EL ANGELUS Y SU HISTORIA
I. QUÉ ES EL ANGELUS DOMINI
Angelus Domini es una oración tradicional, ya clásica, que podemos enumerar, junto con el rosario, entre los ejercicios piadosos de veneración a la madre del Señor más difundidos en occidente. Con un ritmo casi litúrgico -tres veces al día: mañana, mediodía, tarrde- los fieles, al rezar esta oración, hacen una síntesis admirable del misterio de la Encarnación, de las personas que intervienen en tan gran acontecimiento y de la misión o actitud de cada una de ellas, con palabras tomadas del mismo Evangelio. En su extremada brevedad, ofrece materia sólida a la vez que asequible para la meditación cotidiana. San Lucas refiere que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Luego añadió: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le aclaró: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Días después, María fue a casa de Zacarías y saludó a Isabel, la cual exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (cf. Lc 1,26ss). A modo de conclusión, San Juan añade en el prólogo de su Evangelio: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). La difusión progresiva y muy amplia del Angelus Domini debe atribuirse probablemente a su estructura sencilla y esencial que facilita su rezo y su memorización; en efecto, su estructura, constituida en un primer tiempo por tres avemarías, más tarde se compuso, como se hace hoy, de tres avemarías alternando con tres antífonas, seguidas de un versículo y de una oración.
II. EL ANGELUS HOY
Siguiendo con una práctica de Pío XI, Pío XII favoreció la práctica del Angelus al mediodía, rezándolo él mismo con sus visitantes y peregrinos. Además, en la carta apostólica del 29 de junio de 1956, Dum moerenti animo[1], recordando el documento de su predecesor Calixto III del 29 de junio de 1456, Cum his superioribus annis[2], donde se establecía la norma de tocar todos los días las campanas entre la hora de Nona y las Vísperas, para rezar en aquel momento por la defensa de la cristiandad amenazada por los turcos, el papa renovaba la invitación a los fieles de rezar al toque de las campanas por la libertad de la iglesia. El mismo Pío XII, al inaugurar la Radio Vaticana el 11 de febrero de 1958, día del primer centenario de las apariciones de Lourdes, con el rezo del Angelus a mediodía, volvía a proponer esta oración a los fieles [3].
HISTORIA
La historia de la formación del Angelus resulta asombrosa por su complejidad. La estructura simple y armónica que conocemos actualmente es el fruto de un proceso que ha durado largos siglos, discontinuo, diversificado en las distintas iglesias y todavía no del todo claro en sus articulaciones. No cabe duda de que el uso generalizado y constante de esta oración en sus elementos relativos ha favorecido progresivamente su formulación definitiva. En realidad, cada uno de los elementos que la componen ha tenido un origen particular y un desarrollo peculiar. Podemos documentar lo mismo en lo que se refiere a los tiempos relacionados con su rezo: el Angelus nace y se difunde como oración de la puesta de sol; luego se desarrolla el uso de rezarlo al amanecer; finalmente se propaga también al mediodía [1 Oración mariana].
1. ORIGEN Y DESARROLLO:
a) Instancias bíblicas y culturales.
La costumbre de contemplar la página evangélica del anuncio del ángel Gabriel a María de Nazaret (Lc 1,2638) influyó indudablemente en las comunidades cristianas de los primeros siglos en la comprensión y celebración del misterio de la encarnación. Dan fe de ello las aportaciones amplias y reflexivas de los padres, tanto orientales como occidentales[4]: los evangelios apócrifos, en particular el Protoevangelio de Santiago; para la iconografía: el fresco primitivo de la anunciación en las catacumbas de Priscila, de finales del s. XI, de inspiración casi ciertamente lucana; el mosaico del arco triunfal de Santa María la Mayor [I ArtelIconología; t Iconos], ejecutado en el pontificado del papa Sixto III (432-440) e inspirado en los textos apócrifos[5]; testimonios que nos permiten comprender cómo ya en el s. V, época en que la solemnidad del 25 de diciembre era celebración unitaria de los misterios de la Encarnación y del Nacimiento, el papa san León Magno (440-461) podía decir en una homilía de Navidad: "Cada día y cada momento, queridos hermanos, se ofrece a la mente de los fieles que meditan en los sagrados misterios el recuerdo del nacimiento de nuestro Señor y Salvador del seno de la Virgen madre, de forma que el ánimo, levantándose a alabar a su Autor, tanto en el gemido de la súplica como en la exultación de la alabanza o en la ofrenda del sacrificio, no contempla interiormente nada con mayor frecuencia ni con mayor fe que el misterio por el que Dios, Hijo de Dios, nacido del Padre y coeterno con el Padre, nació al mismo tiempo del parto de una mujer... Y no sólo vuelve a la mente, sino también en cierto modo a la vista, aquel coloquio del ángel Gabriel con María, llena de asombro, y la concepción por obra del Espíritu Santo, prometida de forma admirable y admirablemente acogida en la fe"[6]. En esta constante prolongación meditativa del acontecimiento y en la celebración del misterio de la encarnación hemos de buscar las últimas motivaciones del Angelus y su primer origen.
En cuanto a su presencia en la liturgia, en oriente está atestiguado desde finales del siglo IV el uso de repetir el saludo del ángel a María con intención cultual. El testimonio más original es la obra maestra litúrgica del himno Akáthistos, que desde finales del siglo V o comienzos del VI hasta hoy hace resonar en la iglesia bizantinoeslava el Ave de Gabriel, repetido continuamente, celebrando a María en el misterio del Verbo Encarnado[7]. En oriente, a partir del siglo VI parece difundirse grandemente la costumbre de saludar a la Virgen con la palabras del ángel. Los fieles mismos o ciertas personas encargadas copiaban en óstraka o en hojas separadas de papiro las partes litúrgicas reservadas a la asamblea; de las ruinas de Dair Al-Bahari, en Tebas, cerca de la actual Lúxor (Egipto), se han extraído óstraka calcáreas donde encontramos la salutación angélica en forma de tropario o su paráfrasis [8]. Otras paráfrasis aparecen también en textos originales en papiro, usados en diversas liturgias orientales[9]. En la anáfora de Santiago, después de la intercesión por los vivos se recuerda a los que nos han precedido en la fe y, antes de hacer memoria de María, Madre de Dios y siempre Virgen, se la saluda tres veces: "Ave, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, porque has engendrado al Salvador de nuestras almas"[10]. Encontramos este mismo saludo, esta vez expresado en una sola ocasión, en la anáfora del evangelista san Marcos[11]. En la himnodia de san Efrén sirio (h. 306-373) y en los autores que prosiguen su sensibilidad teológica y poética, se revive litúrgicamente el saludo del ángel con una especial dramatización[12].
En occidente, por el s. VI se introdujo el saludo del Ave en la liturgia para el ofertorio del 4º domingo de adviento. El texto, que será utilizado en esta formulación durante toda la edad media, está recogido en el Liber Antiphonarius gregoriano: "Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus et benedictus fructus ventris tui", en donde se puede observar la armonización de las palabras del ángel Gabriel con las de Isabel (Lc 1,42), como ya hemos constatado por otra parte en oriente desde el s. V[13]. También el Antiphonale ambrosianum, con ligeras variantes, recoge el mismo saludo angélico en la dominica VI de adventu Domini, para el Confractorium y el Transitorium[14]. Igualmente, los antifonarios más antiguos, tanto del cursus romanus como del cursus monasticus, atestiguan el diverso uso litúrgico que se hizo del Ave Maria[15].
Las primeras noticias de la popularización del Angelus, nos han llegado del mundo monástico, hacia el s. XI[16] posteriormente, el uso se difunde por las iglesias locales. Probablemente el primer canon que prescribe la divulgación del rezo del Ave se remonta a un concilio celebrado en París en tiempos del obispo Odón de Soliac en 1197: "Exhortentur populum semper presbyteri ad dicendam Orationem dominicam et Credo in Deum et Salutationem beatae Virginis" [17]. Desde entonces, cada vez con mayor frecuencia, los concilios locales recomiendan enseñar a los fieles también el Ave María. La popularización del saludo del ángel no tiene que considerarse como un hecho aislado. El clima cultural y consiguientemente religioso en que se divulgó el Ave y en el que, sucesivamente, podemos señalar el nacimiento "puntual" del Angelus, está impregnado en primer lugar de la extraordinaria importancia que vuelven a adquirir los misterios de Cristo en la piedad y en la mística tanto en el mundo monástico-religioso como en el laical[18]. La devoción a la humanidad de Cristo, y especialmente a los misterios de su vida terrena -nacimiento, pasión y muerte en la cruz-, favorece en los siglos XII y XIII una acentuada devoción a María[19].
La piedad mariana influye no sólo en la invocación, sino una vez más en el arte y en la literatura. El Ave María inspira el género de las Ave, de los Gaude, de las Salve..., saludos que se unen además en una especie de salterio de la Virgen; son parafraseados algunos versículos sálmicos o salmos enteros y las 150 estrofas van precedidas por la palabra Ave[20]. El misterio de la anunciación, esculpido o reproducido en las vidrieras de las catedrales románicas y/o góticas dedicadas a María, no aparece aislado más que en raras ocasiones. Como subraya E. Male, "en las vidrieras del s. XIII, donde se cuenta la infancia de Jesucristo, se nos advierte a menudo en tal o cual escena introducida en la serie que se ha pretendido celebrar a la Virgen del mismo modo que a su Hijo. Es raro, por ejemplo, que no se encuentren la Encarnación y la Visitación... Las vidrieras y las esculturas dedicadas a la infancia de Jesucristo atestiguan, en realidad, el culto ardiente que el s. XIII dedicaba a la madre de Dios"[21]. Los primeros textos literarios en lengua vulgar nos transmiten el eco del saludo del ángel en la piedad popular y al mismo tiempo su difusión. A las referencias tan delicadas y esenciales en las colecciones de milagros de Nuestra Señora del occidente europeo (1227-1275)[22],se une la robusta fe del "juglar de nuestra Señora", que conoce como única plegaria oficial el Ave Maria, y no el Pater ni siquiera el Credo[23], en el que parece resonar el Ave Maria parafraseada de Rutebeuf y la devoción mansa y sencilla, marcadamente mariana, de Bonvesin da la Riva en sus Laudes de virgin Maria, ricas en personajes que saludan a menudo a la Virgen "digando Ave Maria/con gran devotion"[24].En este intenso fervor devocional, en las hermandades que encontraron su punto culminante en el año 1260 y en el tiempo privilegiado de renovación espiritual, nace la lauda, en la que encontramos cantado con frecuencia el misterio de la anunciación y de la encarnación del Verbo, canto que se abre con el deseo de decir siempre "ave, / perké tu a la Trinitade / aparechiasti nova cella"[25].Semejante deseo se propagó también, finalmente, gracias a la singular Legenda Aurea de Jacobo da Varagine (t 1298): tras la reflexión sobre el anuncio a la Virgen vienen algunos ejemplos que invitan a repetir Ave Maria, prenda de vida eterna y de liberación del maligno[26].
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