DUODÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
(Semidoble - Ornamentos verdes)
Salomón es viva figura de Jesucristo, rey de la paz y de la celestial Jerusalén. Rey sabio que dijo un día a los incrédulos judíos: "He aquí uno mayor que Salomón". En todos estos domingos quiera la Iglesia que leamos los escritos del Espíritu Santo inspiró a aquel gran monarca para aprovechamiento de todos los venideros. Leamos esos libros saturados de celestial Sabiduría, y escuchemos sobre todo la voz de Jesús que será siempre nuestro maestro por excelencia. Este domingo insiste en la Caridad. Cumpliéndola debidamente, hemos cumplido toda la Ley y no correremos peligro de desmoronarnos, porque esa virtud nos atará a la Divina Voluntad con atadura y vínculo perfecto, de manera que se podrá decir con todas veras: "Ama et fac quod vis". Cumplir la Ley Cristiana como Dios manda y no quedarse en su corteza, es hacer lo que hizo el Buen Samaritano con el pobrecito que los ladrones dejaron maltrecho a la vera del camino. Este Buen Samaritano es Jesús, Jesús nuestro médico sapientísimo, cariñoso y desinteresado el cual se vistió traje de pecador y anduvo, como nosotros por el camino de una vida mortal buscando precisamente a los pecadores heridos por los dardos del demonio, derramando sobre nuestras llagas gangrenadas el bálsamo del consuelo y el óleo y vino de sus Sacramentos, ese óleo y ese vino de que hablan el Evangelio y la Comunión. Bendigamos, pues, al Señor en todo tiempo (Gr.), por haber extremado así sus bondades con nosotros. Pero quiere Cristo que lo que Él hizo con todos, como buen Samaritano, lo hagamos también nosotros con nuestros semejantes, y sobre todo con los miembros doloridos de Cristo que son los cristianos, máxime cuando son pobres, atribulados o pecadores. Recordemos también que el amor al prójimo ha de ser sobrenatural; y así, le hemos de amar en Dios y por Dios, y la limosna que le demos, debemos dársela por Dios, como él la pide por Dios. En el cristiano, siquiera sea pobre y de exterior repugnante, no debemos mirar sus harapos y la envoltura de carne magullada que aprisiona su alma preciosa, sino a un ser divinizado, como nosotros, por la Gracia de Cristo. Hagamos también lo que hizo Moisés, figura de Jesucristo, que devolvió bien por males, orando por su pueblo que tan desagradecido se había mostrado (Ofert.). Así es como podremos correr por el sendero del cielo, que el Señor nos tiene prometido, sin peligro de lamentables caídas. (Or.). No miremos, pues, con indiferencia, ni menos con asco las miserias físicas y morales de nuestros hermanos, porque por tal camino tampoco nos haríamos acreedores a la compasión que de Dios necesitamos para conseguir las promesas de vida eterna, hechas a los misericordiosos. El párroco celebra hoy la Misa por sus feligreses. |
Epístola
Lección de la carta del Apóstol san Pablo a los Corintios 2 Cor 3:4-9 Hermanos: Tal es la confianza que tenemos ante Dios por Cristo; no es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra, sino del Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida. Pues si el ministerio de la muerte, grabado en letras sobre piedra, se realizó con tanta gloria que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su cara, pese a ser un resplandor pasajero, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu! Pues si el ministerio de la condena era glorioso, mucho más glorioso el ministerio de la justicia. ℟. Demos gracias a Dios. |
Evangelio
U Lc 10:23-37 En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron». En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». Credo.- |
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