Después de haber ejercido el ministerio como sacerdote diocesano en su pueblo natal de Abruzos, Nicolás se trasladó a Roma. Ahí se sintió llamado a la vida eremítica y fundó una congregación de ermitaños bajo el patrocionio de San Jerónimo. La cuantiosa herencia que le dejó un amigo, le permitió establecer la congregación en Nápoles. El Papa Eugenio IV le cedió un monasterio en Florencia para que extendiese la fundación a esa ciudad. Además, el beato Nicolás fundó otra comunidad en el Janículo de Roma, en la iglesia de San Onofre, que es en la actualidad un título cardenalicio. En aquella época, existía otra congregación de ermitaños de San Jerónimo, tanto en Roma como en otras ciudades, fundada por el Beato Pedro de Pisa. El Beato Nicolás fusionó ambas congregaciones. Su muerte ocurrió en 1449, cuando tenía cien años de edad. Su culto fue confirmado en el seno de la congregación de los Jerónimos en 1771; pero el Papa Benedicto XIV no quiso proceder a la beatificación solemne.
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