DOMINGO CUARTO DESPUÉS DE EPIFANÍA
[Mt 8, 23-27] Mc 4, 35-41
R.P. Leonardo Castellani
("El Evangelio de Jesucristo")
En el Domingo cuarto después de Epifanía la Iglesia lee en la misa la narración de la
Tormenta en el Lago, que cuentan los tres Sinópticos; según el texto más breve de todos, que
es el de Mateo: tiene solamente cuatro versículos, pero la narración está hecha con tan
magistral energía que parece un grabado en cobre o en madera, con los cuatro rasgos
principales.
Mateo es el más rico y más enérgico de los tres Sinópticos. La Biblia de
Bover-Cantera dice: “Este Evangelio pertenece a la literatura escrita; el de Marcos a la
literatura oral”. Es un error serio que muestra mucho atraso en exégesis. Con toda certeza, los
cuatro Evangelios pertenecen al género que hoy llaman los lingüistas, etnólogos y psicólogos
estilo oral; y fueron recitados de memoria antes de ser fijados en el pergamino –por lo menos
los tres primeros– como las rapsodias de Homero, el Vedhanta, el Korán, el Poema del Myo
Cid y en realidad casi todos los monumentos religiosos o épicos de la Antigüedad. Esta
noción, que hoy día se posee en forma científica, resuelve de un golpe la falsa Cuestión
Sinóptica, que preocupó a los eruditos durante dos siglos; consistente en que los Evangelios
tienen entre sí algunas divergencias por un lado, y una concordancia maciza por otro; como
puede verse en este relato, que traen los tres Sinópticos. Eso ocasionó un lío muy grande en la
cabeza de los sabios alemanes, algunos de los cuales llegaron a negar la autencía y la
veracidad de esos tres documentos religiosos, hasta que Marcel Jousse descubrió las
admirables leyes del estilo oral.
Cosa increíble: hay una tormenta tal en el Mar de Tiberíades que las olas invaden la
cubierta de la barca de los Pescadores; y Jesucristo duerme. ¿Se hace el dormido, como dicen
algunos, para “probar a sus discípulos”? No: duerme, apoyada la cabeza en un banco. Esa
manera de probar a la gente con cosas fingidas es una chiquilinada inventada por un mal
maestro de novicios: lo único que prueba de veras es la vida, la verdad, la realidad, no las
ficciones. Tampoco es verdad que Dios haya prohibido a Eva el Fruto del Árbol del Malsaber
para probarla; se lo prohibió porque simplemente no le convenía ese fruto a ella ni a nadie.
Dios no hace pavadas, pero hay gente que tiene inclinación a atribuirle las pavadas propias.
Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; pero el hombre se lo ha devuelto; porque
¡cuántas veces no ha rehecho el hombre a Dios a imagen y semejanza suya!
Jesucristo es notable: duerme de día en medio de una tormenta, y de noche deja la
cama y se sube a una colina para orar hasta la madrugada. No lo despiertan el bramar del
viento, el golpe del agua, los gritos de los marinos, y lo despierta un gemido en la noche o
una mujer hemorroisa que le toca el vestido. Mi abuela Doña Magdalena decía: “Jesucristo es
bueno, yo no digo nada; pero ¿quién lo entiende, dígame un poco?”.
Sólo un niño o un animal puede dormir en esas condiciones en que los tres
Evangelistas dicen que Cristo realmente “dormía”; y también un hombre que esté tan cansado
como un animal y tenga una naturaleza tan sana como la de un niño. Muchos hombres de
natura privilegiadamente robusta sabemos que podían dormir cuando querían: como el Primer
Napoleón por ejemplo, del cual se cuenta podía eso: dormir cuando le parecía bien, sobre
todo en los sermones; y hubo que despertarlo la mañana de la batalla de Austerlitz. En
cambio el Tercer Napoleón, su sobrino, no pegó los ojos la noche del golpe de Estado de
1851 y se levantó tres veces para ver si se había dormido el centinela. Porque el Primer
Napoleón fue un Héroe; pero el Tercer Napoleón fue una Imitación de Héroe: un Payaso.
Bueno, el caso es que Cristo dormía, y los discípulos lo despertaron diciéndole algo
que está diferentemente en los tres Evangelistas; pero en realidad le deben haber gritado no
tres sino unas doce cosas diferentes por lo menos; que se resumen en ésta: “”¡Sonamos!,. ,
¿No te importa nada que nosotros “sonemos”?” que trae San Lucas como resumen de toda la
gritería. Lo que dijo Mateo, que estaba allí, fue esto: “Señor, ayúdanos, perecemos”. Cada
uno dijo lo mejor que supo y eso es todo.
Lo que les dijo Cristo–en esto concuerdan los tres relatores– fue “cobardes”. La
Vulgata latina traduce “Modicae fidei”, o sea “hombres de poca fe”; pero Cristo, en griego o
en arameo, les dijo “cobardes”. Un hombre que grita cuando hace agua su lancha en una
tempestad del Mar de Galilea, que son breves pero violentas; suponiendo incluso que haya
gritado un poco de más, ¿es cobarde? Para mí, no es cobarde. Pero para Jesucristo es cobarde.
A Jesucristo no le gustan los cobardes.
La Iglesia (“la barquilla de Pedro”, que le dicen) ha tenido muchas tempestades y ha
de tener todavía otra que está profetizada, en la cual las olas invadirán el bordo, y parecerá
realmente que los pocos que están dentro suenan. Cristo parece haber conservado su
costumbre juvenil de dormir en esos casos; y también su idiosincrasia de no amar la cobardía.
La cobardía ¿es pecado? Sí; y en algunos casos muy grande. Los Apóstoles tenían una
manera de predicar que yo no usaría otra si me dejaran predicar: que es hacer una lista de
pecados grandes, recitarla y después decir: “Ninguno de estos entrará en el Reino de los
Cielos. Basta”. Así San Pablo dice: “No os enamoréis, hermanos: que ni los idólatras, ni los
ladrones, ni los divorciados, ni los avaros, ni los perros [o sea los maricones] ni... –y así sigue
un rato–entrarán en el Reino de los Cielos”. Hoy día habría que predicar así, sencillo... es
opinión nuestra.
Pues bien, San Juan en el Apokalypsis, que es una profecía acerca de los últimos
tiempos, añade a la lista de pecados otros dos que no están en San Pablo: “los mentirosos y
los cobardes”. Lo cual parece indicar que en los últimos tiempos habrá un gran refuerzo de
mentira y de cobardía. Dios nos pille confesados.
La cobardía en un cristiano es un pecado serio, porque es señal de poca fe en Cristo
(“cobardes y hombres de poca fe”) que ha dado sus pruebas de que es un hombre “a quien el
mar y los vientos obedecen” –dice el Evangelio de hoy– con el cual por lo tanto, el miedo no
es cosa bonita; ni lícita siquiera. Julio César, en una ocasión parecida, no permitió a sus
compañeros que se asustaran. “¿Qué teméis? Lleváis a César y a su buena estrella” les dijo.
Mucho más Jesucristo, creador de las estrellas.
Lo que gobierna el mundo son las Ideas y las Mujeres, dijo uno. Las Ideas, lo dudo
mucho. Las Mujeres, habría que hacer la prueba. ¿Qué sucedería si en la Argentina saliese
una especie de Teresa de Jesús, que persuadiese a todas las mujeres este propósito: “¡No te
casaré con ningún hombre que sea un cobarde!”. Yo creo que se vendría abajo la tiranía de
turno; y no subiría más ningún otro tirano.
En otros tiempos, los argentinos no eran ni adulones ni cobardes. Ahora parecería,
según algunos que leen los diarios, que se están volviendo adulones y cobardes. Que Dios nos
salve por lo menos de las mujeres.
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