07/XI/+2018 BEATA MARGARITA COLONNA, Virgen

7 de noviembre 
BEATA MARGARITA COLONNA,
Virgen
(1280)
   Margarita nació en Palestrina, hija de Oddone dei Principi Colonna y Mobilia o Magdalena Orsini.  
   Fue educada desde la más tierna edad en las virtudes cristianas por su madre, que había conocido a San Francisco en la casa de su hermano Mateo. Al quedar huérfana, primero de padre y luego también de madre, fue confiada a la tutela de su hermano Juan, dos veces senador de Roma, quien entre 1281 y 1285 escribiría su vida. En 1273 después de haber rehusado un matrimonio muy ventajoso con un noble romano, apoyada por su otro hermano después cardenal Giacomo Colonna, se retiró al Monte Prenestino, hoy Castel San Pietro, donde fundó una comunidad de Clarisas, pero sin aprobación canónica. Distribuyó la rica dote a los pobres y para sí no quiso ninguna ayuda directa de parte de sus hermanos; prefirió vivir como franciscana, recurriendo a la “Mesa del Señor”, pidiendo limosna de puerta en puerta. El Ministro General Fr. Jerónimo de Ascoli, intervino y le permitió entrar en el monasterio de Santa Clara, en Asís, pero por problemas de salud no pudo permanecer mucho allí y trató de establecerse cons us compañeras junto al Santuario de la Mentorella, sobre el monte Guadagnolo, poco distante de Roma. Poco después de trasladó a Roma, y pasó largo tiempo como huésped de una noble muy piadosa y generosa, llamada Altrudis, apodada “de los pobres” por aquellos a quienes ella había dado sus bienes.  
   En 1278 Margarita retorna al monte Prenestino. 
   Vivió en el ejercicio heroico de todas las virtudes, edificando al pueblo con la oración asidua y el ejemplo de una caridad heroica. Con ocasión de una epidemia, Margarita se hizo “toda para todos” asistiendo maternalmente a los hermanos enfermos y corrió también en ayuda de los franciscanos de Zagarolo. Otra vez acogió en casa a un leproso de Poli, comiendo y bebiendo en el mismo plato y, en un ímpetu de amor, besó aquellas repugnantes llagas. Sería demasiado prolijo recordar todas las manifestaciones de la intensa vida mística de Margarita: la observancia escrupulosa de la regla de Santa Clara, el amor a la pobreza, la continua unión con Dios, los éxtasis, las efusiones de lágrimas, las frecuentes visiones celestiales, el matrimonio místico con el Señor, quien se le apareció colocándole un anillo en el dedo y una corona de lirios sobre la cabeza y le imprimió la llaga del corazón. 
   La muerte de Margarita fue en todo digna de una perfecta hija de San Francisco, el cual por amor de dama pobreza quiso morir desnudo sobre la desnuda tierra. Desde hacía tres años sufría una grave úlcera en el estómago. La noche de Navidad de 1280 se le apareció la Virgen con el Niño en brazos, y la dejó en un estado de profunda exaltación. Después que hubo recibido el viático y la unción de los enfermos, pidió a su hermano el cardenal Giacomo, que la colocaran en tierra, deseando morir pobre como Jesús y el Seráfico Padre San Francisco. Fue complacida, pero sólo por un breve espacio de tiempo, porque estaba demasiado extenuada. Por último pidió que le dieran el crucifijo: habiéndolo besado con intenso afecto, lo mostró a sus cohermanas, exhortándolas a amarlo con todas sus fuerzas. Se adormeció un poco y luego volviendo en sí exclamó con vigor: “He ahí a la santísima Trinidad que viene, adoradla !”. Luego, cruzados los brazos sobre el pecho, y fijando los ojos en el cielo, expiró serenamente: era el alba del 30 de diciembre de 1280. 
   Los funerales se desarrollaron el mismo día en la iglesia de San Pietro sul Monte Prenestino con gran concurso de pueblo y de todos los franciscanos de la zona. En 1285 las clarisas de la Beata Margarita se trasladaron al monasterio romano de San Silvestre in Cápite, llevando consigo el cuerpo de la Beata. 
   Margarita se nos presenta como una delicadísima figura de mujer en quien las dotes naturales de inteligencia, fascinación y sensibilidad, unidas al realismo y a la dignidad de su hogar, se insertan en el robusto árbol de la espiritualidad franciscana. Su vida brilla como un arco iris de paz en la historia tormentosa de su tiempo.    
   Pío IX aprobó su culto el 17 de septiembre de 1847.

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