, prudente, reflexivo y fiel cumplidor de las reglas de la Orden y de las advertencias de su fundador.
   Por eso, sin duda, cuando en Madrid se estableció la primera Comunidad de dominicas en el monasterio que más adelante se conoció con el nombre de Santo Domingo que gozó de la protección del rey San Fernando, designo para vicario de la misma a su hermano Manés, que con este motivo se reintegró a la madre patria para continuar en ella su vida religiosa.
   Manés cumplió su misión a plena satisfacción de Santo Domingo, que, desde Roma, dirigió a la superiora de la Comunidad de Madrid una carta, en la que desborda el cariño que experimentaba por su hermano y la alta estima que las dotes y virtudes de éste le merecían. Dice así aquella tierna misiva:
   "Fray Domingo, maestro de los frailes Predicadores, a nuestra muy amada priora y hermanas del monasterio de Madrid, salud y acrecentamiento de virtudes.
   Mucho nos alegramos y damos gracias a Dios por haberos favorecido en esa santa vocación y haberos librado de la corrupción del mundo. Combatid, hijas, el antiguo enemigo del género humano, dedicándoos al ayuno, pues nadie será coronado si no pelease. Guardad silencio en los lugares claustrales, esto es, en el refectorio, dormitorio y oratorio, y en todo observad la regla. Ninguna salga del convento, y nadie entre, no siendo el obispo y los superiores que viniesen a predicar y hacer visita canónica. Aficionaos a vigilias y disciplinas; obedeced a la priora; no perdáis tiempo en inútiles pláticas. Como no podemos procuraros socorros temporales, tampoco os obligamos a hospedar religiosos ni otras personas, reservando esta facultad a la priora con su consejo. Nuestro carísimo hermano fray Manés, que no ha omitido sacrificio alguno para conduciros a tan santo estado, adoptará cuantas disposiciones le parezcan convenientes para que llevéis santa y religiosa vida. Le autorizamos para visitar y corregir a la Comunidad y, si fuese preciso, para sustituir a la priora, con el parecer de la mayoría de vosotras, y para dispensar en algunas cosas, según su discreción. Os saludo en Cristo".
   Después de la muerte de Santo Domingo, ocurrida en el convento de San Nicolás, en Bolonia, el 6 de agosto de 1221, apenas se vuelven a tener noticias del Beato Manés. Consta, sin embargo, que siguió su vida religiosa en España y que guardó siempre un inextinguible cariño y una profunda veneración por aquel hermano que había sido su estrella y su guía y a cuyo amparo, y, por así decirlo, a sus inmediatas órdenes, estaba acostumbrado a actuar. Muchos de sus esfuerzos debieron dirigirse a procurar que los fieles le tributaran culto y a que su memoria perdurara en el discurrir de los tiempos.
   A este respecto refiere Rodrigo de Cerrato, contemporáneo del Santo, que, "cuando en España se supo que era canonizado el bienaventurado Domingo, su hermano fray Manés vino a Caleruega, y, predicando al pueblo, los excitó a que en el lugar donde el Santo había nacido edificaran una iglesia, y añadió: "Haced ahora una iglesia pequeñita, que será ensanchada cuando a mi hermano le placiere".
   Efectivamente, se construyó la iglesia y, según el mismo historiador, "lo que el varón venerable predijo con espíritu de profecía de que aquella pequeñita iglesia sería agrandada lo vemos en nuestros días cumplido, pues Don Alfonso, rey ilustrísimo de Castilla y de León, hizo que allí se edificase un monasterio con toda magnificencia, donde sirven al Señor Dios religiosas de nuestra Orden".
   Manés continuó su vida humilde de oración, predicación y estudio, hasta el año 1234, en que, hallándose de nuevo en Caleruega, Dios le llamó a compartir en el cielo la gloria del hermano a quien tanto había amado y ayudado en la tierra, y fue enterrado en el panteón de su familia, en el monasterio de San Pedro, del cercano pueblo de Gumiel de Izán.
   El dominico Bernardo Guidón lo confirma así: "Descansa en un monasterio de los monjes blancos en España, donde es esclarecido con milagros. Es reputado santo y conservado en una sepultura cerca del altar. Así lo refirió un religioso español, socio del prior provincial de España, que asistió al Capítulo general celebrado en Tolosa el año 1304, y había visitado dicho sepulcro".
   Cuando principiaron a darle culto trasladaron sus reliquias del panteón de su familia al altar mayor, y allí estaban expuestas a la veneración pública, juntamente con otras muchas de otros santos, traídas de Colonia. El padre fray Baltasar Quintana, prior del convento de Aranda de Duero, enviado por el padre provincial a Gumiel para examinar lo referente al sepulcro de los Guzmanes, dice en carta escrita el año de 1694, al padre maestro fray Serafín Tomás Miguel, autor de una vida de nuestro padre Santo Domingo, que "la venerable cabeza de San Manés y otras reliquias suyas se hallaban en el altar mayor y tenían esta inscripción: Sancti Mamerti Ordinis Praedicatorum, Fratris Sancti Dominici de Caleruega in Hispania".
   Después las benditas reliquias pasaron por varias vicisitudes y, a excepción de un pedazo del cráneo que conservaron las dominicas de Caleruega, se desconoce lo ocurrido con el resto, si bien es muy probable que desapareciera cuando los desórdenes y quemas de conventos de los años 1834 y 35 en Barcelona, adonde, según todas las apariencias, las había llevado el por entonces procurador general de la Orden, padre fray Vicente Sopeña.
   Como quiera que fuese, el culto a San Manés se difundió mucho después de su muerte. Canonizada su madre por el Papa León XII, a ruegos del rey de España Don Fernando VII y de los magnates de la nación, estos mismos grandes señores elevaron a Roma sus solicitudes para que el segundo hijo de Santa Juana de Aza recibiera también los honores del culto y, efectivamente, Manés fue proclamado Beato por el Papa Gregorio XVI, sucesor de León XII.
ALFREDO LÓPEZ.



*Año Cristiano, Tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.
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30/VII/+2019 SANTOS ABDÓN y SENÉN, Mártires

30 de julio
SANTOS ABDÓN y SENÉN, Mártires

Todo lo tengo por pérdida en cotejo del
sublime conocimiento de mi Señor Jesucristo,
por quien he sacrificado todo.

(Filipenses, 3, 8).

   Abdón y Senén, nobles persas, fueron acusados ante el emperador Decio de haber socorrido a los mártires, y de haber enterrado sus santos restos. Se los apremió a que renegaran de Cristo, se les recordó la nobleza de su cuna, pero respondieron que su mayor título de nobleza era ser servidores de Dios. Fue ron desgarrados a latigazos, les echaron encima a dos leones y cuatro osos, pero estas bestias feroces se echaron a sus pies. Finalmente, el emperador los hizo decapitar, en Roma, hacia el año 250.

MEDITACIÓN
BUENO ES SERVIR A DIOS Y NO AL MUNDO

I. Muy pocas cosas pide Dios a sus servidores, y esas cosas son honrosas, útiles y agradables. Es honroso servir a Dios, aun en el mundo, porque los servidores de Dios son respetados desde que son conocidos. Es útil servirle: Dios no tiene necesidad de nosotros, nosotros no podemos pasarnos sin Él. Este servicio es agradable, porque la práctica de la virtud es conforme con la razón, y Dios colma de consuelos celestiales a quienes le sirven. Experimenta la ver dad de lo que te digo: sirve a Dios fielmente, y pronto confesarás que el placer de servir a un Señor tan bondadoso excede al trabajo de guardar sus mandamientos.
   
II. Los adoradores del mundo, por el contrario, sufren intolerable servidumbre. ¿Acaso no es una vergüenza ser esclavo del demonio y de las propias pasiones? Los hombres voluptuosos desprecian, en el fondo de su corazón, a sus compañeros de libertinaje. La felicidad no puede reinar en un corazón des garrado por los remordimientos de la conciencia y agitado por las tempestades de las pasiones. Un poco de oro, una falsa estima, que habrá de abandonarse muy pronto, he ahí las vanas recompensas con que premia el mundo a sus secuaces; y, con todo, hay que sufrir más para contentar al mundo que para contentar a Dios. (San Agustín).
   
III. ¿De dónde proviene que el mundo tenga más seguidores y Jesucristo tan pocos servidores? De que se dejan las enseñanzas de Jesucristo para no pensar sino en las máximas del mundo. ¡Quiérese gozar de los bienes presentes y se desprecian los de la vida futura! Se sigue la costumbre y el empuje de las pasiones, y no la doctrina infalible de Jesucristo. Llamóse Jesucristo Verdad y no costumbre. (Tertuliano).

El amor de Dios
Orad por Persia

ORACIÓN
   Oh Dios, que para elevar a la cumbre de la gloria a los bienaventurados Abd6n y Senén, enriquecisteis su corazón con la abundancia de vuestra gracia, con ceded a vuestros servidores el perd6n de sus pecados, y que la intercesión de vuestros santos mártires nos libre de toda adversidad. Por J. C. N. S. Amén.



*Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo III, (Ed. ICTION, Buenos Aires, 1982)

29/VII/+2019 BEATO URBANO II, Papa

29 de julio
BEATO URBANO II, Papa


   El Beato Urbano II (1040-1099) es, indudablemente, uno de los papas más insignes de la Edad Media, cuyo mérito principal consiste, aparte de la santidad de su vida, en haber hecho progresar notablemente y llevado adelante la reforma eclesiástica, ampliamente emprendida por San Gregorio VII (1073-1085). El resultado brillante de sus esfuerzos aparece bien de manifiesto en los grandes sínodos de Piacenza y de Clermont, de 1095, y en la primera Cruzada, iniciada en este último concilio (1095-1099).
   Nacido de una familia noble en la diócesis de Soissons, en 1040, llamábase Eudes u Otón; tuvo por maestro en Reims al fundador de los cartujos, San Bruno: fue allí mismo canónigo, y el año 1073 entró en el monasterio de Cluny, donde se apropió plenamente el espíritu de la reforma cluniacense, entonces en su apogeo. De esta manera se modeló su carácter suave y humilde, pero al mismo tiempo entusiasta y emprendedor. Por esto llegó fácilmente a la convicción de que el espíritu de la reforma cluniacense, que iba penetrando en todos los sectores de la Iglesia, era el destinado por Dios para realizar la transformación a que aspiraban los hombres de más elevado criterio eclesiástico. Por esto, ya desde el principio de la gran campaña reformadora emprendida por Gregorio VII, Otón fue uno de sus más decididos partidarios.
   Estaba entonces al frente de la abadía de Cluny el gran reformador San Hugón, a cuya propuesta Gregorio VII elevó en 1078 al monje Otón al obispado de Ostia. Bien pronto pudo éste dar claras pruebas de sus extraordinarias cualidades de gobierno, pues, enviado por el Papa como legado a Alemania, supo allí defender victoriosamente los derechos de la Iglesia frente a las arbitrariedades del emperador Enrique IV. Al volver de esta legación acababa de morir Gregorio VII.
   La situación de la Iglesia era en extremo delicada. Al desaparecer el gran Papa, personificación de la reforma eclesiástica, dejaba tras sí un ejército de hombres eminentes, discípulos o admiradores de sus ideas. Frente a ellos estaban sus adversarios, entre los cuales se hallaban el violento Enrique IV y el antipapa puesto por él, Clemente III. En estas circunstancias fue elegido el Papa Víctor III (1086-1087), antiguo abad de Montecasino, gran amigo de las letras, pero indeciso, reconciliador y poco partidario de las medidas violentas. Pero muerto inesperadamente al año de su pontificado, fue elegido entonces nuestro Otón de Ostia, quien tomó el nombre de Urbano II.
   Era, indudablemente, el hombre más a propósito, el hombre providencial en aquellas circunstancias. Dotado de las más eximias virtudes cristianas, era un amante y entusiasta decidido de la reforma eclesiástica, de que ya había dado muestras suficientes. Precisamente por esto su elección fue considerada por todos como el mayor triunfo de las ideas gregorianas, y rápidamente recobraron todo su influjo los elementos partidarios de la reforma eclesiástica. Así lo entendieron también Enrique IV, el antipapa Clemente III y todos los adversarios de la reforma, los cuales se aprestaron a la lucha más encarnizada.
   Ya desde el principio quiso el nuevo Papa dar muestras inequívocas de su verdadera posición. En diferentes cartas, dirigidas a los obispos alemanes y franceses, escritas en los primeros meses de su pontificado, expresó claramente su decisión de renovar en todos los frentes la campaña de reforma gregoriana. Así lo manifestó en el concilio Romano de la cuaresma de 1089, y, sobre todo, así lo proclamó en el concilio de Melfi, de septiembre del mismo año, en el que se renovaron las disposiciones contra la simonía, contra el concubinato y contra la investidura laica, y que constituye el programa que Urbano II se proponía realizar en su gobierno.
   Mas, por otra parte, con su carácter más flexible y diplomático con su espíritu de longanimidad y mansedumbre, siguió un camino diverso del que se había seguido anteriormente, y con él obtuvo mejores resultados. Inflexible en los principios y genuino representante de la reforma gregoriana, sabía acomodarse a las circunstancias, procurando sacar de ellas el mayor partido posible. Símbolo de su modo de proceder son Felipe I de Francia, vicioso y afeminado, pero hombre en el fondo de buena voluntad, y Enrique IV de Alemania, bien conocido por sus veleidades y mala fe. Del primero procuró sacar lo que pudo con concesiones y paternales amonestaciones. Con el segundo ni siquiera lo intentó, manteniendo frente a él los principios de reforma y alentando siempre a los partidarios de la misma.
   Con clara visión sobre la necesidad de intensificar el ambiente general de reforma fomentó e impulsó los trabajos de los apologistas. Movidos por este impulso pontificio, muchos y acreditados escritores lanzaron al público importantes obras, que contribuyeron eficazmente a que ganaran terreno y se afianzaran las ideas de reforma. Así Gebhardo de Salzburgo compuso una carta, dirigida a Hermann de Metz, típico representante de la oposición a la reforma, en la que defiende con valiente argumentación la justicia del Papa. Bernardo de Constanza dirigió a Enrique IV un tratado, en el que establece como base la expresión de San Mateo (18, 17): "El que rehusa escuchar a la Iglesia sea para ti como un pagano y un publicano"; y poco después publicó una verdadera apologética de la reforma. Otro escritor insigne, Anselmo de Lucca, redactó una obra contra Guiberto, es decir, el antipapa Clemente III. Indudablemente este movimiento literario, impulsado por Urbano II, fue un arma poderosa y eficaz para la realización de la reforma.
   Así, pues, mientras con prudentes concesiones y convenios ventajosos para la Iglesia Urbano II logró robustecer su influjo en Francia, España, Inglaterra y otros territorios, en Alemania siguió la lucha abierta y decidida con Enrique IV. En Francia mantuvo con energía la santidad del matrimonio cristiano frente al divorcio realizado por el rey al separarse de la reina Berta, llegando en 1094 a excomulgarlo; mas, por otra parte, en la cuestión de la investidura laica, por la que los príncipes defendían su derecho de nombramiento de los obispos, llegó a un acuerdo, que fue luego la base de la solución final y definitiva: el rey renunciaba a la investidura con anillo y báculo, dejando a los eclesiásticos la elección canónica; pero se reservaba la aprobación de la elección, que iba acompañada de la investidura de las insignias temporales. También en Inglaterra tuvo que mantenerse enérgico Urbano II frente al rey Guillermo, quien, a la muerte de Lanfranco, no quería reconocer ni a Urbano II ni al antipapa Clemente III; pero al fin se llegó a una especie de reconciliación.
   El resultado fue un robustecimiento extraordinario del prestigio pontificio y de la reforma eclesiástica por él defendida. El espíritu religioso aumentaba en todas partes. Los cluniacenses se hallaban en el apogeo de su influjo y por su medio la reforma penetraba en todos los medios sociales. El estado eclesiástico iba ganando extraordinariamente, por lo cual se formaban en muchas ciudades grupos de canónigos regulares, de los cuales el mejor exponente fueron los premonstratenses, fundados poco después.
   Es cierto que, durante casi todo su pontificado, Urbano II se vio obligado a vivir fuera de Roma, pues Enrique IV mantenía allí al antipapa Clemente III. Pero, esto no obstante, desplegó una actividad extraordinaria y fue constantemente ganando terreno. En una serie de sínodos, celebrados en el sur de Italia, renovó las prescripciones reformadoras, proclamadas al principio de su gobierno. Pero donde apareció más claramente el éxito y la significación del pontificado de Urbano II fue en los dos grandes concilios de Piacenza y de Clermont, celebrados en 1095.
   En el gran concilio de Piacenza, celebrado en el mes de marzo ante más de cuatro mil clérigos y treinta mil laicos reunidos, proclamó de nuevo los principios fundamentales de reforma. Pero en este concilio presentáronse los embajadores del emperador bizantino, en demanda de socorro frente a la opresión de los cristianos en Oriente. Así, pues, Urbano II trató de mover al mundo occidental a enviar al Oriente el auxilio necesario para defender los Santos Lugares. Fue el principio de las Cruzadas; mas, como se trataba de un asunto de tanta trascendencia, se determinó dar la respuesta definitiva en otro concilio, que se celebraría en Clermont.
   Efectivamente, dedicáronse inmediatamente gran número de predicadores del temple de Pedro de Amiéns, llamado también Pedro el Ermitaño, a predicar la Cruzada en todo el centro de Europa. Urbano II, con su elocuencia extraordinaria y el fervor que le comunicaba su espíritu ardiente y entusiasta, contribuyó eficazmente a mover a gran número de príncipes y caballeros de la más elevada nobleza. El resultado fue el gran concilio de Clermont, de noviembre de 1095, en el que, en presencia de catorce arzobispos, doscientos cincuenta obispos, cuatrocientos abades y un número extraordinario de eclesiásticos, de príncipes y caballeros cristianos, se proclamaron de nuevo los principios de reforma y la Tregua de Dios. Después de esto, a las ardientes palabras que dirigió Urbano II, en las que describió con los más vivos colores la necesidad de prestar auxilio a los cristianos de Oriente y rescatar los Santos Lugares, respondieron todos con el grito de Dios Lo quiere, que fue en adelante el santo y seña de los cruzados. De este modo se organizó inmediatamente la primera Cruzada, cuyo principal impulsor fue, indudablemente, el papa Urbano II.
   Después de tan gloriosos acontecimientos, mientras Godofredo de Bouillón, Balduino y los demás héroes de la primera Cruzada realizaban tan gloriosa empresa, Urbano II continuaba su intensa actividad reformadora. En las Navidades de 1096 pudo, finalmente, entrar en Roma, donde celebró una gran asamblea o sínodo en Letrán. En enero de 1097 celebró otro importante concilio en Roma; otro de gran trascendencia en Bari, en octubre de 1088; pero el de más significación de estos últimos años fue el de la Pascua, celebrado en Roma en 1099, donde, en presencia de ciento cincuenta obispos, proclamó de nuevo los principios de reforma y la prohibición de la investidura laica.
   Poco después, en julio del mismo año 1099, moría el santo papa Urbano II, sin conocer todavía la noticia del gran triunfo final de la primera Cruzada, con la toma de Jerusalén, ocurrida quince días antes.
   En realidad, el Beato Urbano II fue digno sucesor en la Sede Pontificia de San Gregorio VII y digno representante de los intereses de la Iglesia en la campaña iniciada de la más completa renovación eclesiástica. En ella tuvo más éxito que su predecesor, logrando transformar en franco triunfo y en resultados positivos la labor iniciada por sus predecesores. Esta impresión de avance y de triunfo aparece plenamente confirmada y enaltecida con el principio de una de las más sublimes epopeyas de la Iglesia y de la Edad Media cristiana, que son las Cruzadas, y con el éxito final de la primera, que es la conquista de Tierra Santa y la formación del reino de Jerusalén con que termina este glorioso pontificado. Por eso la memoria de Urbano II va inseparablemente unida a la primera Cruzada, la única plenamente victoriosa.
 BERNARDINO LLORCA, S. I.    


*Año Cristiano, Tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.

INTRODUCCIÓN

Acerca de la Santa Misa