San Gonzalo de Amarante nació en Tagilde, aldea del Obispado de Braga, en Portugal. Después de recibir el Bautismo, con admiración de todos clavó el niño los ojos en la imagen de Cristo crucificado y alargó las manecitas en ademán de abrazarle; y siempre que le llevaban a la iglesia, no paraban sus ojos hasta hallar la imagen del Salvador en la cruz, de la cual no podían apartarle sin que se pusiese a llorar. Educóle en letras y virtudes un venerable sacerdote, de cuya casa pasó después al palacio del Obispo de Braga, el cual le encomendó la abadía de San Pelagio. Mas como el santo ardía en vivos deseos de visitar los Santos Lugares de Jerusalén, confió su rebaño a un vicario sobrino suyo, y en hábito de peregrino se dirigió a Tierra Santa. Catorce años gastó en contemplar los divinos recuerdos de nuestro Señor, sin cansarse de mirarlos, adorarlos y regarlos con suavísimas lágrimas, Cuando volvió a su tierra, viéndose despojado de su abadía por su sobrino, comenzó a predicar la doctrina evangélica por toda aquélla región. Por el tenor de su vida apostólica se concilió el respeto y veneración de las gentes, y con las limosnas que le daban edificó una ermita en honra de la Santísima Virgen en cierto sitio inculto y áspero no lejos del río Tamaca, y vivió en aquélla soledad ejercitándose en la contemplación y predicando las cosas del cielo a las gentes que iban a visitarle. Hízose tan célebre aquel lugar por los milagros que allí obró el santo, que después se pobló de no pocos templos y de dos famosos monasterios, y hasta el día de hoy concurren a él los pueblos en romería. Llamóle la Virgen santísima a la sagrada Orden de Predicadores, recientemente fundada por santo Domingo, y después de haber hecho el santo en ella su noviciado y su profesión religiosa, volvió a su oratorio de Amarante, para continuar allí sus apostólicos ministerios. Para que las inundaciones del río Tamaca no estorbasen el concurso de los fieles, echó un puente sobre aquel río, asentando con sus manos las primeras piedras alimentando a los operarios con los peces que llamaba del río y acudían a la orilla. Esta vida eremítica y apostólica llevó el santo, hasta que, llegándose el día de su feliz muerte, se despidió del pueblo que había acudido en romería, y en el día 3 de enero, asistido por la Reina de los cielos, que se le apareció en su último trance, entregó su preciosa alma al Creador.
REFLEXIÓN
Grande fue la devoción de san Gonzalo a la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Esta le inspiró el Señor desde su tierna infancia; ésta le tuvo catorce años en Jerusalén; ésta predicaba en todos sus sermones. Y ¿por qué no has de imitarle tú en esta tierna devoción? Si no puedes ir a Tierra Santa como él, y venerar allí muy despacio los monumentos del Redentor divino, ¿por qué no has de seguir siquiera en espíritu los pasos de la Pasión, haciendo religiosamente las estaciones del Vía-Crucis? ¿Por qué no has de besar con grande afecto y compasión las manos, los pies y el costado de la dolorosa imagen del Señor clavado en la cruz? ¡Ah! si considerases bien quién es Jesús que por tu amor padeció tanto, no podrías adorar su santa cruz sin dejarla toda bañada con tus lágrimas; Al acostarte por la noche no te olvides nunca de besarla, haciendo delante de ella un acto de contrición. Si lo haces así, el buen Jesús será en la hora de tu muerte, tu consuelo, amor y esperanza.
ORACIÓN
Oye, Señor, nuestras súplicas en la fiesta de tu confesor Gonzalo, y pues él te sirvió dignamente, líbranos, por sus méritos, de nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén
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