29 de Mayo
BEATO MARCELINO CHAMPAGNAT, Fundador
BEATO MARCELINO CHAMPAGNAT, Fundador
Marcelino Champagnat fue un sacerdote francés, que fundó la congregación de los Hermanos Maristas. Nació el año 1789, el mismo año de la Revolución Francesa, en Rosey, una aldeita en las estribaciones de los montes de Pilat, al sur de Lyon. Sus padres, Juan Bautista y María Teresa, tuvieron 10 hijos, Marcelino fue el noveno. Durante su infancia, trabajó en casa: su familia poseía una pequeña granja y un molino. A los diez años comenzó a ir a la escuela, pero a los pocos días se desanimó y no volvió.
A los catorce años, pasó por su casa un buen
sacerdote que iba "reclutando" jóvenes para el seminario; se fijó en
Marcelino y le animó: "Tienes que estudiar para ser
sacerdote. Dios lo quiere." Y Marcelino se
decidió. Ingresó en el Seminario menor y comenzó sus
estudios con muchos problemas: Como no había ido a la escuela, apenas sabía
leer y escribir. Suspendió el primer curso y "le
invitaron" a quedarse en su casa. Pero Marcelino no se desanimó y
continuó estudiando. Después de muchos esfuerzos, fue
pasando los cursos (aunque con notas más bien flojas) y pasó al Seminario
mayor, en Lyon. Tenía ya 24 años. Allí,
junto con otros seminaristas compañeros de estudios, empezó a madurar la idea
de fundar una congregación de Hermanos, dedicados a la enseñanza y a enseñar
el catecismo a los niños. Tres años después fue
ordenado sacerdote y lo destinaron a La Valla, un pueblecito medio perdido en
los montes de Pilat. Y allí se dirigió.
La verdad es que el pueblo estaba hecho una pena:
los niños no tenían escuela ni nadie que les enseñara el catecismo, y los
mayores apenas iban a la iglesia. Marcelino empezó a hablar con la gente,
se hizo cercano a todos, y el pueblo lo aceptó de buen grado. Un
día lo llamaron para atender a un muchacho que estaba muy enfermo en un
caserío de los montes. El muchacho se llamaba Juan Bautista Montagne, tenía 17
años y se estaba muriendo. Marcelino intentó confesarlo, pero se
dio cuenta de que nunca había ido a la iglesia y apenas había oído hablar de
Dios. Marcelino lo instruyó brevemente en las verdades de nuestra fe, lo
confesó y a los pocos momentos, el muchacho murió.
Esta triste experiencia impresionó fuertemente
al P. Champagnat y, recordando sus proyectos del seminario, le decidió a fundar
una congregación de Hermanos que se dedicaran a la enseñanza y a la
instrucción religiosa de niños y jóvenes, especialmente de los más
necesitados. Enseguida dio los primeros pasos, y el 2 de enero de 1817
reunió, en una casita alquilada cerca de la parroquia, a dos jóvenes que le
habían manifestado su deseo de ser religiosos. Se llamaban Juan María
Granjon y Juan Bautista Audras. Éste fue el principio de los
Hermanos Maristas.
Pronto acudieron otros jóvenes. Marcelino les ayudó
a organizar su vida en comunidad: oración y trabajo, formación personal,
sencillez y pobreza. Inculcándoles una filial devoción a la Virgen María, bajo
cuya protección se puso, desde el primer momento, la naciente congregación. Después de un periodo de formación, el P. Champagnat les dio
un hábito religioso y los jóvenes hicieron sus primeros votos. Al
cabo de un año, Marcelino abrió una escuela en La Valla y
en seguida se hicieron cargo de ella los Hermanos. Después de esta
primera escuela vinieron muchas más. Los
párrocos y alcaldes de los pueblos vecinos se disputaban a los Hermanos.
Así, el Instituto de los Hermanos Maristas comenzó a crecer,
no sin dificultades, y hubo que construir una nueva casa, porque en La
Valla ya
no cabían todos.
Marcelino compró, con dinero prestado, un terreno en el valle
del Gier, a unos kilómetros de La Valla, y allí empezó a construir la nueva
casa. Él mismo la diseñó y trabajó de albañil; los Hermanos le
ayudaban. Fue una gran casa, la llamó «Nuestra Señora del
Hermitage»; todavía existe, rodeada de huerta y bosque. Actualmente
es un gran centro de peregrinación y espiritualidad para hermanos, profesores y
alumnos maristas.
No cabe duda de que Marcelino
Champagnat fue un gran hombre que llevó a cabo una obra extraordinaria:
cuidó como un buen pastor a la gente de su parroquia, atendió a huérfanos y
ancianos, pero sobre todo se consagró a la educación religiosa de la juventud.
Ciertamente, aquello no fue nada fácil: Tuvo que luchar
contra los celos y la incomprensión de algunos de sus superiores eclesiásticos
y
contra la hostilidad de ciertos políticos de su tiempo, enemigos de todo lo
religioso, pero puso su confianza en Dios y en la Virgen María, y logró
superar todas las dificultades.
Su austeridad personal y el trabajo incansable fueron minado
su salud. Murió en la madrugada del 6 de junio de 1840, a los 51 años,
rodeado de sus Hermanos. Sus restos descansan en la capilla de Ntra.
Sra. del Hermitage. En el momento de su muerte, la congregación tenía cerca de
300 Hermanos (más 50 que habían muerto ya), 50 casas y escuelas, y alrededor
de 7.000 alumnos.
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