Eusebio que fue testigo de estos martirios, los narra en los siguientes términos: "Varios cristianos egipcios que se habían establecido en Palestina y otros en Tiro, dieron pruebas de su paciencia y de su constancia en la fe. Después de haber sido golpeados innumerables veces, cosa que soportaron con gran paciencia, fueron arrojados a los leopardos, osos salvajes, jabalíes y toros. Yo estaba presente cuando esas bestias, sedientas de sangre humana, hicieron su aparición en la arena; pero, en vez de devorar o destrozar a los mártires, se mantuvieron a distancia de ellos, sin tocarles, y se volvieron en cambio contra los domadores y cuantos se hallaban cerca; sólo respetaron a los soldados de Cristo, a pesar de que éstos obedeciendo a las órdenes recibidas, agitaban los brazos para provocar a las fieras. Algunas veces, éstas se lanzaron sobre ellos con su habitual ferocidad, pero volvían siempre atrás, como movidas por una fuerza sobrenatural. El hecho se repitió varias veces, con gran admiración de los espectadores. Los verdugos reemplazaron dos veces a las fieras, pero fue en vano. Los mártires permanecían impasibles. Entre ellos se hallaba un joven de menos de veinte años, que no se movía de su sitio y conservaba una serenidad absoluta; con los ojos elevados al cielo y los brazos en cruz, en tanto que los osos y los leopardos con las fauces abiertas amenazaban con devorarle de un momento a otro; sólo por un milagro de Dios se explica que no le tocasen. Otros mártires se hallaban expuestos a los ataques de un toro furioso, que ya había herido y golpeado a varios domadores, y dejándolos medio muertos; pero el toro no atacó a los mártires; aunque parecía que iba a lanzarse sobre ellos: sus pezuñas rascaban furiosamente el suelo y agitaba la cornamenta en todas direcciones, pero sin llegar a embestir a los mártires, a pesar de que los verdugos lo incitaban con capas rojas. Después de varios intentos inútiles con diferentes fieras, los santos fueron finalmente decapitados y sus cuerpos arrojados al mar. Otros que se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses, murieron apaleados, quemados y también ejecutados en distintas formas."
Los hechos sucedieron el año 304. La Iglesia conmemora también en este día a San Tiranio, obispo de Tiro, que había presenciado el triunfo de los mártires y les había alentado; pero hasta seis años después le tomaron preso y le condujeron, junto con San Cenobio de Tiro, a Antioquía. Cenobio era médico y sacerdote de la ciudad de Sidón. Tiranio fue arrojado al río Orontes, tras de haber sufrido crueles torturas. Cenobio murió en el potro.
Poco después, durante el reinado de Maximino, San Silvano, obispo de Emesa de Fenicia fue devorado por las fieras en su propia ciudad. Al mismo tiempo Peleo y Nilo, dos sacerdotes egipcios que se hallaban en Palestina, murieron en la hoguera con algunos otros. San Silvano, obispo de Gaza, fue condenado a trabajar en las minas de Penón, cerca de Petra, en Arabia y más tarde fue decapitado ahí, con otros treinta y nueve compañeros.
Aunque tanto San Tiranio como San Cenobio fueron martirizados en Tiro en la misma fecha (304), la fiesta del primero se celebra el día de hoy, en tanto que la del segundo se estableció el 29 de octubre. La fiesta de San Silvano de Emesa es el 6 de febrero, y la de San Silvano de Gaza, el 29 de mayo.
Eusebio, Hist. Eccles., vol. VIII, cap. 13, es la mejor de las autoridades a este respecto, pero el Acta Sanctorum y el Oriens Christianus de Le Quien, proporcionan otros datos, discusiones y detalles geográficos.
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