SIERVO DE DIOS MIGUEL ÁNGEL PRÓ

SIERVO DE DIOS 
MIGUEL ÁNGEL PRÓ 


Mártir
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   Miguel Agustín Pro nació el 13 de enero de 1891 en Guadalupe, Zacatecas en la República Mexicana. Fue el tercero de 11 hermanos. Su padre se llamaba Miguel y era ejecutivo en una pequeña villa minera en el estado de Zacatecas. Su madre se llamaba Josefa. De chico vivió en las ciudades de México, Monterrey y Concepción del Oro, Zacatecas; su educación se desarrolló en México y Saltillo. 
   A partir de 1906 los dio por terminados y empezó a ayudar a su padre en la agencia Minera de Concepción del Oro.
   Tenía un gran sentido del humor, y uno de loss talentos que adquirió desde muy temprana edad fue el de caricaturista. Era capaz de captar, de manera exagerada, las peculiaridades en las caras de la gente. También aprendió a tocar la guitarra y el mandolín.
   Miguel amaba a su familia, especialmente a sus dos hermanas, las cuales entraron a la vida religiosa. Esto enfureció a Miguel. Viendo cuánto había afectado a Miguel la entrada de sus hermanas al convento, su madre decidió invitarlo a un retiro. De allí salió Miguel transformado y decidido a ser sacerdote jesuita.
   El 11 de agosto de 1911 entró al seminario de El Llano, Michoacán. Tenía veinte años. En esta época contrajo una enfermedad mortal, la cual supo siempre ocultar muy bien detrás de su rostro alegre.
   A pesar de sus comedias y gran sentido del humor, Miguel fue un novicio y religioso grandemente observador de la Regla y de sus estudios.
   El 25 de agosto de 1914 sale huyendo hacia Zamora cuando las fuerzas hostiles de Carranza merodeaban por los alrededores de la hacienda. Continúa estudiando en Los Gatos, California, hace retórica y filosofía en Granada, España, desempeña el oficio de profesor en el Colegio de Nicaragua y finalmente termina la Teología en Sarriá y Enghien (Bélgica). Un juicio imparcial sobre la vida del Padre Miguel nos inclina a decir que gozaba en alto grado de talento práctico, pero que carecía de facilidad para los estudios especulativos, quizá debido a la deficiente enseñanza de sus primeros años.
   El riesgo se convirtió en el estilo de vida de los sacerdotes y religiosos de México, ya que incluso se había prohibido la celebración de la Santa Misa. Muchos fueron encarcelados, torturados y expulsados del país. Muy pronto, Miguel junto con otros seminaristas, recibieron la noticia de que debían marcharse y continuar sus estudios en California. Fue entonces la última vez que Miguel vio a su madre en este mundo. Después de un tiempo, Miguel y sus compañeros embarcaron para España, en donde estuvieron cinco años. El 31 de agosto de 1925 fue ordenado sacerdote
   El vapor Cuba, en el que venía de Europa sin haber presentado el examen final de Teología y sin haber hecho tercera probación, atracó en el Puerto de Veracruz el 6 de julio de 1926. El Padre Provincial Camilo Cricelli le había indicado anteriormente que trabajaría una vez ordenado sacerdote entre los obreros de Orizaba, para lo cual venía preparado y mostraba singulares deseos; pero el nuevo Provincial, Luis Vega, le modificó los planes, y por lo pronto lo asignó a la Ciudad de México. El Padre Pro había regresado a un México devastado. El pueblo cristiano resistía los abusos de gobierno; ante lo cual el presidente Calles había decidido gobernar con mano de hierro. 
   La Labor del Padre Pro en la ciudad se reducía al cuidado espiritual de los fieles, privados desde el 31 de julio de los auxilios de la religión. Implementó cada truco que había aprendido, cada disfraz para poder llevar a Cristo a las almas en medio de la severa persecución. Le era necesario estar en continuas artimañas para lograr evadir a la policía. Organizó Estaciones de Comunión a lo largo de toda la ciudad; estas eran casas donde los fieles venían a recibir al Señor en la Eucaristía. Los primeros viernes, el número de comuniones sobrepasaba los 1,200. Se celebraban Misas por toda la ciudad antes del amanecer, se apostaban vigilantes por si llegaba la policía, con claves que cambiaban constantemente, etc. Se juntaban los ricos y los pobres en unos cuartos pequeños para adorar al Señor y recibirlo de manos de los sacerdotes. Los que querían confesarse, tenían que llegar a los lugares señalados, antes de la Misa; algunas veces a las 5:30 a.m. Era realmente una Iglesia de catacumbas, como la de los primeros cristianos. Un verdadero testimonio de la fe. Daba también retiros cortos, principalmente a obreros, para lo que le ayudaba no poco su natural buen humor y talento.
   Ej Siervo de Dios padecía una grave enfermedad que incluso lo había llevado a hospitales y casas de convalecencia, refiriéndos a su dolencia, escribe a su Superior Provincial: "Aquí el trabajo es continuo y arduo. Únicamente puedo admirarme del gran Jefe que me permite llevarlo a cabo. ¿Enfermedad? ¿Quejas? ¿Que si me cuido? Ni siquiera tengo tiempo para pensar en semejantes cosas; y a la vez me siento tan bien y tan fuerte, que de no ser por pequeños, pequeñísimos atrasos, bien podría seguir así hasta el fin del mundo... Estoy disponible para cualquier cosa, pero, si no hay objeción, solicitaría el poder quedarme aquí".
   El presidente Calles y la policía trataban de acabar con estas organizaciones secretas. Arrestaban a los católicos practicantes y en especial a sus líderes, los torturaban y mataban. Ante la persecución, el Padre Pro nunca dejó su ministerio sacerdotal. Andaba continuamente disfrazado, y mientras daba sus retiros unas veces vestía pantalón de mecánico con gorra calada hasta los ojos, hablando el lenguaje acomodado a sus oyentes, otras se presentaba fumando cigarrillos en elegante boquilla. Así trabajó durante todo un año, siempre burlando al enemigo que lo buscaba para encarcelarlo, escapando de sus garras con maniobras que desconcertaba a la policía. He aquí algunas.
  •    I) Mientras la policía lo buscaba de casa en casa para matarlo, él, estaba en un teatro dictando conferencias espirituales a más de cien muchachas del servicio. Y ninguna de ellas contó a nadie dónde estaba el Padre Pro.
  •    II) Iba el Padre Pro en un taxi y, de pronto se dio cuenta de que la policía lo venía persiguiendo en otro carro. –"Siga usted su viaje, sin detenerse"– dijo al taxista –"que yo me lanzo a la calle". Y así lo hizo. Pero para disimular el porrazo que se daba, echó luego a andar por la calle con caminado de borracho y diciendo palabras sonoras. La policía creyó que era un verdadero borracho y siguió adelante. Sólo unos minutos después se dieron cuenta los agentes de que el tal "borrachito" era el "Padre Pro", y se devolvieron corriendo, pero ya se les había escapado.
  •    III) Un día en plena calle se dio cuenta de que unos policías venían en su busca. Entró entonces a una farmacia y, tomando del brazo a una hermosa señorita, le dijo: "Diga que es mi novia, porque, si no, me echan a la cárcel"–. La señorita aceptó, y la policía al verlo del brazo con una muchacha (él iba vestido de civil) creyó que éste no podía ser el padre que ellos buscaban... Unos momentos después llegó el sargento y al describirle ellos cómo era el "novio", les grito furioso: "¡Pues ese es el cura Pro!". Corrieron a prenderlo, pero ya se les había escapado otra vez.
  •    IV) Estando el Padre Pro en un alto edificio, presidiendo una reunión de muchachos de Acción Católica, cuando menos pensaron, se hallaron con que la policía había rodeado el edificio. El Padre se escondió en un armario en el preciso momento en que entraba al salón el coronel, con dos pistolas en las manos, preguntando por "El Cura Pro". Los muchachos le dijeron que ellos no sabían dónde estaría dicho sacerdote, pero el militar, lleno de furia les gritó: "Tienen un minuto para que me digan dónde está ese padre, o los mato a todos". Mas en ese momento sintió que le colocaban un cañón frío en la nuca. Era el Padre Pro, que había salido del armario. –"Suelte esas pistolas o muere", le dijo el Padre. El coronel, tembloroso, soltó las pistolas que fueron recogidas por los muchachos. –"Ahora ustedes huyan", gritó Miguel Pro a los jóvenes. Y éstos salieron apresuradamente a esconderse y salir luego por los subterráneos del edificio. Luego el Padre dijo con tono picaresco: "Y usted, señor coronel, vuélvase, para que vea con qué lo puse manos a lo alto y lo desarmé". El coronel dio media vuelta y vio con gran humillación que el cañón frío que había sentido con miedo en la nuca era el pico de una botella vacía. Con una simple botella vacía había desarmado el padrecito a un coronel que llevaba en sus manos pistolas cargadas.
   Así, en medio de escondites, incertidumbres, luchas, miedo, fe, valentía, dolor..., transcurrió cerca de año y medio. El presidente Calles lo mandó arrestar, acusándolo de haber sido responsable de un complot y de atentados y acciones revolucionarias contra el gobierno, siendo todo ello absolutamente falso.
   Al final, para evitar que mataran a varios católicos que tenían presos, el Padre Pro se entregó a la policía. Lo encarcelaron y le dieron sentencia de muerte. A las 8 de la mañana del 23 de noviembre, el general Roberto Cruz, mandó formar la tropa en la inspección de policía e hizo venir a fotógrafos y reporteros de la prensa. Camino al lugar de fusilamiento uno de los agentes le preguntó si le perdonaba. El Padre le respondió: "No solo te perdono, sino que te estoy sumamente agradecido". Le dijeron que expusiera su último deseo.  El Padre Pro dijo: "Yo soy absolutamente ajeno a este asunto... Niego terminantemente haber tenido alguna participación en el complot". "Quiero que me dejen unos momentos para rezar y encomendarme al Señor". Se arrodilló y dijo, entre otras cosas: "Señor, Tú sabes que soy inocente. Perdono de corazón a mis enemigos".  Se levantó, y volviéndose a colocar en el sitio de muerte y esperó con los ojos semicerrados. Abrió los brazos en cruz y gritó: "¡Viva Cristo Rey!". Una descarga rubrica la exclamación. Son las diez y treinta minutos de la mañana.
   ORACIÓN - Dios y Padre nuestro, que concediste a tu hijo Miguel Agustín, en su vida y en su martirio, buscar con entusiasmo tu mayor gloria y la salvación de los hombres, concédenos, a ejemplo suyo, servirte y glorificarte cumpliendo nuestras obligaciones diarias con fidelidad y alegría, y ayudando eficazmente a nuestros prójimos. Te pedimos también, Padre Santo, que, si es tu voluntad, podamos pronto venerar al Siervo de Dios Miguel Agustín, como un nuevo Beato de la Iglesia.

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INTRODUCCIÓN

Acerca de la Santa Misa