15/XI/+2018 SAN MACLOVIO, Obispo

15 de noviembre

SAN MACLOVIO, Obispo

(Siglo VII)


   Nacido alrededor del año 520 probablemente en Gales y bautizado por San Brendan, Maclovio o Malo llegó a ser su discípulo favorito y fue uno de aquellos seleccionados especialmente por ese santo varón para su viaje descrito a menudo. No hay duda de que él puede haber permanecido algunos años en la Abadía Llancarrven, cuando San Brendan se hospedaba allí. Visitó la Isla de Septiembre, al frente de las orillas del mar de San Malo, conocida como Cizembra, donde se quedó por algún tiempo. Fue con ocasión de uno de sus viajes que evangelizó las Islas Orcadas y las islas del norte de Escocia.
   En Aleth, cerca de San Malo, él mismo se colocó bajo un venerable ermitaño llamado Aaron, hasta su muerte en 543 (o 544), Malo continuó la regla espiritual del distrito vecino conocido como San Malo, y fue consagrado primer Obispo de Aleth. Es significativo que San Brendan también trabajó en Aleth, y tuvo una celda de ermitaño en una roca escarpada en el mar, a donde a menudo se retiraba. Una vez, el desorden de la isla obligó a Malo a irse, pero la gente pronto suplicó al santo regresar. A su regreso las cosas se enderezaron, y el santo, sintiendo que su fin estaba cerca, decidió consumir sus últimos días en penitencia solitaria. Por consiguiente prosiguió hacia Archambiac, una villa en la Diócesis de los Santos, donde pasó el resto de su vida en oración y mortificación. Su obituario es registrado el 15 de Noviembre del año 618, 620 o 622.

   Los biógrafos de este Santo refieren un buen número de leyendas y milagros inverosímiles. En particular, afirman que, aquel santo monje, en todo extraordinario, pensando abandonar su monasterio, donde empezaba a tener envidiosos, supo (o por revelación o por noticia de algunos marineros) que en el océano había ciertas islas extremadamente deliciosas y habitadas por infieles. Deseando disfrutar el sosiego de este retiro y promover la conversión de aquellas gentes, tomó la resolución de embarcarse en su solicitud, acompañado de su maestro San Brandón. Hacen referencia Sigeberto (Epistola ad Tietmarum abbatem) y San Antonino (Super II partem) que después de haber navegado los santos monjes mucho tiempo sin descubrir tierra, llegó el día de Pascua, y, como esta festividad excitase vivamente en sus ánimos la devoción y el deseo de celebrar los sagrados misterios con todo el cristiano equipaje, puestos en oración pedían a Dios la gracia de surgir en alguna tierra para tener en aquélla satisfacción; que el Señor oyó los votos de sus siervos y dispuso que en medio del mar apareciese repentinamente una isla, donde, sin pérdida de tiempo, desembarcaron. Que habiendo erigido luego un altar celebró San Maló el santo sacrificio de la misa y que después de haber distribuido la Eucaristía a los demás, volvieron a tomar embarcación y hacerse a la vela. Pero ¿Cuál no sería su asombro cuando conocieron que la que habían tenido por una verdadera isla no había sido, en realidad, sino una monstruosa ballena que desapareció al instante?

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