DOMINGO DE SEXAGÉSIMA
[Lc 8, 4-15] Mt 13, 1-23
R.P. Leonardo Castellani
("El Evangelio de Jesucristo")
La Parábola del Sembrador es la primera de las ocho denominadas “del Reino” que
Mateo pone seguidas y Marcos y Lucas separadas; pues muy probablemente Cristo las
improvisó en diferentes ocasiones, ya una, ya la otra. Los rabbíes trashumantes eran
improvisadores, como nuestros payadores; y tomaban pie de cualquier cosa que vieran para
sus poemas, o recitados de estilo oral, mejor dicho.
Ésta del Sembrador es una de las dos parábolas que Cristo mismo interpretó, a pedido
de los discípulos; y no se puede negar que fue vivo, porque interpretó las más fáciles; o será
que nos parecen fáciles a nosotros, porque ya están explicadas autoritativamente.
Entre el recitado y su interpretación está intercalado en los tres Evangelios el turbador
pasaje que llaman “la motivación de las parábolas”, en el cual el Salvador siendo
preguntado, por un fariseo probablemente: “¿Por qué les hablas en parábolas?” contesto en
suma con esta salida: “¡Para que no entendáis!”. Pero para que no entendieran ¿no era lo más
práctico callarse? Si un Salvador no quiere salvar, lo más seguro y barato es callarse la boca.
Es una respuesta irónica de Cristo. Ironía ensenan que es decir las cosas al revés;
como por ejemplo, hablar de la gran cultura argentina. La verdad es que ironía es la
indignación templada y como forrada por la inteligencia; como cuando Cristo le dijo a
Nicodemus: “Tú debes saberlo bien, que eres Maestro de la Ley.” La ironía es el lenguaje del
hombre ético cuando habla a los anéticos: “el hombre magnánimo usa de la ironía” dice
Aristóteles: “vir magnanimus utitur eironeia”. El humor es propio del hombre noble, sea
inglés o no; los países en que no hay humor y el hombre que no entiende el humor, son poco
desarrollados. No se puede decir esto ni de la ciudad de San Juan ni del Maestro Calderón de
la Piragua, que es de origen inglés. Pues bien, Cristo tenía el sentido del humor pese al juicio
contrario de Cronin en ' as llaves del Reino.
Cristo respondió muchas veces irónicamente. La ironía es estilo indirecto; y además
es estilo pregnante, que está preñado de sentido y dice varias cosas a la vez y en forma más
eficaz que el estilo directo. Cristo pues podría haber respondido en estilo directo más o
menos: “Yo predico como debo predicar, es la forma más adecuada que existe para enseñar
verdades estrictamente religiosas; es decir, misterios; en la forma que ya profetizara de mí el
Rey Profeta en el Psalmo 77, y el Profeta Isaías en su Recitado Sexto... Yo sé perfectamente y
de antemano que vosotros, oh fariseos, de esta forma mía de predicar, os haréis una piedra de
tropiezo y una ocasión de perdición; pero es porque en el fondo queréis perderos. Unos
saldrán diciendo que no entienden, otros entenderán más de lo que hay, unos que es difícil,
otros que es pedestre, otros que eso no es para ellos sino para los “chinos”... “para esa maldita
plebe que no conoce la Ley”, como dicen ustedes los fariseos, cuando están entre ustedes.
Pero yo no por eso voy a dejar de predicar como corresponde... y como a mí mejor me parece
y place, ¡últimamente, caramba!... Ustedes no me pagan mis prédicas, yo predico como mejor
me parece...”.
Pero el amor herido produce celo, el celo produce indignación y la indignación
produce estilo indirecto, ironía. Y así Cristo, en vez de responder larga y directamente,
respondió breve e incisivamente: “Hablo así para que se cumpla lo que dijo Iéyada el Profeta:
para que viendo no veáis –porque vosotros os dáis de muy videntes y sois ciegos– y oyendo
no oigáis; porque este pueblo me tiene mucho en la boca y poco en el corazón; y de ese modo
no entiendan, y yo no los sane, y tropiecen y se pierdan... Para eso hablo en parábolas.”
Esto se llama una profecía conminatoria, esas profecías que se hacen para que no se
cumplan; y cuanto más atroces, son más piadosas; como cuando uno le dice a su hijo: “Vos
vas a acabar en la cárcel.” Prever lo que va a pasar no siempre es desearlo; y decirlo de
antemano con gran fuerza a fin de ponerle óbices, eso es amor y no es odio. Así pasó en
Nínive con el Profeta Jonás.
En la parábola del Sembrador, el Sembrador es Cristo, y las tres clases de semillas
malogradas son tres clases de hombres que fallan en la fe; en quienes se malogra “la luz que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.
Estos tres hombres se podrían denominar el Frívolo, el Flojo y el Furioso. Claramente
se ve en la parábola una progresión en la suerte de la semilla; porque en efecto, la que cae en
el camino, ni siquiera germina; la que cae sobre ripio, germina y se quema pronto; mas la que
cae entre abrojos –o cañotas– crece bastante pero después es como aprisionada y asfixiada. Y
así hay tres clases de hombres con respecto a lo religioso, que se pueden simbolizar en Don
Juan Tenorio, el Fausto y el Judío Errante. Y si quieren personajes históricos y no
legendarios, digamos por ejemplo Casanova, Goethe y Napoleón, para no salir de nuestros
tiempos. Nuestros hechiceros tiempos se especializan en la fabricación en serie de hombres
frivolos –con venia del galicismo–, que en español se dice: livianos, casquivanos, volanderos,
botarates, pueriles, no desarrollados. El biólogo Carrel dice –quizá con exageración– que la
gran mayoría de la población de EE.UU. no está desarrollada psíquicamente más allá de la
edad mental de 14 años.
No lo sé. Lo dudo. Quiera Dios que nosotros hayamos llegado siquiera a los 12.
En los tipos frívolos o distraídos la fe no puede ni prender siquiera, porque ella
pertenece al dominio de Lo Serio: allí cae sobre el camino, es sembrada en la calle. Ellos
pueden hablar de Dios y aun saber el Credo, como Don Juan; pero lo Religioso está
amputado e ellos; o mejor dicho, está atrofiado. Don Juan Tenorio no es el símbolo del
“pecadorazo español”, como cree Ignacio Anzoátegui, del hombre que “cree fuerte y peca
fuerte” de Lutero. ¡Ni por pienso! Don Juan Tenorio con sus bigotazos, sus desplantes, sus
bravatas, sus conquistas y su espada pronta, es un varón poco desarrollado; el doctor
Marañón lo clasifica incluso entre los 'feminoides”. Por eso entiende tan rápidamente a la
mujeres en lo superficial; porque es amujerado. Para el hombre muy varonil, la mujer es un
misterio profundo y respetable, por no decir adorable; para el achiquilinado es algo como el
ratón respecto al gato: algo enteramente claro y perspicuo. Don Juan Tenorio está lleno de
malos pensamientos y pequeñas porquerías; pero no peca, hablando en serio; el pecado es
una cosa seria y no es lo mismo ser pecador que chico malcriado. Las que pecan serían en
todo caso las mujeres que lo siguen, como el caburé no tiene la culpa que las gorrionas se le
vayan encima: pecado de bobería, que es uno de lo más peligrosos que hay. Esa Margarita,
por ejemplo, que Goethe quiere damos como un portento de inocencia... Es una mujercita un
poco corrompidita; la prueba es que se hace la bobito. Quizá nos equivoquemos ¿no?
Fausto si peca: cuando seduce a Margarita sabe lo que hace; y por eso vacila y
tiembla. Mientras, Don Juan no sabe lo que es vacilar, y ésa es una de sus fuerzas. Fausto es
el hombre que ha recibido la fe, que es capaz de lo ético y lo religioso –es capaz del amor y
no solamente del deseo–: pero en el cual la fe se secó pronto porque él no quiso sufrir; y por
tanto no quiso obrar conforme a la fe; y la fe sin obras es muerta. Cristo declara netamente
que es el miedo al sufrimiento lo que suprime la religión en estos tipos; lo cual prueba que
entienden lo que es religión, puesto que ven claramente que la religión los va a remolcar por
un camino que les causa pavor; y por eso desenganchan al momento. Con éstos el diablo
tiene más trabajo, pero también más cosecha. Con los primeros, “las aves del aire fuliginoso”
se limitan a comerse las semillas antes que nazcan; aquí ya interviene Mefistófeles con
discursos, promesas y vivezas; y hasta con golpes de mano a veces. Lo demoníaco, que en
Don Juan está oculto, aquí se hace visible.
El tercer caso es más tremendo: allí la fe existe, pero está cubierta y como fagocitada
y convertida en fermento de acción... y desesperación. Lo demoníaco es aquí inmediato: no
necesitan un Mefistófeles al lado. Fermento de acción mundana, por supuesto, no de acción
interna, que es la verdadera acción: de agitación, hablando en plata. Todos esos hombres a
presión, esos hombres agitados y poderosos que han hecho grandes cosas –ruinosas– en la
Historia (“Gigantes viri famosi” los llama el Génesis) como Napoleón Primero o Hitler, son
en el fondo hombres religiosos; pero su religiosidad está desviada. La Semilla cayó entre
Espinas. Lo Religioso es lo que impulsa al Judío Errante a su fatídica errabundia: si no puede
pararse es porque tiene fe, pero su fe está aprisionada por una pasión; símbolo poderoso que
creó el Medioevo para significar el mismo disperso y errabundo pueblo judío.
Ashaverus tiene verdadera inquietud religiosa: sabe que ha pecado contra Cristo y que
ese pecado no es una cosa indiferente ni siquiera corriente, sino extraordinaria y horrorosa;
pero no llega a postrarse ante el Muerto a pedir perdón. Y entonces el desasosiego espiritual,
que es el manantial de la religiosidad, en vez cae volverse fe se vuelve angustia.
Pero estos terceros infieles son los que más fácilmente se convierten: la
Desesperación es la Enfermedad de Muerte, pero al mismo tiempo es el Remedio. Ashaverus
se convertirá al final; el que no se convierte nunca es Fausto: Goethe se equivocó al hacer
convertir a Fausto en su Segunda Parte. De hecho Goethe, que fue el verdadero Fausto, no se
convirtió nunca, que nosotros sepamos. Fausto es la Duda; y la Duda no puede convertirse
porque entonces se aniquila a sí misma, hablando en el mundo de las Ideas; puesto que
sabemos que todo hombre puede convertirse si quiere.
Pero en el mundo de las Esencias, Fausto convertido es una contradicción; lo mismo
que un Caifás convertido.
En nuestros chapuceros tiempos modernos hay de todo, como en las revistas
argentinas: hay el Desesperado, hay el Dubitante y hay el Distraído-Divertido; o si quieren de
otro modo, existen el Afiebrado, el Amputado y el Atrofiado, los tres tipos que previó Cristo.
Pero como hemos dicho, nuestra época se especializa en este último; lo mismo que las
revistas argentinas: en el Divertido-Distraído.
Consolémonos: también hay tres tipos en los cuales la Semilla no se malogra, que son
el Penitente, el Pío y el Perfecto. En unos da 30; en otros, 60; en pocos da el 100 por uno, los
cuales se llaman los Hombres del Ciendoblado. Éstos son los hombres que hacen todas las
cosas que predican; que tienen una fe total y todos sus actos expresan esa fe. Los que gritan
son oídos en este mundo; pero mucho más son oídos los que no gritan y hacen. El
Ciendoblado es el hombre cuya vida predica el Evangelio sin muchas palabras; que cuando
habla del sufrimiento, sabe lo que es sufrir; cuando habla de la renuncia, sabe lo que es
renunciar; cuando habla del martirio, sabe lo que es el martirio. Y cuando habla del Amor de
Dios, dichoso él, sabe lo que es el Amor.
Nada de eso sabe el frívolo. Hoy día casi todo es “calle”. El diablo ha inventado un
Camino Anchísimo para confort del hombre moderno: una “autoestrada”. Ha hecho que todo
se vuelva calle y trocha, hasta el hogar, hasta la escuela, hasta la iglesia; no puede pararse
uno, todo es para caminar, como el mundo entero para el Judío Errante; y, naturalmente, todas
las Semillas caen en el camino. Y, naturalmente, de esa manera ha obligado al Sembrador a
tomar el arado y convertirse en Arador.
“Los pecadores me araron el lomo”, dice el Profeta David profetizando los azotes de
Cristo; mas llegará un tiempo en que Cristo habrá de tomar el azote y ararnos a nosotros, para
que nos salvemos aunque sea “tanquam per ignem”, a través del fuego. Peor es nada.
La bomba atómica puede convertir a Europa, dice Belloc; y si no convierte a Europa,
paciencia; por lo menos me puede convertir a mí...