La leyenda de de Santa Eugenia, lo mismo que la de Santa Marina, Santa Reparata y otras, consiste en la fábula de una mujer que vive disfrazada de monje y es acusada de un delito que está imposibilitada para cometer. Para variar, relataremos aquí el cuento con las palabras de la Leyenda Dorada.
Eugenia, la noble virgen, era hija de Felipe, duque de Alejandría, quien gobernaba toda la tierra de Egipto en nombre del emperador de Roma. Cierto día, Eugenia salió ocultamente del palacio de su padre, acompa ñada por dos servidores (Santos Proto y Jacinto) y, con los atavíos, el porte y los hábitos de un hombre, se refugió en una abadía, donde llevó una existencía tan santa y ejemplar, que no pasó mucho tiempo sin que se le diera el cargo de abad. Y sucedió que ninguno de los monjes a su cargo sabía que el abad era una mujer y, sin embargo, una dama lo acusó formalmente de adulterio ante el juez, que era el padre de la acusada. Eugenia fue inmediatamente arrojada en la prisión, en espera del juicio que la condenaría a muerte. Pero la noble virgen se las arregló para hablar largamente con el juez, su padre, hasta que lo convirtió a la fe de Jesu cristo. Hasta entonces le descubrió que era una mujer, se dio a conocer como su hija y le recriminó que la tuviese encarcelada por un crimen que no podía haber cometido. En cuanto se aclararon las cosas, la dama que había formulado la falsa acusación ardió con el fuego del infierno junto con todos sus cómplices. El juez, padre de Eugenia, llegó a ser un santo obispo y, mientras cantaba misa, fue degollado por la fe de Jesucristo. Además, la dama Claudia (madre de Eugenia) y todos sus hijos, se trasladaron a Roma para enseñar la doctrina. Fueron muchas las gentes comunes convertidas por ellos, mientras que Eugenia conquistaba innumerables doncellas para el servicio de Dios. La dicha Eugenia fue atormentada de muy diversas maneras y al fin, la espada consumó su martirio. Así ofreció su propío cuerpo a Nuestro Señor Jesucristo, qui ese benedictus in saectda saeculorum, Amen.
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En primera instancia, fue el obispo Helenus, de Heliópolis, quien envió a Eugenia al convento de los monjes, después de haberla acogido, instruido y bautizado, después de que la joven huyó de su casa vestida con ropas de hombre. La falsa acusación se produjo a raíz de que Eugenia rechazó las proposiciones amorosas de una mujer agradecida a la que había curado milagrosamente de un enfermedad. Los detalles romancescos de la doncella que se disfrazó de hombre, le fueron arbitrariamente atribuidos a otra Santa Eugenia, una mártir romana que fue sepultada en el cementerio de Aproniano, en la Vía Latina, donde posteriormente se edificó una basílica en su honor, iglesia ésta que fue restaurada en el siglo octavo. En su Etude sur légendier romain 171-186, Delehaye comenta la leyenda minuciosamente y, tanto ahí como en CMH., demuestra que hay razones para creer que Santa Eugenia existió y que fue uténtica en Roma.
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