DIVISIÓN DEL AÑO ECLESIÁSTICO
El año eclesiástico empieza el Primer Domingo de Adviento y termina esl Sábado que sigue al Domingo último después de Pentecostés. Se compone de estaciones o Tiempos litúrgicos, llamados Ciclo Temporal o Propio del Tiempo. Su objeto es mostrarnos a nuestro Señor en el marco tradicional de los grandes misterios de nuestra religión. Simultáneamente con este Ciclo, se desenvuelve otro secundario, denominado Ciclo Santoral, o Propio de los Santos, que se compone de todas las fiestas de las almas santas que Dios asocia a Jesús en su obra de Redención.
El Ciclo Temporal, está dividido en dos partes, que son: el Ciclo de Navidad y el Ciclo Pascual, y ambos se subdividen a su vez en Tiempo antes, durante y después de estas dos grandes Fiestas centrales, teniendo como finalidad preparar al alma, hacérselas celebrar solemnemente y prolongarlas durante varias semanas.
La Iglesia, encargada como está por el mismo Dios de santificarnos, tiene establecido en su Ciclo litúrgico un método de santidad, cuyo fin es hacer nuestras almas semejantes a la de Jesús, ya que el Padre nos tiene "predestinados a ser conformes a la imagen de su Hijo" (Rom. 8, 29)
Por eso cada año la liturgia celebra los diferentes aniversarios de los sucesos principales de la vida del Salvador contemplando las virtudes que el Divino Maestro practicó: de manera que sigamos siempre participando más de sus saludables efectos. Cada tiempo litúrgico representa una nueva fase de la vida de Nuestro Señor y nos trae consigo gracias especiales. Importa, pues, conocer cuál es el espíritu peculiar que caracteriza a esos Tiempos y abrigar siempre en nuestra alma las disposiciones debidas, si queremos aprovecharnos de la eficacia que les es propia.
Si tal hiciéramos todos los días del año. la Iglesia misma, que es nuestra madre, nos guiará hasta el cielo, nos irá santificando de manera metódica, y glorificaremos a Dios "según la inmensidad de su grandeza", como dice el Salmista. De ahí la gran eficacia de la oración litúrgica, oración oficial de la Iglesia, y por lo mismo, un poderoso sacramental.
1º El Tiempo de Adviento lo integran cuatro semanas, que nos hacen aspirar con los Patriarcas y Profetas al advenimiento del Salvador.
2º El Tiempo de Navidad nos pone a la vista el Nacimiento del Verbo encarnado, que se reproduce en nosotros, y su Epifanía o manifestación al mundo.
3º El Tiempo después de Epifanía, tiene entre dos y seis semanas, y nos recuerda la vida oculta de Cristo en Nazaret y nos manifiesta su divinidad.
Dependiendo de la luna pascual, este ciclo empieza entre el 18 de enero y el 22 de febrero.
1º Nueve semanas preparan la gran fiesta de Pascua, las cuales se dividen en tres tiempos:
a) El Tiempo de Septuagésima nos asocia por espacio de tres semanas a la vida pública de Jesús, y la Cuaresma, que le sigue, nos da toda una síntesis de la misma.
b) El Tiempo de Cuaresma representa, por los 40 días de penitencia, el ayuno de nuestro Salvador en el desierto y nos hace partícipes de él.
2º El Tiempo Pascual nos hace participar de la mayor de las fiestas: Pascua y su octava privilegiada. En ella nuestra alma resucita con Cristo; vive con Jesús que instituye la Iglesia y sube a los cielos el día de la Ascensión. La fiesta de Pentecostés cierra este Tiempo con la venida del Espíritu Santo a las almas.
3º El Tiempo después de Pentecostés nos va mostrando, por espacio de 23 a 28 semanas, los pingües frutos de santidad que el Espíritu Santo y el Smo. Sacramento producen en la Iglesia y en sus santos hasta el fin del mundo, época que es recordada el último Domingo después de Pentecostés.
La Pascua, centro de todo el año, se celebra siempre el Domingo después del día 14º de la luna de marzo. Si la luna fuese llena antes del 21, la luna pascual será la siguiente, de modo que a veces puede haber diferencia de un mes, y así la Pascua se celebrará entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
San Pío X, en su bula Divino aflatu nos indica la jerarquía de las fiestas de los Santos, que se intercalan en el curso del año entre los grandes misterios del Ciclo Cristológico.
La preferencia se da desde luego a la Sma. Virgen María.
Vienen después los Stos. Ángeles; luego, según el papel más o menos íntimo que desempeñaron en el plan de la Encarnación: San Juan Bautista, precursor del Mesías, San José, San Pedro y San Pablo y los demás Apóstoles.
Las fiestas de los Santos de una nación, de una provincia o de una parroquia son también celebradas con solemnidad, por lo reconocidos que debemos estar a nuestros Santos protectores.
Siguen las fiestas de la Dedicación de la Iglesia, las de los Mártires, Pontífices (Papas y Obispos), Doctores (es decir los Padres de la Iglesia e intérpretes más autorizados de la palabra divina); los Confesores, que son los que por su vida y doctrina han confesado a Dios; Las Vírgenes y Santas.
Sobreponiéndose el uno al otro, estos dos ciclos, Temporal y Santoral, forman un inmenso viril. En el centro está la hostia o la Misa llamada de los fieles, con sus tres partes constitutivas: el Ofertorio, la Consagración y la Comunión. En rededor, la Misa de los Catecúmenos o Ante-Misa, que varía todos los días y muestra en el altar, los diferentes misterios de la religión en cada uno de los Domingos y de las Solemnidades del Propio del Tiempo. Luego, en los intervalos libres, brillan las fiestas en honor de los Santos. Y la Iglesia, que pasea este divino sol a través del mundo y de los siglos, lo eleva todos los días al cielo en su culto litúrgico, a fin de que por Él ofrezcamos a Dios el homenaje siempre nuevo de nuestro agradecimiento por cada uno de los misterios de Jesucristo, y recibamos diariamente los tesoros de gracia y de santidad que fluyen de esos mismos misterios.
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