03/VII/+2019 SAN RAIMUNDO GAYRARD, Confesor

3 de Julio
SAN RAYMUNDO GAYRARD, Confesor



   Los orígenes de la ciudad de Tolosa (Francia) se remontan hasta las emigraciones de los pueblos celtas (siglo IV antes de nuestra era), en el que los "bárbaros" descendieron hacia el Garona y fundaron en torno al viejo Tolosa un Estado cuya influencia debía extenderse hasta las orillas del Mediterráneo. Bajo la conquista romana, desde el año 125 antes de Jesucristo al 52 después del mismo, la Galia céltica se asimila la civilización del ocupante, y Tolosa, renovada al contacto con las instituciones romanas, constituye durante el primer siglo de nuestra era la ciudad más opulenta de la provincia Narbonense.
En esta ciudad galorromana penetró en el siglo III San Saturnino, fundador de la iglesia de Tolosa, cuya grandiosa figura se destaca en toda la antigüedad cristiana del sur de Francia. El fue quien plantó la iglesia, y él quien, por su sepulcro, es como signo visible de la apostolicidad de la misma. En su conmemoración se construyeron dos basílicas: una en el lugar de su suplicio, antiguo Capitolio, dedicada hoy a Nuestra Señora del Toro; la otra sobre su tumba, donde se veneran aún sus reliquias, y que es uno de los más célebres monumentos de la arquitectura románica.
Pues bien; a la construcción de esta grandiosa basílica está ligado el nombre de otro santo, San Raimundo Gayrard, cuya fiesta se celebra en Tolosa el 3 de julio y en las casas de los canónigos regulares de Letrán el día 8. Es más, habiéndose realizado, por breve de 4 de mayo de 1959, la Confederación de las cuatro Congregaciones de canónigos regulares de San Agustín que existen en la Iglesia, la fiesta de San Raimundo ha pasado a celebrarse en todas las casas de dicha Confederación en esta misma fecha.
Raimundo nació en Tolosa a mediados del siglo XI. Sus padres le hicieron entrar al servicio de la iglesia de San Sernín o San Saturnino, en la que fue cantor, aunque sin pertenecer al estado clerical. Allí vio comenzar los trabajos de la nueva basílica y cómo rápidamente, en los años que van del 1080 al 1096, se elevaban el ábside y el presbiterio. El papa Urbano II, el 24 de mayo de ese año 1096, consagraba solemnemente la parte de obra que se había acabado ya.
Joven aún abandona la basílica y se casa. Transcurren así unos años de vida tranquila y ejemplar. Pero su mujer muere joven y Raimundo decide no volver a casarse y dedicarse de lleno a adquirir la santidad. Lo hace por el camino que el mismo Señor nos ha marcado en el Evangelio: la práctica de la caridad. Una caridad sin límites, manifestada en la continua distribución de limosnas, de víveres, de vestidos, de buenos consejos. Tan amplia que alcanza a todos, incluso a los mismos judíos, entonces tan menospreciados. Una caridad que llega a simbolizarse en el asilo que logra construir para acoger a trece pobres, en honor de Cristo y de los doce apóstoles. Una caridad que le lleva también a realizar una hermosa obra al servicio de los caminantes: las crecidas del río Hers les causaban muchas dificultades y Raimundo encuentra la manera de construir rápidamente dos puentes de piedra.
Pero hay una cosa que le causa profundo sentimiento. La basílica de San Sernín, que había comenzado con tan buenos auspicios, se encontraba, sin embargo, casi detenida en su edificación. El pueblo se había cansado, y en Tolosa cundía el desaliento ante la enormidad del trabajo que quedaba por realizar. En ese momento toma Raimundo la dirección de la obra, que habría de conservar hasta el mismo día de su muerte. Todo cambia al contacto con su entusiasmo y su tenacidad. Trabajador infatigable, siempre en su puesto para dirigir y estimular a los obreros, va resolviendo al mismo tiempo las dificultades de carácter técnico, que no eran pequeñas, y las de orden económico, mayores aún. Cuidando con amor de todos y cada uno de los detalles consigue salvar el plan primitivo, que muchos consideraban completamente imposible. Edifica primero el transepto, después los últimos cuatro trozos de la nave, por fin los muros exteriores de los lados hasta el nivel de las ventanas altas. La muerte le impide acabar por completo la obra, pero, como hemos dicho, el plan primitivo se habrá salvado y sus sucesores, unas veces con mayor rapidez y otras, las más, con lentitud, irán terminando la obra. Sin embargo, aún hoy se puede apreciar en la maravillosa basílica la finura de la decoración y el mimo con que están tratadas las partes edificadas por San Raimundo.
Ocurrió lo que cabía esperar. De una parte, San Raimundo, entregado por completo a su vida de caridad y de trabajo al servicio de la Iglesia, concibió deseos de consagrarse enteramente a Dios. De otra parte, los canónigos no podían mirar con indiferencia a aquel admirable arquitecto que la Providencia les había deparado para terminar la obra emprendida. Raimundo solicitó ser admitido en el Cabildo. Y los canónigos no sólo accedieron, sino que poco después le dieron el cargo de preboste del Cabildo. Canónigo ejemplar, continúa edificando a sus hermanos durante el resto de su vida hasta morir santamente el 3 de julio de 1118.
Numerosos milagros se produjeron en su tumba, y bien pronto fue honrado como un santo. Sin embargo, no se obtuvo la aprobación de su culto por parte de la Santa Sede hasta el año 1652. Con ocasión de una gran epidemia, aplacada por su intercesión, se acrecentó grandemente la devoción hacia él, y el papa Inocencio X aprobó solemnemente su culto.
Su vida no fue escrita hasta el siglo XIII, y de esta única fuente parten todos los conocimientos que de él tenemos. Inocencio X recomendó que se le invocara en las enfermedades. Pero, con razón, varios autores modernos, como los monjes benedictinos de Hautecombe y de París, han señalado la oportunidad de invocarle también como patrono de los arquitectos, de los constructores y de los mismos arqueólogos, ya que manifestó de manera tan admirable su ciencia técnica, su habilidad y su conciencia profesional. En estos tiempos de incertidumbre en cuanto al camino que ha de recorrer el arte sagrado, la protección del santo canónigo tolosano, autor de una de las más maravillosas obras de arte de la cristiandad, podría ser prenda de acierto en tan difíciles problemas.
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA



*Año Cristiano, Tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.

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