ORACIONES A NUESTRA SEÑORA DE LUJAN

(Del "Manual del devoto de Ntra. Sra. de Luján"
del R. P. Jorge Marta Salvarle)

   Dios os salve, ¡oh portentosa y coronada Virgen de Luján! fundadora de esta Villa donde quisisteis recibir culto en la milagrosa Imagen que dejasteis en ella, como prenda de vuestra protección a estos pueblos del Plata. ¡Oh gran Reina, a Vos acuden éstos confiadamente cubriéndose con el manto de vuestra protección, pues a cuantos imploran vuestro patrocinio, les abrís las entrañas de vuestra misericordia maternal Vos sois el auxilio de los cristianos, la madre de los huérfanos, la defensa de las viudas, el abrigo de los pobres, el consuelo de los afligidos, la redención de los cautivos, la salud de los enfermos, la estrella de los navegantes, el puerto seguro de los náufragos, el amparo y escudo de los combatientes, la corona y el triunfo de los vencedores, la esperanza de los moribundos, la vida, en fin, de vuestros devotos. Proteged, gran Señora, a vuestra Villa y a vuestro pueblo argentino en sus diversas provincias. Conceded igual protección a los pueblos hermanos del Uruguay y del Paraguay, y conservadlos en inalterable concordia; mantenedlos en la fe católica a pesar de las maquinaciones de las sectas; dadles sacerdotes celosos de su salvación, autoridades honradas y cristianas e inspirad a todos fe, abnegación y caridad. Oíd favorablemente a los numerosos devotos que, de todas partes acuden a Vos en sus necesidades, confiados en vuestra protección, a los que os visitan y veneran en vuestra milagrosa Imagen de Luján. Acordaos siempre, ¡oh Reina del Plata!, de vuestros protegidos; defendedlos contra la malicia de sus adversarios y contra su propia flaqueza, a fin de que lleguen a la patria celestial donde os alaben en la gloria del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, por los siglos infinitos. Amén.


De la "Novena a Nuestra Señora de Luján", 1892:
   ¡Virgen querida de Luján! Tres siglos y medio han pasado desde aquel día glorioso para nuestra tierra, en que os quedasteis en los campos de Luján, para elegir y santificar nuestro pueblo, a fin de que vuestro nombre permaneciera, entre nosotros eternamente. Desde entonces, puede decirse que han pasado tres siglos de favores vuestros en beneficio del pueblo argentino. ¡Cómo hemos respondido a tanta generosidad\ ¡Cómo hemos pagado tanto amor!
   ¡Ah Señora! Todo es poco para vuestra gloria. Pero no os hemos olvidado y os pedimos que aceptéis el obsequio humilde de nuestra gratitud.
   Pobre, pequeño era vuestro primer santuario. Os debíamos un trono mejor y el caudal del rico y el óbolo del pobre fueron colocando, una a una, las piedras de la basílica que hoy es vuestra morada de Reina. Pobre, humilde era vuestra veste y la corona que ceñía vuestras sienes de emperatriz y el caudal del rico y el óbolo del pobre fabricaron la diadema de oro y de perlas, que adorna vuestra frente.
   Obras materiales, tienen sobre su valor de tales, un valor digno de Vos. Cada piedra de vuestro templo, cada perla de vuestra corona es un corazón argentino rendido a vuestros pies, un corazón argentino, cuyo amor hacia Vos, tiene la eternidad de la piedra y cuya fe resplandece, con más luz que todos los diamantes de la tierra. Las flechas de tus campanarios que rasgan las nubes, que aspiran llegar a vuestro trono celestial y la bronceada voz de sus campanas es el himno elevado a vuestra historia y que repiten sin cesar, los labios de vuestros hijos. En una palabra, todo es la gratitud del pueblo argentino, a Vos, Virgen Santísima, fundadora de la Villa de Luján, protectora del pueblo, Reina de la Patria, Generala de sus ejércitos, Madre y Señora de sus hijos.
   Aceptad esta ofrenda y por ella, encerradnos siempre en el santuario de vuestro amoroso corazón y coronadnos un día, con la diadema de los justos, en el cielo.

   ¡Oh Inmaculada Virgen María! Que habéis querido ser venerada por los fieles bajo el título de Nuestra Señora de Luján, manifestando en la Imagen que Os está dedicada en aquel pueblo, vuestro poder, vuestro amor y vuestra gloria; tened compasión de nosotros y líbranos de tantos males como nos rodean. Haced que reine en las familias el espíritu religioso de nuestros mayores; conservad a la mujer cristiana en la práctica santa de la religión; preservad a la niñez y a la juventud de los peligros del vicio; iluminad a los que gobiernan. Apartad de nosotros toda peste; fecundad con lluvias oportunas nuestros campos; bendecid sus frutos, haciéndolos saludables. Convertid, Virgen piadosísima, a los pecadores, que atraen sobre las naciones los castigos del cielo. Escuchad ¡Oh Madre de Clemencia!, el amor que de toda la República llega hasta vuestro glorioso Santuario y colmadnos a todos de vuestras maternales bendiciones. Amén.

*Sacado de la Revista "Regina Angelorum", del mes de agosto de 1978.

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