13 de julio
SAN EUGENIO DE CARTAGO, Confesor
SAN EUGENIO DE CARTAGO, Confesor
El prudentísimo y pacientísimo san Eugenio, obispo de Cartago, era un caballero seglar de esta ciudad muy estimado por su celo, discreción y piedad cristiana. Cuando por voz común de todos sus conciudadanos, fue elegido y ordenado sacerdote y obispo de aquélla iglesia en tiempo del cruel Hunerico, rey de los Vándalos, los cuales se habían hecho dueños y señores del Africa. Aunque el santo prelado gozó de paz en los primeros tiempos de su gobierno, y era respetado por los herejes, y muy amado por los católicos, que hubieran dado por él la hacienda y la vida, no tardó el rey Hunerico, que profesaba la secta de los arrianos, en perseguir de muerte a los fieles, y a sus venerables pastores. Para dar algún color a su perfidia, obligó a todos los obispos a jurar que deseaban que después de su muerte le sucediese su hijo en el trono. No dudaron algunos en jurarlo, juzgando que podían con ello contentar al rey, y otros no prestaron aquel juramento, pensando que era contrario a la ley de justicia; pero el bárbaro monarca los condenó a todos, alegando que los primeros habían sido infieles a Dios, que manda no jurar; y los segundos se habían mostrado rebeldes a su príncipe. Poco después dio orden para que la persecución se hiciese general. Los sacerdotes de Cartago fueron azotados con látigos y varas, las vírgenes consagradas a Dios cruelmente atormentadas, muriendo muchas de ellas en el potro, y los obispos, todo el clero y muchos seglares y señores católicos fueron desterrados. En un número de unas cinco mil personas. Cuando el pueblo vio tan maltratados a aquellos venerables sacerdotes y al santísimo obispo Eugenio, que con ellos iba desterrado, les seguía con los ojos llenos de lágrimas, diciendo: ¿Cómo nos dejáis así desamparados para ir vosotros al martirio?, ¿quién bautizará a nuestros hijos?, ¿quién nos administrará la penitencia y la comunión?, ¿quién nos enterrará después de muertos y ofrecerá por nosotros el divino sacrificio? Habiendo fallecido ya aquel cruel rey de los Vándalos, tornó el varón de Dios a su diócesis, pero fue desterrado de nuevo por Trasimundo a las; Galias, y haciendo vida solitaria cerca de Albi, escribió algunos libros contra los, errores de los herejes, hasta que consumido de trabajos descansó en el Señor. También murió en el destierro todo el clero de Cartago, compuesto de unos quinientos sacerdotes y diáconos y de muchos niños que eran cantores de aquélla iglesia, y con ellos el santo arcediano llamado Salutario, y Murita, que era el segundo de aquellos sagrados ministros, los cuales habiendo sido puestos por los herejes tres veces en el tormento, perseveraron constantes en la verdadera fe de la iglesia católica y merecieron la corona inmortal de confesores de Jesucristo.
REFLEXIÓN
¿Has reparado sin duda en el castigo que dio el bárbaro Hunerico así a los que trataron de contentarle a él, como a los que sólo quisieron contentar y estar bien con Dios? Cumplamos pues las obligaciones de conciencia sin respetos humanos, porque hasta los malos echan a mala parte lo que se hace por complacerles contra la conciencia y violando la ley del retorno vuelven mal por bien. Mas Dios, es fidelísimo, y si hacemos su santísima voluntad, aun a costa de las persecuciones de los malvados, no seremos confundidos, sino más dignos del respeto y admiración de los hombres, y de la alabanza y gran, recompensa de Dios. "Bienaventurados, dice Jesucristo, los que padecen por la justicia, porque es grande su galardón en el reino de los cielos".
ORACIÓN
Dígnate, Señor, oír nuestras oraciones en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Eugenio, y perdona nuestros pecados, por los méritos e intercesión de este santo que te sirvió tan dignamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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- *FLOS SANCTORUM de la Familia Cristiana: Comprende las Vidas de los Santos y Principales Festividades del año, Ilustradas con otros tantos grabados y acompañadas de piadosas reflexiones y de las Oraciones litúrgicas de la Iglesia. Por el P. Francisco De Paula Morell, S. J.. Ed. Difusión, S. A., Buenos Aires, 1943.
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