EL SANTO DEL DÍA ES:

 01 de Diciembre

SAN ELOYObispo y Confesor

 

Haga cada uno lo que le es propio, trabaje

con sus manos como lo hemos ordenado.

(1 Tesalonicenses, 4, 11)


 San Eloy, nacido cerca de Limoges hacia el año 590 fue, primeramente, orfebre. Hizo dos tronos para Clotario II con el oro destinado para uno solo y esta probidad le valió el puesto de platero del rey. Nombrado obispo de Noyon, en el año 640, nunca iba a la corte de Dagoberto sin haber orado, y un cortejo de pobres lo seguía. Sus austeridades, sus lágrimas, sus milagros y sus predicaciones sobre los cuatro fines del hombre convirtieron a una muchedumbre de idólatras. Murió en el año 659.
          
MEDITACIÓN: SOBRE EL TRABAJO

 I. El hombre ha nacido para trabajar. Mandó Dios a Adán que cultivase la tierra, y nadie, sea cual fuese su posición, escapa a la ley del trabajo. Imita a Jesucristo que trabajaba con San José en el taller de Nazaret; es el medio para hacerte agradable a Dios, útil a los demás y a ti mismo. Quien trabaja, decían los Padres del desierto, no tiene para combatir sino al demonio de la ociosidad; el que está ocioso, es tentado por todos los otros demonios, porque la ociosidad es la madre de todos los vicios.
   
II. Trabaja como hacia San Eloy, ofreciendo a Dios tu trabajo al comienzo del día y de cada una de tus acciones. De tiempo en tiempo renueva esta intención; si hay algo que sufrir, ofrécelo a Jesús crucificado. Terminada tu tarea, examínate y pide perdón a Dios por las faltas que hayas cometido: he aquí el medio para santificar tu trabajo y acumular méritos para la eternidad. Hazlo así en todas tus ocupaciones, tanto corporales como espirituales, sean las que fueren.
   
III. No emprendas demasiadas cosas, el exceso de trabajo es tan contrario a la salud como la ociosidad. En efecto, traba tu espíritu con infinidad de afanes que ahogan la devoción y te privan de todo tiempo para pensar en Dios. Recuerda siempre que una sola cosa es necesaria: trabajar en tu salvación. ¿Cómo lo haces tú? Buscas las riquezas, y aunque mucho te hayas afanado, tal vez no las encontrarás; pero a Dios, lo encontrarás siempre que quieras. (San Agustín).

El recogimiento.
Orad por los que os gobiernan.

ORACIÓN
   Haced, oh Dios omnipotente, que la augusta solemnidad del bienaventurado Eloy, vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de la salvación. Por J.C.N.S. Amén.

HOY FESTEJAMOS TAMBIÉN EL TRIUNFO DE:

TIEMPO DE ADVIENTO:

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO


ESTACIÓN EN SANTA MARÍA LA MAYOR

Doble de 1ª clase - Ornamentos morados

   ¡Cosa extraña! En este primer día y domingo del Año eclesiástico y primera evocación, podría decirse de la Creación, la Iglesia nos pone en contacto con el último día del mundo y de las cosas. Antes de llevarnos al pesebre de Belén, nos lleva al tribunal del Juicio final, para encarecernos de antemano, con el pensamiento de la cuenta, la correspondencia de la gracia soberana de la Redención, que ese Niño Divino, cuya silueta se dibuja ya en lontananza, viene a realizar. Es una fuerte sacudida que la Iglesia da a nuestra conciencia de cristianos, para despertarnos, o del letargo del pecado, si desgraciadamente estuviésemos sumidos en él, o de la modorra de la indiferencia y de la tibieza espiritual. Es decirnos: Si no estás limpio para presentarte ante el Divino Juez, tampoco lo estás para salir al encuentro de tu Salvador, que es tu mismo y único Dios y Señor; "despójate, por tanto, de las obras de las tinieblas y revístete de las armas de la Luz".

   IntroitoS. 24, 4
   INTROITUS - Ad te levavi animam meam: Deus meus, in te confido, non erubescam: neque irrideant me inimici mei: etenim universi, qui te exspectant, non confundentur. -Ps. 24, 4. Vias tuas, Domine, demonstra mihi: et semitas tuas edoce me. Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in saecula saeculorum. Amen. - Ad te levavi ...   A Ti, Señor, levanté mi alma: Dios mío, en Ti confío; no sea yo avergonzado; ni se se burlen de mí mis enemigos: porque todos los que en Ti esperan, no quedarán confundidos. - Salmo. Muéstrame, Señor tus caminos, y enséñame tus sendas. Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amen. - A Ti, Señor levanté ...
   Se repite: AD TE LEVAVI, hasta el Salmo, y así se procede en todos los Introitos. 
  Durante el Tiempo de Adviento, salvo en las fiestas, no se dice el 
GLORIA IN EXCELSIS (1).
  Oración-Colecta
   ORATIO - Excita, quaesumus, Domine, potentiam tuam, et veni: ut ab imminentibus peccatorum nostrorum periculis, te mereamur protegente eripi, te liberante salvari: Qui vivis  et regnas cum Deo Patre in unitate Spiritus Sancti, Deus: per omnia saecula saeculorum.     R. Amen    Demuestra Señor, tu poder y ven; para que con tu protección merezcamos ser libres de los peligros que nos amenazan por nuestros pecados, y ser salvos con tu gracia. Tú que vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo Dios, por todos los siglos de los siglos.   R. Amen.  
Epístola
   La inminencia de la venida del Salvador debe  despertarnos de la indiferencia y mucho más del letargo del pecado, y obligarnos a portarnos como hijos de la luz, y no de las tinieblas. Tal es la doctrina de San Pablo en la siguiente lectura.   
    Lectio Epistolae beati Pauli apostoli ad Romanos 13, 11-14. - Fratres: Scientes, quia hora est jam nos somno surgere. Nunc enim propior est nostra salus, quam cum credidimus. Nox praecessit, dies autem appropimquavit. Abjiciamus ergo opera tenebrarum, et induamur arma lucis. Sicut in die honeste ambulemus: non in comessationibus, et ebrietatibus, non in cubilibus, et impudicitiis, non in contentione, et aemulatione: sed induimini Dominum Jesum Christum.      Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Romanos: Hermanos: Sabed que es ya hora de despertar. Porque ahora está más cerca nuestra salud que cuando empezamos a creer. La noche pasó y llega el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos de las armas de la luz. Caminemos como de día honestamente: no en glotonerías y embriagueces, no en sensualidades y disoluciones, no en pendencias y en envidias: antes bien, revestíos de nuestro Señor Jesucristo(2).
Salmodia
   GRADUALEPs. 24, 3 et 4. - Universi, qui te exspectant, non confundentur, Domine. Vias tuas, Domine, notas fac mihi: et semitas tuas edoce me.   ALLELUIAalleluia. Ps. 84, 8. Ostende nobis, Domine, misericordiam tuam: et salutare tuum da nobis. alleluia.     Gradual. - Todos los que en ti esperan no quedarán confundidos, oh Señor. Muéstrame Señor tus caminos, y enséñame tus sendas.     Aleluya, aleluya. Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu Salvador. Aleluya.
      En las feria de Adviento, es decir, cuando en un día de semana se dice la misa del Domingo, se omite el Aleluya y el versillo.
Evangelio(3)
   Señales que precederán a la venida de Jesucristo, como Juez, al fin del mundo. La majestad y gloria con que entonces aparecerá, contrasta con la humildad e impotencia con que se presenta ahora en el portal de Belán.
   USequentia sancti Evangelii secundum Lucam 21,25-33. - In illo tempore: Dixit Jesus discipulis suis: Erunt signa in sole et luna, est stellis, et in terris pressura gentium prae confusione sonitus maris et fluctuum: arescentibus hominibus prae timore et exspectatione quae supervenient universo orbi: nam virtutes caelorum movebuntur. Et tunc videbunt Filium hominis venientem in nube cum potestate magna et majestate. His autem fieri incipientibus, respcite, et levate capita vestra: quoniam appropinquat redemptio vestra. Et dixit illis similitudinem: Videte ficulneam et omnes arbores: cum producunt jam ex se fructum, scitis quoniam prope es aestas. Ita et vos, cum videritis haec fieri, scitote quoniam prope est regnum Dei. Amen dico vobis, quia non praeteribit generatio haec, donec omnia fiant. Caelum et terra transibunt: verba autem mea non transibut.Credo       Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. - En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra consternación de las gentes, por la confusión que causará el ruido del mar y de sus olas; quedando los hombres yertos por el temor y recelo de las cosas que sobrevendrán a todo el universo, porque las virtudes de los cielos se bambolearán(4). Y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran majestad. Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención(5). Y les dijo este símil: Ved la higuera y todos los árboles: cuando producen ya de sí el fruto, sabéis que está cerca el verano; así también, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto se cumpla(6). El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán.  Credo.
   OFFERTORIUM. - Ad te levavi animam meam: Deus meus, in te confido, non erubescam: neque irrideant me inimici mei: etenim universi, qui te exspectant, non confundentur.     Ofertorio. - A Ti levanté mi alma: Dios mío, en Ti confío: no sea yo avergonzado; ni se burlen de mí mis enemigos: porque todos los que en Ti esperan, no quedarán confundidos. 
Oración-Secreta
    Haec sacra nos, Domine, potenti virtute mundatos, ad suum faciant puriores venire principium. Per Dominum nostrum.          Purifícanos, Sañor, con la poderosa virtud de estas cosas sagradas; y haz que nos hagan llegar aún más puros, a Jesús, que es su principio. Por nuestro Señor   
   Prefacio de la Sma. Trinidad
(Durante la semana, Prefacio común)

  Vere dignum et justum ets aequum et salutare, nos tibi semper, et ubique gratias agere: Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus. Qui cumm unigenito  Filio tuo, et Spiritu Sancto, unus es Deus, unus es Dominus: non in unius singularitate personae, sed in unius Trinitate substantiae. Quod enim de tua gloria, revelante te, credimus, hoc de Filio tuo, hoc de Spiritu Sancto, sine differentia discretionis sentimus. Ut in confessione verae, sempiternaeque Deitatis, et in personis Proprietas, et in essentia unitas, et in majestate adoretur aequalitas. Quam laudat Angeli atque Arcangeli, Cherubim quoque ac Sraphim: qui non cessant clamare quotidie, una voce dicentes:   Sanctus, Sanctus, Sanctus...  Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar oh Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios! Quien, con tu Hijo unigénito y el Espíritu Santo, eres un solo Dios, eres un solo Señor: no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia. Porque cuanto creemos, por habérnoslo Tu revelado, acerca de tu gloria, creémoslo igualmente de tu Hijo, y del Espíritu Santo, sin haber diferencia ni separación. De modo que, al reconocer una sola verdadera y eterna Divinidad, sea también adorada la propiedad en las personas, la unidad en la esencia y la igualdad en la majestad. A la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar diariamente, diciendo a coro:
   COMMUNIO. Ps. 84, 13. - Dominus dabit benignitatem: et terra nostra dabit fructum suum.       Comunión. - El Señor nos dará su benignidad, y la tierra dará su Fruto(7)
Oración-Postcomunión
   POSTCOMMUNIO - Suscipiamus, Domine, misericordiam tuam in medio templi tui: ut reparationis nostrae ventura solemnia congruis honoribus praecedamus. Per...            Recibamos, Señor, tu misericordia en medio de tu templo; para que preparemos con los debidos honores la solemnidad venidera de nuestra Redención. Por nuestro Señor Jesucristo


  • (1) Se omite para poderlo cantar con mayor regocijo la noche de Navidad
  • (2) Es decir: imitad los ejemplos de Jesucristo y revestíos de sus méritos y de su espíritu, para que viva en vosotros sin interrupción. 
  • (3) En la Edad Media cantábase antes del Evangelio de hoy la Secuencia "Dies irae, dies  illa", (ahora propia de los Difuntos), para preparar a los fieles a oir la narración de la catástrofe final, que auí relata Sa. Lucas. 
  • (4) Todo lo que antecede es síntoma de un trastorno de carácter universal, ya que toda la naturaleza ha de entrar en juego. No será extraño, por tanto, que ante la magnitud y terribilidad de los fenómenos sísmicos y siderales, se sequen los hombres de espanto.
  • (5) Después de esta conmoción universal y del Juicio, vendrá el premio que Dios tiene preparado para los buenos.
  • (6) Si lo que Jesucristo anunciaba aquí era la ruina de Jerusalén, la profecía se cumplió al pie de la letra, pues muchos de los que la escuchaban asistieron a la gran catástrofe; y si se refería al fin del mundo, por "generación" debe entenderse la "especie humana", o si se quiere, la "raza judía", que durará hasta el fin.
  • (7) La tierra es María, el fruto es Jesús, cuyo Nacimiento esperamos celebrar el día de Navidad.

EL SANTO DEL DÍA ES:

30 de Noviembre
SAN ANDRÉS, Apóstol

Líbreme Dios de gloriarme, sino en la cruz
de Nuestro Señor Jesucristo.
(Gálatas, 6,14).

San Andrés, pescador de Betsaida en Galilea, hermano de Simón Pedro y, primero, discípulo de San Juan Bautista, fue, después de la Ascensión, a predicar el Evangelio en Tracia, en Escitia y, después, en Orecia. Fue apresado bajo Nerón, azotado varias veces y por fin, condenado a morir crucificado. Regaló sus vestiduras al verdugo y, en cuanto vio la cruz, la abrazó exclamando: "¡Oh buena cruz, cuánto tiempo hace que te deseo!" Desde lo alto de ella predicó durante dos días el Evangelio a la multitud que presenciaba su suplicio.

MEDITACIÓN: SOBRE LA CRUZ DE SAN ANDRÉS

I. San Andrés había deseado durante mucho tiempo la cruz, y había preparado su espíritu para recibirla. Imita esta santa previsión y prepárate para padecer valerosamente las más duras pruebas. Pide a Dios que te castigue según su beneplácito. Si te escucha, la cruz te será dulce; si no te escucha, no por eso quedarán sin recompensa tus buenos deseos. Di con San Andrés: Oh buena Cruz, oh Cruz por tanto tiempo deseada, sepárame de los hombres para devolverme a mi Maestro, a fin de que Aquél que me ha redimido por la cruz, me reciba por la cruz.
   
II. San Andrés se alegró a la vista de su cruz porque debía morir como su divino Maestro. Cuando veas tú que se te aproximan la cruz y los sufrimientos, que este pensamiento te fortifique. Jesús ha padecido todos estos tormentos y mucho más crueles aun, para endulzarme su amargura. En lugar de imitar a este santo Apóstol, ¿no tiemblas tú, acaso, a la vista de las cruces y de las aflicciones?
  
III. Considera que no es San Andrés quien lleva la cruz, sino la cruz la que lleva a San Andrés. Si llevas tú la cruz como él, ella te llevará, no te incomodará, te ayudará a evitar los peligros del mundo. Si no llevas tu cruz con alegría y buena voluntad, será preciso que la arrastres gimiendo. Nadie está exento de cruz en este mundo; siente menos su pesadez quien la lleva alegremente por amor a Dios. La cruz es un navío; nadie puede atravesar el mar del mundo si no es llevado por la cruz de Jesucristo. (San Agustín).

El amor a la Cruz.
Orad por la conversión de Inglaterra.

ORACIÓN
   Oíd nuestras humildes plegarias y concedednos, Señor, que el Apóstol San Andrés, que instruyó y gobernó a vuestra Iglesia, interceda continuamente por nosotros ante el trono de vuestra divina Majestad. Por J. C. N. S. Amén.

HOY FESTEJAMOS TAMBIÉN EL TRIUNFO DE:
  • Santos Sapor e Isaac, Obispos y Mártires
  • Beato Andrés de Antioquía

EL SANTO DEL DÍA ES:

29 de Noviembre

SAN SATURNINO, Obispo y Mártir


Los hijos de este siglo son más sagaces,
en sus negocios, que los hijos de la luz.
(Lucas, 16, 8)

   San Saturnino fue detenido y arrojado en una prisión durante la persecución de Diocleciano. Después de haber sufrido mucho en su mazmorra, fue sacado de ella para ser extendido en el potro; pero como las torturas ordinarias no podían doblegarlo a sacrificar a los dioses, le machucaron el cuerpo a bastonazos y le quemaron los costados con antorchas ardientes. Por fin fue decapitado junto con el diácono Sisino, y sus cuerpos fueron enterrados a dos millas de Roma, en la vía Salariana, el año 309.

MEDITACIÓN: SOBRE LA VERDADERA PRUDENCIA DEL CRISTIANO

I. La verdadera prudencia del cristiano consiste en regular la vida según las máximas del Evangelio; hay que mirar las cosas de este mundo con los ojos de la fe. El hombre político, el médico, el orador si- guen las reglas de su respectivo arte: iSólo el cristiano quiere hacer profesión de cristianIsmo sin ob- servar sus preceptos! Se declara discípulo del Evangelio no obstante vivir una vida contraria al Evangeio. Leen el Evangelio y se entregan a la impureza; se dicen discípulos de una ley santa y llevan una vida criminal. (Salviano).

II. ¿De qué proviene que no obremos según las máximas del Cielo? Es que no meditamos lo suficiente. ¿Podríamos acaso amar las riquezas y los placeres, si pensásemos seriamente en la muerte que está próxima, en el juicio que le sigue, en la eternidad de dicha o de infelicidad que será nuestra herencia?

III. Sería menester meditar cada día una verdad del Evangelio y elegir una de ellas en particular con la que entretuviésemos nuestra alma, que fuera como nuestro lema y nuestro grito de guerra en nuestra lucha contra el demonio. Los santos tuvieron su divisa particular, San Francisco: Mi Dios y mi todo; Santa Teresa: O padecer o morir; San Ignacio de Loyola: A la mayor gloria de Dios; el cardenal de Bérulle: Nada mortal para un corazón inmortal. Siguiendo el ejemplo de estos grandes hombres, elige en la Escritura o en los Padres una palabra y no la pierdas de vista. ¿De qué sirve al hombre ganar todo el universo, si llega a perder su alma?

El deseo de la sabiduría.
Orad por los prisioneros.

ORACIÓN
   Oh Dios, que nos concedéis la alegría de celebrar el nacimiento al cielo del bienaventurado Saturnino, vuestro mártir, concedednos la gracia de ser asistidos por sus méritos. Por J. C. N. S. Amén.

HOY FESTEJAMOS TAMBIÉN EL TRIUNFO DE:

28/XI SANTA CATALINA LABOURÉ, Virgen

28 de Noviembre

SANTA CATALINA LABOURÉ, Virgen

(1876)


La capilla de las apariciones de la Medalla Milagrosa se encuentra en la rue du Bac, de París, en la casa madre de las Hijas de la Caridad. Es fácil llegar por "Metro". Se baja en Sevre-Babylone, y detrás de los grandes almacenes "Au Bon Marché" está el edificio. Una casona muy parisina, como tantas otras de aquel barrio tranquilo. Se cruza el portalón, se pasa un patio alargado y se llega a la capilla.
   La capilla es enormemente vulgar, como cientos o miles de capillas de casas religiosas. Una pieza rectangular sin estilo definido. Aún ahora, a pesar de las decoraciones y arreglos, la capilla sigue siendo desangelada.
   Uno comprende que la Virgen se apareciera en Lourdes, en el paisaje risueño de los Pirineos, a orillas de un río de alta montaña; que se apareciera inclusive en Fátima, en el adusto y grave escenario de la "Cova de Iría"; que se apareciera en tantos montículos, árboles, fuentes o arroyuelos, donde ahora ermitas y santuarios dan fe de que allí se apareció María a unos pastorcillos, a un solitario, a una campesina piadosa...
   Pero la capilla de la rue du Bac es el sitio menos poético para una aparición. Y, sin embargo, es el sitio donde las cosas están prácticamente lo mismo que cuando la Virgen se manifestó aquella noche del 27 de noviembre de 1830.
   Yo siempre que paso por París voy a decir misa a esta capilla, a orar ante aquel altar "desde el cual serán derramadas todas las gracias", a contemplar el sillón, un sillón de brazos y respaldo muy bajos, tapizado de velludillo rojo, gastado y algo sucio, donde lo fieles dejan cartas con peticiones, porque en él se sentó la Virgen.
   Si la capilla debe toda su celebridad a las apariciones, lo mismo podemos decir de Santa Catalina Labouré, la privilegiada vidente de nuestra Señora. Sin esta atención singular, la buena religiosa hubiera sido una más entre tantas Hijas de la Caridad, llena de celo por cumplir su oficio, aunque sin alcanzar el mérito de la canonización. Pero la Virgen se apareció a sor Labouré en la capilla de la casa central, y así la devoción a la Medalla Milagrosa preparó el proceso que llevaría a sor Catalina a los altares y riadas de fieles al santuario parisino. Y tan vulgar como la calle de Bac fue la vida de la vidente, sin relieves exteriores, sin que trascendiera nada de lo que en su gran alma pasaba.
   Catalina, o, mejor dicho, Zoe, como la llamaban en su casa, nació en Fain-les-Moutiers (Bretaña) el 2 de mayo de 1806, de una familia de agricultores acomodados, siendo la novena de once hermanos vivientes de entre diecisiete que tuvo el cristiano matrimonio.
   La madre murió en 1815, quedando huérfana Zoe a los nueve años. Ha de interrumpir sus estudios elementales, que su misma madre dirigiera, y con su hermana pequeña, Tonina, la envían a casa de unos parientes, para llamarlas en 1818, cuando María Luisa, la hermana mayor, ingresa en las Hijas de la Caridad.
   -Ahora -dice Zoe a Tonina-, nos toca a nosotras hacer marchar la casa.
   Doce años y diez años..., o sea, dos mujeres de gobierno. Parece milagroso, pero la hacienda campesina marcha, Había que ver a Zoe en el palomar entre los pichones zureantes que la envuelven en una aureola blanca. O atendiendo a la cocina para tener a punto la mesa, a la que se sientan muchas bocas con buen apetito. Otras veces hay que llevar al tajo la comida de los trabajadores.
   Y al mismo tiempo que los deberes de casa, Zoe tiene que prepararse a la primera comunión. Acude cada día al catecismo a la parroquia de Moutiers-Saint-Jean, y su alma crece en deseos de recibir al Señor. Cuando llega al fin día tan deseado, Zoe se hace más piadosa, más reconcentrada. Además ayuna los viernes y los sábados, a pesar de las amenazas de Tonina, que quiere denunciarla a su padre. El señor Labouré es un campesino serio, casi adusto, de pocas palabras. Zoe no puede franquearse con él, ni tampoco con Tonina o Augusto, sus hermanos pequeños, incapaces de comprender sus cosas.
   Y ora, ora mucho. Siempre que tiene un rato disponible vuela a la iglesia, y, sobre todo, en la capilla de la Virgen el tiempo se le pasa volando.
   Un día ve en sueños a un venerable anciano que celebra la misa y la hace señas para que se acerque; mas ella huye despavorida. La visión vuelve a repetirse al visitar a un enfermo, y entonces la figura sonriente del anciano la dice: "Algún día te acercarás a mí, y serás feliz". De momento no entiende nada, no puede hablar con nadie de estas cosas, pero ella sigue trabajando, acudiendo gozosa al enorme palomar para que la envuelvan sus palomos, tomando en su corazón una decisión irrevocable que reveló a su hermana.
   -Yo, Tonina, no me casaré; cuando tú seas mayor le pediré permiso a padre y me iré de religiosa, como María Luisa.
   Esto mismo se lo dice un día al señor Labouré, aunque sacando fuerzas de flaquezas, porque dudaba mucho del consentimiento paterno.
   Efectivamente, el padre creyó haber dado bastante a Dios con una hija y no estaba dispuesto a perder a Zoe, la predilecta. La muchacha tal vez necesitaba cambiar de ambiente, ver mundo, como se dice en la aldea.
   Y la mandó a París, a que ayudase a su hermano Carlos, que tenía montada una hostería frecuentada por obreros.
   El cambio fue muy brusco. Zoe añora su casa de labor, las aves de su corral y, sobre todo, sus pichones y la tranquilidad de su campo. Aquí todo es falso y viciado. ¡Qué palabras se oyen, qué galanterías, qué atrevimientos!
   Sólo por la noche, después de un día terrible de trabajo, la joven doncella encuentra soledad en su pobre habitación. Entonces ora más intensamente que nunca, pide a la Virgen que la saque de aquel ambiente tan peligroso.
   Carlos comprende que su hermana sufre, y como tiene buen corazón quiere facilitarla la entrada en el convento. ¿Pero cómo solucionarlo estando el padre por medio?
   Habla con Huberto, otro hermano mayor, que es un brillante oficial, que tiene abierto un pensionado para señoritas en Chatillon-sur-Seine. Aquella casa es más apropiada para Zoe.
   El señor Labouré accede. Otra vez el choque violento para la joven campesina, porque el colegio es refinado y en él se educan jóvenes de la mejor sociedad, que la zahieren con sus burlas. Pero perfecciona su pronunciación y puede reemprender sus estudios que dejara a los nueve años.
   Un día, visitando el hospicio de la Caridad en Chatillon, quedó sorprendida viendo el retrato del anciano sacerdote que se le apareciera en su aldea. Era un cuadro de San Vicente de Paúl. Entonces comprendió cuál era su vocación, y como el Santo la predijera, se sintió feliz. Insistió ante su padre, y al fin éste se resignó a dar su consentimiento.
   Zoe hizo su postulantado en la misma casa de Chatillon, y de allí marchó el día 21 de 1830 al "seminario" de la casa central de las Hijas de la Caridad en París.
   A fines del noviciado, en enero de 1831, la directora del seminario dejó esta "ficha" de Zoe, que allí tomó el nombre de Catalina: "fuerte, de mediana talla; sabe leer y escribir para ella. El carácter parece bueno, el espiritu y el juicio no son sobresalientes. Es piadosa y trabaja en la virtud".
   Pues bien: a esta novicia corriente, sin cualidades destacables, fue a quien se manifestó repetidas veces el año 1830 la Virgen Santísima.
   He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:
   "Vino después la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen. "Por fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre: Hermana, hermana, hermana. Despertándome, miré del lado que había oído la voz, que era hacia el pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de edad de cuatro a cinco años, que me dice: Venid a la capilla; la Santísima Virgen os espera. Inmediatamente me vino al pensamiento: ¡Pero se me va a oir! El niño me respondió: Tranquilizaos, son las once y media; todo el mundo está profundamente dormido: venid, yo os aguardo. "Me apresuré a vestirme y me dirigí hacia el niño, que había permanecido de pie, sin alejarse de la cabecera de mi lecho. Puesto siempre a mi izquierda, me siguió, o más bien yo le seguí a él en todos sus pasos. Las luces de todos ios lugares por donde pasábamos estaban encendidas, lo que me llenaba de admiración. Creció de punto el asombro cuando, al ir a entrar en la capilla, se abrió la puerta apenas la hubo tocado el niño con la punta del dedo; y fue todavía mucho mayor cuando vi todas las velas y candeleros encendidos, lo que me traía a la memoria la misa de Navidad. No veía, sin embargo, a la Santísima Virgen. "El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del señor director. Aquí me puse de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo. Como éste se me hiciera largo, miré no fuesen a pasar por la tribuna las hermanas a quienes tocaba vela. "Al fin llegó la hora. El niño me lo previene y me dice: He aquí a la Santísima Virgen; hela aquí. Yo oí como un ruido, como el roce de un vestido de seda, procedente del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José, que venía a colocarse en las gradas del altar, al lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que el rostro de la Santísima Virgen no era como el de aquella Santa. "Dudaba yo si seria la Santísima Virgen, pero el ángel que estaba allí me dijo: He ahí a la Santísima Virgen. Me sería imposible decir lo que sentí en aquel momento, lo que pasó dentro de mí; parecíame que no la veía. Entonces el niño me habló, no como niño, sino como hombre, con la mayor energía y con palabras las más enérgicas también. Mirando entonces a la Santísima Virgen, me puse de un salto junto a Ella, de rodillas sobre las gradas del altar y las manos apoyadas sobre las rodillas de esta Señora... "El momento que allí se pasó, fue el más dulce de mi vida; me seria imposible explicar todo lo que sentí. Díjome la Santísiina Virgen cómo debía portarme con mi director y muchas otras cosas que no debo decir, la manera de conducirme en mis penas, viniendo (y me señaló el altar con la mano izquierda ) a postrarme ante él y derramar mi corazón; que allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad... Entonces yo le pregunté el completo significado de cuantas cosas habia visto, y Ella me lo explicó todo... "No sé el tiempo que allí permanecí; todo lo que sé es que, cuando la Virgen se retiró, yo no noté más que como algo que se desvanecía, y, en fin, como una sombra que se dirigía al lado de la tribuna por el mismo camino que había traído al venir. "Me levanté de las gradas del altar, y vi al niño donde le había dejado. Dijome: ¡Ya se fue! Tornamos por el mismo camino, siempre del todo iluminado y el niño continuamente a mi izquieda. Creo que este niño era el ángel de mi guarda, que se había hecho visible para hacerme ver a la Santísima Virgen, pues yo le había pedido mucho que me obtuviese este favor. Estaba vestido de blanco y llevaba en sí una luz maravillosa, o sea, que estaba resplandeciente de luz. Su edad sería como de cuatro a cinco años. "Vuelta a mi lecho, oí dar las dos de la mañana; ya no me dormí".
   La anterior visión, que sor Catalina narra con todo candor, ocurrió en el mes de julio. fue como una preparación a las grandes visiones del mes de noviembre, que la Santa referiría a su confesor, el padre Aladel, por quién se insertaron los relatos en el proceso canónico iniciado seis años más tarde.
   "A las cinco de la tarde, estando las Hijas de la Caridad haciendo oraciones, la Virgen Santísima se mostró a una hermana en un retablo de forma oval. La Reina de los cielos estaba de pie sobre el globo terráqueo, con vestido blanco y manto azul. Tenia en sus benditas manos unos como diamantes, de los cuales salían, en forma de hacecillos, rayos muy resplandecientes, que caían sobre la tierra... También vió en la parte superior del retablo escritas en caracteres de oro estas palabras: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos! Las cuales palabras formaban un semicírculo que, pasando sobre la cabeza de la Virgen, terminaba a la altura de sus manos virginales. En esto volvióse el retablo, y en su reverso viése la letra M, sobre la cual habia una cruz descansando sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de Maria... Luego oyó estas palabras: Es preciso acuñar una medalla según este modelo; cuantos la llevaren puesta, teniendo aplicadas indulgencias, y devotamente rezaren esta súplica, alcanzarán especial protección de la Madre de Dios. E inmediatamente desapareció la visión".
   Esta escena se repitió algunas veces, ya durante la misa, ya durante la oración, siempre en la capilla de la casa central. La primera aparición de la Medalla Milagrosa ocurrió el 27 de noviembre de 1830, un sábado víspera del primer domingo de adviento.
   Pasado el seminario, sor Labouré fue enviada al hospicio de Enghien, en el arrabal de San Antonio, de París, lo que le dió facilidad de seguir comunicándose con su confesor, el padre Aladel. La Virgen había dicho a sor Catalina en su última aparición: "Hija mía, de aquí en adelante ya no me verás más, pero oirás mi voz en tus oraciones". En efecto, aunque no se repitieron semejantes gracias sensibles, sí las intelectuales, que ellas distinguía muy bien de las imaginativas o de los afectos del fervor.
   En el hospicio de Enghien, la joven religiosa fue destinada a la cocina, donde no faltaba trabajo; pero interiormente sentía apremios para que la medalla se grabara, y así se lo comunicó al señor Alabel, como queja de la Virgen. El prudente religioso fue a visitar a monseñor de Quelen, arzobispo de París, y al fin, a mediados de 1832, consiguió permiso para grabar la medalla, pudiendo experimentar el propio prelado sus efectos milagrosos en monseñor de Pradt, ex obispo de Poitiers y Malinas, aplicándole una medalla y logrando su reconciliación con Roma, pues era uno de los obispos "constitucionales".
   Sor Catalina recibió también una medalla, y, después de comprobar que estaba conforme al original, dijo: "Ahora es menester propagarla".
   Esto fue fácil, pues la Hijas de la Caridad fueron las primeras propagandistas. Entre ellas había cundido la noticia de las apariciones, si bien se ignoraba qué hermana fuera la vidente, cosa que jamás pudo averiguarse hasta que la propia Sor Catalina en 1876, cuando ya presentía su muerte, se lo manifestó a su superiora para salvar del olvido algunos detalles que no constaban en el proceso canónico, en el que depuso solamente su confesor. Ni aun consintió en visitar al propio monseñor de Quelen, aunque deseaba vivamente conocerla o al menos hablar con ella. El padre pudo defender su anonimato alegando que sabía tales cosas por secreto de confesión.
   La Medalla Milagrosa, nombre con que el pueblo comenzó a designarla por los milagros que a su contacto se obraban en todas partes, se hizo más popular con la ruidosa conversión del judío Alfonso de Ratisbona, ocurrida en Roma el 20 de enero de 1842. De paso por la Ciudad Eterna, el joven israelita recibió una medalla del barón de Bussieres, convertido hacía poco del protestantismo. Ratisbona la aceptó simplemente por urbanidad. Una tarde, esperándole en la pequeña iglesia de San Andrés dalle Fratre, se sintió atraído hacia la capilla de la Virgen, donde se le apareció esta Señora tal como venía grabada en la medalla. Se arrodilló y cayo como en éxtasis. No habló nada, pero lo comprendió todo; pidió el bautismo, renunció a la boda que tenía concertada, y con su hermano Teodoro, también convertido, fundó la Congregación de los Religiosos de Nuestra Señora de Sión para la conversión de los judíos.
   A partir de entonces la Medalla Milagrosa adquiere la popularidad de las grandes devociones marianas, como el rosario o el escapulario.
   Y entre tanto sor Catalina Labouré se hunde más y más en la humildad y el silencio. Cuarenta y cinco años de silencio. La aldeanita de Fain-les-Moutiers, que sabia callar en casa del señor Labouré, calla también ahora en el hospicio de ancianos.
   Después de haber insistido, suplicado, conjurado, siempre con admirable modosidad, inclina la cabeza y espera en silencio.
   En Enghien pasa de la cocina a la ropería, al cuidado del gallinero, lo que le recuerda sus pichones de la granja de la infancia: a la asistencia a los ancianos de la enfermería, al cargo, ya para hermanas inútiles y sin fuerzas, de la portería.
   En 1865 muere el padre Aladel, y puede cualquiera pensar en la gran pena de la Santa. Sin embargo, durante las exequias alguien pudo observar el rostro radiante de sor Catalina, que presentía el premio que la Virgen otorgaba a su fiel servidor.
   Otro sacerdote le sustituye en su cometido de confesor: la religiosa le informe sobre las apariciones, pero no consigue ser comprendida.
   Sor Catalina habla de tales hechos extraordinarios exclusivamente con su confesor: ni siquiera en los apuntes íntimos de la semana de ejercicios hay referencias a sus visiones.
   Ella vive en el silencio, y hasta tal punto es dueña de sí, que en los cuarenta y seis años de religiosa jamás hizo traición a su secreto, aun después que las novicias de 1830 iban desapareciendo, y se sabe que la testigo de las apariciones aún vive. La someten a preguntas imprevistas para cogerla de sorpresa, y todo en vano. Sor Catalina sigue impasible, desempeñando los vulgares oficios de comunidad con el aire más natural del mundo.
   La virtud del silencio consiste no tanto en sustraerse a la atención de los demás cuanto en insistir ante su confesor con paciencia y sin desmayos, sin que estalle su dolor ante las dilaciones. Ha muerto el padre Aladel y el altar de la capilla sigue sin levantarse, y la religiosa teme que la muerte la impida cumplir toda la misión que se le confiara.
   El confesor que sustituyó al padre Aladel es sustituido por otro. Estamos a principios de junio de 1876, año en que "sabe" la Santa que habrá de morir. Tiene delante pocos meses de vida. Ora con insistencia, y, después de haber pedido consejo a la Virgen, confía su secreto a la superiora de Enghien, la cual con voluntad y decisión consigue que se erija en el altar la estatua que perpetúe el recuerdo de las apariciones.
   La misión ha sido cumplida del todo. Y sor Catalina muere ya rápidamente a los setenta años, el 31 de diciembre de 1876.
   En noviembre de aquel año tuvo el consuelo de hacer los últimos ejercicios en la capilla de la rue de Bac, donde había sentido las confidencias de la Virgen.
   Su muerte fue dulce, después de recibir los santos sacramentos, mientras le rezaban las letanías de la Inmaculada.
   Cuando cincuenta y seis años más tarde el cardenal Verdier abría su sepultura para hacer la recognición oficial de sus reliquias, se halló su cuerpo incorrupto, intactos los bellos ojos azules que habían visto a la Virgen.
   Hoy sus reliquias reposan en la propia capilla de la rue du Bac, en el altar de la Virgen del Globo, por cuya erección tuvo que luchar la Santa hasta el último instante.
   Beatificada por Pío XI en 1923, fue canonizada por Pío XII en 1947. Sus dos nombres fueron como el presagio de su existencia: Zoe significa "vida", y Catalina, "pura".
CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

EL SANTO DEL DÍA ES:

28 de Noviembre

SAN ESTEBAN EL JOVEN, Mártir


Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo
nidos, mas el Hijo del hombre no tiene dónde
reclinar su cabeza.
(Mateo, 8, 20)

   San Esteban el joven fue, antes de nacer, ofrecido al Señor por sus padres. Él mismo se consagró al servicio de Dios abrazando la vida religiosa lo más pronto que pudo. Pidió una habitación sin techo, a fin de estar expuesto a todas las inclemencias de la intemperie. Constantino Coprónimo le prohibió que honrara las imágenes de los santos, pero le respondió el santo que estaba dispuesto a morir antes que cumplir su prohibición. Esta generosa respuesta le mereció la corona del martirio, en el año 764.

MEDITACIÓN: SOBRE CÓMO HAY QUE SUFRIR LAS INCLEMENCIAS DEL TIEMPO

I. Hay que sufrir con paciencia y sin murmuración lo que no puede evitarse; soporta, pues, con resignación el frío, el calor y todas las molestias de las estaciones. Estas incomodidades te son comunes con todos los hombres; sopórtalas, pero de manera que no sea común; recíbelas en expiación de los pecados que has cometido; esto disminuirá proporcionalmente lo que debes sufrir en el purgatorio, y embelecerá tu corona en el cielo. ¿Tú, que has merecido el infierno con tus crímenes, te atreves a quejarte del frío del invierno y de los calores del verano? Cesará de quejarse quien comprenda que merece los sufrimientos que lo afligen. (San Cipriano).
   
II. Tú soportas estas incomodidades sin murmurar, cuando hay algún provecho que obtener, algún honor que esperar. ¿Acaso el mercader, el soldado, el agricultor, no menosprecian las borrascas, las tempestades y el rigor de las estaciones cuando se trata de sus intereses? ¿Por ventura tantos hombres virtuosos como hay que sufren por amor de Jesucristo, no tienen un cuerpo como el tuyo? Acostúmbrate, corno ellos, al sufrimiento.
   
III. Jesucristo se expuso a todos estos tormentos por amor nuestro; míralo en el pesebre, en Egipto, en sus viajes, en la cruz; por todas partes se expuso a los rigores de las estaciones. Su cuerpo, que estaba unido a la divinidad, hubiera podido, milagrosamente, hacerse impasible, pero Jesús no lo quiso, ¡Y tú quisieras cambiar el orden de las estaciones y las leyes de la naturaleza para no tener nada que te aflija!¡El Hijo de Dios ha sufrido para hacer de nosotros hijos de Dios, y el hijo del hombre nada quiere sufrir para continuar siendo hijo de Dios! (San Cipriano).

La paciencia
 Orad por los pobres.

ORACIÓN
   Haced, os conjuramos, oh Dios omnipotente, que la intercesión del bienaventurado mártir Esteban, cuyo nacimiento al cielo celebramos, nos fortifique en el amor de vuestro santo Nombre. Por J. C. N. S. Amén.

HOY FESTEJAMOS TAMBIÉN EL TRIUNFO DE:

LA MEDALLA MILAGROSA Y LA CONVERSIÓN DEL JUDÍO ALFONSO DE RATISBONA:



Alfonso Ratisbona, emparentado con la célebre familia Rothschild, tenía 27 años cuando un 20 de enero de 1842, la Santísima Virgen se le apareció y lo convirtió instantáneamente.
Hombre culto, rico y de elegante trato, relacionado con las altas esferas sociales, estaba de novio con una joven de su familia. Tenía frente a sí un futuro promisorio. De paso por Roma visitó, como turista, las ruinas históricas y numerosos monumentos e iglesias.
La víspera de su partida tenía que hacer, a contra gusto, una visita al Barón Teodoro de Bussières, hermano de un viejo conocido suyo. Para librarse del incómodo compromiso, decidió apuntar unas palabras de mera formalidad en su tarjeta de visita y dejarla con el portero. Sin embargo, como éste no entendió bien la pronunciación del extranjero, lo introdujo amablemente al salón y anunció su llegada al señor de casa.

Apóstol ardoroso y hábil

Católico practicante y apóstol ardoroso, recién convertido del protestantismo, Teodoro de Bussières no quiso dejar escapar la oportunidad de conquistar esa alma para Dios. Recibió con mucha cortesía al visitante y hábilmente condujo la conversación para hacerlo discurrir sobre sus paseos por la Ciudad Eterna. A cierta altura, Ratisbona dijo: “Visitando la Iglesia de Araceli, en el Capitolio, sentí una emoción profunda e inexplicable. El guía, dándose cuenta de mi perplejidad, preguntó qué sucedía y si acaso quería retirarme”.

Al oír esto, los ojos de Bussières brillaron de regocijo. Su interlocutor, notándolo, se apresuró a recalcar que dicha emoción nada tenía de cristiana. Y ante el contra argumento de que muy bien podría ser una gracia de Dios llamándolo a la conversión, el israelita, contrariado, le pidió no insistir en el asunto porque jamás se haría católico. “Pierde usted su tiempo. ¡Yo nací en la religión judía y en ella voy a morir!”, afirmó. La conversación caminaba a la discusión. En cierto momento, Bussières tuvo una singular idea, que seguramente muchos tildarían de locura. –Ya que usted es un espíritu tan superior y tan seguro de sí mismo, prométame llevar al cuello un obsequio que quiero darle.

–Veamos. ¿De qué se trata? – preguntó Alfonso.

–Simplemente, esta medalla – replicó el Barón, mostrándole la conocida Medalla Milagrosa.

Ratisbona reaccionó con sorpresa e indignación, pero Bussières añadió con calculada frialdad:

–Según su manera de pensar, esto debe serle perfectamente indiferente; y si acepta usarla, me proporcionará un gran placer.

–Está bien… La usaré. Esto me servirá como un capítulo pintoresco de mis notas e impresiones de viaje – asintió Alfonso, mofándose de la fe de su anfitrión.

Éste le colgó la medalla y, acto seguido, le propuso algo todavía más insólito: que rezara al menos una vez al día la oración “Acordaos, piadosísima Virgen María”, compuesta por San Bernardo.

Ratisbona se rehusó de forma categórica, considerando demasiado impertinente la proposición. Pero una fuerza interior movió a Bussières a insistir. Mostrándole la oración, le rogó que hiciera una copia de su propio pu ño y letra, para que cada uno conservara el ejemplar escrito por el otro, a la manera de un recuerdo.
Para librarse de la importuna insistencia, Ratisbona accedió, diciendo con ironía: “Está bien, voy a escribirla. Usted se quedará con mi copia, y yo con la suya”.

El poder de la oración


Cuando se retiró, Teodoro y su esposa se miraron en silencio. Preocupados con las blasfemias proferidas por Alfonso a lo largo de la conversación, pidieron perdón a Dios por él. Esa misma noche Bussières buscó a su íntimo amigo, el Conde Augusto de La Ferronays –católico fervoroso y embajador de Francia en Roma–, para contarle lo sucedido y pedir oraciones por la conversión de Ratisbona.

“Tenga confianza, que si él reza el ‘Acordaos’, la partida está ganada”– respondió La Ferronays, que rezó con empeño por la conversión del joven israelita; y existen indicios de que hasta haya ofrecido su vida por esa intención.

En cuanto a Alfonso, llegó fatigado al hotel y leyó la oración maquinalmente. Al día siguiente, descubrió sorprendido que la plegaria había tomado cuenta de su espíritu. Más tarde escribiría en su relato: “No podía defenderme. Esas palabras regresaban sin cesar, y yo las repetía continuamente”.

Entre tanto, Bussières fue a visitarlo al hotel. Un impulso profundo lo empujaba a seguir insistiendo, seguro que tarde o temprano Dios abriría los ojos de Alfonso. Al no encontrarlo, le dejó una invitación para volver a su casa por la mañana. Y el joven acudió a la cita, pero lo previno:

–Espero que no me venga con aquellas conversaciones de ayer. Sólo vine a despedirme, pues esta noche parto a Nápoles.

–¿Partir hoy? ¡Jamás! El lunes habrá un pontifical solemne en la Basílica de San Pedro, y usted tiene que ver al Papa oficiando.

–¿Qué me importa el Papa? Yo partiré – replicó Alfonso.

Bussières transigió, insistió, prometió llevarlo a otros sitios pintorescos de Roma y terminó por convencerlo de atrasar la partida.

Y así fue como estuvieron visitando palacios, iglesias, obras de arte. Aunque las conversaciones entre ambos fueron triviales, el infatigable apóstol tenía la convicción de que un día Alfonso sería católico, aunque debiera bajar un ángel del cielo para iluminarlo. Esa noche falleció inesperadamente el Conde de La Ferronays. Bussières marcó su encuentro con Ratisbona para la mañana siguiente frente a la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte. Cuando llegó, le comuni có el deceso del Conde y le pidió que

aguardara unos minutos dentro de la iglesia, mientras él iba a la sacristía para ocuparse de algunos detalles relativos a las exequias.

El joven hebreo permaneció de pie en el templo, mirando impávido en torno a sí, sin prestar atención. No podía pasar a la otra nave debido a las cuerdas y arreglos florales que obstruían el corredor.

Bussières regresó poco después, y al comienzo no pudo localizar a su amigo. Observando mejor, lo descubrió arrodillado frente al altar de San Miguel, bastante lejano al sitio donde lo había dejado. Se acercó y lo tocó varias veces, sin lograr que reaccionara. Finalmente, el joven se volvió hacia él, con el rostro bañado en lágrimas y las manos juntas, diciendo: “¡Oh, cuánto rezó este señor (La Ferronays) por mí!”

“¡Yo la vi! ¡La vi!”


Estupefacto, Bussières sentía la emoción del que presencia un milagro. Levantó solícitamente a Ratisbona, preguntando qué le pasaba y adónde quería ir. “Lléveme donde quiera; luego de lo que vi, yo obedezco” – fue la respuesta.

Aunque instado a explicarse mejor, Alfonso no lograba hacerlo. Pero se sacó del cuello la Medalla Milagrosa y la besó varias veces. Tan sólo pudo exclamar: “¡Ah, qué feliz soy! ¡Qué bueno es Dios! ¡Qué plenitud de gracias y de bondad!” Con una mirada radiante de felicidad, abrazó a su amigo y le pidió que trajera cuanto antes un confesor; preguntó también cuándo podría recibir el Bautismo, sin el cual, afirmaba, ya no conseguía vivir. Agregó que no diría nada más sin la autorización de un sacerdote, pues “lo que tengo que decir sólo puedo hacerlo de rodillas”.

Bussières lo condujo de inmediato a la iglesia de los jesuitas, donde el Padre Villefort lo indujo a explicar lo sucedido.

Alfonso se quitó la Medalla Milagrosa, la besó y se la mostró, diciendo emocionado: “¡Yo la vi! ¡La vi!”.

En seguida, más tranquilo, relató: “Llevaba poco tiempo en la iglesia cuando, de repente, me sentí dominado por una emoción inexplicable. Levanté los ojos. Todo el edificio había desaparecido de mi vista. Solamente una capilla lateral había, por decirlo así, concentrado la luz. Y en medio de ese esplendor apareció de pie sobre el altar, grandiosa, brillante, llena de majestad y dulzura, la Virgen María tal como está en esta medalla. Una fuerza irresistible me empujó hacia Ella. La Virgen me hizo una señal con la mano para que me arrodillara, y pareció decirme:

‘¡Está bien!’ No me habló, pero lo comprendí todo”.

El sacerdote pidió más detalles al feliz convertido, que agregó haber visto a la Reina de los Cielos en todo el esplendor de su belleza inmaculada, pero sin poder contemplar directamente su rostro. Tres veces intentó levantar la vista, pero sus ojos sólo llegaron a posarse en sus manos virginales, de las que brotaban rayos luminosos en su dirección. Era el 20 de enero de 1842.
Bautizado con el nombre de Alfonso María, el joven Ratisbona renunció a la familia, a la fortuna, a la brillante posición social, y se ordenó sacerdote.

Falleció en olor de santidad, tras una vida de intenso apostolado en Jerusalén.

El que visita la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte puede observar un cuadro grande y hermoso de la Virgen en el lugar exacto donde se apareció y produjo tan estupenda conversión.

Los italianos la llaman Madonna del Miracolo .

INTRODUCCIÓN

Acerca de la Santa Misa