19/II/+2019 BEATO ÁLVARO DE CÓRDOBA, Confesor

19 de febrero
BEATO ÁLVARO DE CÓRDOBA, Confesor

  
   Álvaro de Córdoba nace por el 1358 de familia rica y caballeresca, Don Martín y Doña Sancha eran sus padres. Tenían puestas las esperanzas en que su hijo sería la gloria de sus ilustres apellidos Martín López de Córdoba y Alfonso Carrillo. El joven Álvaro era inteligente, simpático, abierto y devorador de libros. En Córdoba se formó en el ya famoso colegio dominicano, llamado Real Convento de San Pablo.
   Malos años aquellos para la Iglesia y en general para toda la humanidad: La Peste Negra diezmó las ciudades y dejó vacíos los conventos. Los que quedaban o los que entraban de nuevo, muchos de ellos no tenían muchas ansias de austeridades y la relajación era bastante común. Por otra parte una terrible brecha, la más triste que había sufrido la Iglesia, le afligía aquellos días: El destierro de Aviñón, primero, y el tristemente célebre Cisma de Occidente, después. Todo esto lo veía y vivía el joven y después ya maduro Álvaro.
A pesar de ello los buenos ejemplos que veía en muchos religiosos y la necesidad que él veía de generosos corazones que lucharan por la Iglesia, tan duramente atacada, fue sin duda lo que le empujó a llegar un día a las puertas del convento dominicano y pedir el hábito de la Orden. Hechos los estudios con la seriedad y profundidad que caracteriza a la Orden dominicana, se ordenó sacerdote y enseñó Artes y Teología en el mismo Convento de San Pablo. Después marchó a Salamanca y en aquella ya célebre Universidad obtuvo el Magisterio en Teología.
   Toda la geografía de España y otras partes de Europa saben de las correrías de este fogoso apóstol que ya en su tiempo lo comparaban con su hermano de hábito y de santidad, San Vicente Ferrer (+1419). Él no puede permitir que la Iglesia esté tirada por tierra con tanto abuso, fruto sin duda de los que se aprovechan de aquellas calamidades ante tanta confusión, ya que mucha hubo de ser, pues hasta los mismos Santos no sabían dónde estaba la verdad. Todos creían poseerla. Los que obedecían al Papa de Aviñón, los que lo hacían al de Roma y por fin los que eran fieles al Papa surgido en Pisa como intento de arreglo que aún lo empeoró.
   Fueron estos años - del 1378 al 1417 - tiempo que duró el tristemente célebre Cisma de Occidente, años verdaderamente dramáticos como los nunca vistos.
Álvaro tenía ideas muy claras para terminar tanta corrupción de costumbres de tantos sacerdotes y seglares cristianos, reyes y gente sencilla, que sólo pretendían medrar a costa de la fe y religión: orar mucho, llevan vida de austeridad y ser fieles al Evangelio a toda costa. Para llevar adelante esta misión se sacrifica, recorre provincias y reinos, predica incansablemente, ora con fervor, escribe con fuego, habla con reyes y con cuan tos la ocasión le ofrece...
Se lo rifan en diversas Cortes, pero él en tanto permanece en ellas en cuanto ve que su influencia es eficaz. Organiza la Vía Dolorosa en Tierra Santa, fomentando nuestro actual Vía Crucis. Fue el paladín de la reforma. Además de los muchos conventos que reformó, fundó uno de este tipo en el que quiso pasar los últimos años de su vida, el de Escalaceli donde, lleno de méritos, una tarde del año 1430, volaba a la eternidad. Dicen que los mismos ángeles que le habían ayudado en la construcción de su Convento reformado, ahora volaban por los cielos cordobeses anunciando la buena nueva...  

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